31.1.15

Juan José Saer


Lesconil





Lo otro viene en esos barcos livianos
desde el crepúsculo, hacia el puerto, en el sol
de invierno:
                 lo otro -lo que tiene nombre,
moviéndose fuera de tu silencio
                                               innominado:
más allá, afuera, afuera, en la intemperie
sin pensamiento, sin recuerdos, sin en sí,
como un toldo de feria
                                  en la plaza del mercado
que un viajante contempla, una mañana,
desde su cuarto de hotel, en la planta alta.
Los otros son esos barcos, ese mar, esas caras
de sal y sangre, que vuelven, cada día,
a contemplar, en tierra firme, su naufragio.
Visión rugosa
que atraviesa tu mar liso;
máquinas de oro duro
que lo indeterminado, adentro, aniquila.


23.1.15

W. H. Auden

En punto a su sufrimiento jamás se equivocaban
los maestros antiguos. qué bien entendieron
su lugar en el mundo, como acontece siempre
mientras otros almuerzan o cierran la ventana
o se pasean, simplemente, sin nada en qué dar.
Cómo, si los mayores religiosamente esperan
el nacimiento milagroso, tiene que haber también
niños sin especial interés en que ocurra
patinando en la alberca del bosque. No olvidaban jamás
que el horrible martirio ha de seguir su curso
de cualquier modo, en un rincón, en algún sitio mugriento
donde llevan los perros su vida de perros, y la jaca del sayón
se rasca la grupa inocente contra un árbol.

En el Ícaro de Brueghel, por ejemplo. Con qué tranquilidad
todo se inhibe del desastre: el labrador
oyó seguramente los gritos de socorro, el chapoteo,
que para él no era una catástrofe. Brillaba el sol
como brilló en las piernas blancas al sumirse
dentro del agua verde, y el esbelto navío
que ha debido de ver algo inaudito
un muchacho caído del cielo,
iba hacia alguna parte y navegaba en paz.

13.1.15

Divorcio - Anne Sexton


Maté nuestra vida juntos,
haché cada cabeza,
con sus pobres ojos azules pegados a una pelota de playa
que rueda por separado hasta la vereda.
Maté todas las cosas buenas
pero son demasiado obstinadas para mí.
Aguantan.
Las pequeñas palabras de compañerismo
gatearon hasta sus tumbas,
el hilo de la compasión,
querido como una frutilla,
los cuerpos mezclados
que pusieron dos hijas dentro nuestro,
ver cómo te vestías,
temprano,
la ropa separada, prolija y doblada,
sentado al borde de la cama
lustrando tus zapatos con pomada negra,
y te amé entonces, tan sabio fuera de la ducha,
y te amé muchas otras veces
y estuve, por meses,
queriendo ahogarlo,
enterrarlo profundo,
dejar su gran lengua roja
sumergida como un pez,
pero donde sea que mire están encendidos,
el róbalo, la anchoa, la platija
ardiendo entre las algas marinas
como muchos soles golpeando las olas
y mi amor sigue brillando con vehemencia,
sus espasmos no van a irse a dormir,
y yo estoy indefensa y sedienta y quiero una sombra
pero no hay nadie que me tape –
ni siquiera Dios.