28.10.10

Orpheu

De más en más, lo que el crítico debe distinguir, con curioso cuidado, es lo confuso de lo complejo. No debe caer en ese error craso, vulgar en aquellos que procuran seguir a los clásicos, sin haber comprendido suficientemente el espíritu de su Obra, que consiste en creer que el estilo simple es el mejor de todos, lo que es cierto, pero sin reparar en que no hay solo un estilo simple, sino varios; que la simplicidad no es una, sino de diversas especies.

Hay, por cierto, un modo simple de decir las cosas; pero si esas cosas fueren, por su naturaleza, complejas, no han de ser dichas de tal manera que una simplicidad de expresión las vuelva simples, puesto que, si son complejas, hacerlas parecer simples es expresarlas mal. El espíritu de un Dante o de un Shakespeare, porque han heredado siglos de acumulaciones cristianas, tiene otra complejidad que no la tiene el espíritu de un Homero, o incluso de un Virgilio. Lo que el crítico sagaz exige de un Dante o de un Shakespeare no es que escriban con la simplicidad de un Homero o de un Virgilio, pero sí que escriban expresándose con la claridad que quepa a aquellas cosas que piensan.

La simplicidad, además de ser diversa conforme los individuos, comporta, aparte de esto, diversos aspectos absolutos. Una cosa puede ser expresada simplemente, por la razón de que su naturaleza es simple; puede ser expresada simplemente porque sea traducida directamente como es sentida, sin que se procure ajustarla a cualquier ideal de estética extraño a la cosa sentida; y puede ser expresada simplemente por ser sujetada a un tal criterio estético, a un criterio estético que imponga la preocupación de la simplicidad.

Sucede que, si algún pecado pesa sobre los literatos de Orpheu, es el de expresarse con demasiada simplicidad. Relatan una cosa tal cual la sienten, sin buscar ajustarla a la comprensión de los otros, ni subordinarla a cualquier criterio estético. Cuando el señor Sá-Carneiro dice que “siente los colores en otras direcciones”, peca, si peca, de una excesiva simplicidad. No se le ocurriría decir que siente los colores en otras direcciones si efectivamente –tal vez por algún desorden de los sentidos, lo que concedo pueda ser– no sintiese así los colores, por una transmutación sensional exquisita. Y aunque no los sienta así, sino sólo imagine que los sienta, tiene el derecho de artista de imaginar lo que no es, que no es otro que el derecho que tiene Shakespeare de crear un Hamlet que no existe, ni otro es el derecho fundamental de los artistas.

Fernando Pessoa: Comienzo en este momento, etc.

Aquí, sin embargo, la frase es de una simplicidad calva. Lo complejo es el sentimiento expresado.

Cuando el Señor Alfredo Pedro Guisado dice “Dios, largo muelle en mí”, yo lo comprendo perfectamente, y creo que lo comprenderá la criatura que se hubiera dado al trabajo de estudiar las literaturas antiguas y las modernas, estudiando, con mano diurna y nocturna, las páginas diferentes de cuantos poetas han ornado con su dolorosa gloria las paredes desnudas de este triste mundo. “Dios, largo muelle en mí” es una sensación directa, de origen imaginativo, sin duda.
Lo necesario es compenetrarnos en que, en la lectura de todos los libros, debemos seguir al autor y no pretender que él nos siga a nosotros. La mayor parte de la gente no sabe leer, y llama [leer] a adaptar a sí misma lo que el autor escribe, cuando, para el hombre culto, comprender lo que se lee es, al contrario, adaptarse a lo que el autor escribió. Poca gente sabe leer, los eruditos, propiamente tales, menos que nadie. Como demostré en el primer folleto, los eruditos no tienen cultura.

Debo mi comprensión de los literatos de Orpheu a una lectura constante sobre todo de los griegos, que habilita a quien los sepa leer a no asombrarse de cosa ninguna. Desde la Grecia Antigua se ve el mundo entero, el pasado como el futuro, a tal altura emerge, de las menores cumbres de las otras civilizaciones, su alto pináculo de gloria creadora.


[texto dactilografiado, tal vez 1915]
Antonio Mora

25.10.10

La mujer vestida de mar, Alfonsina Storni

Unos amigos españoles cantaban días atrás una canción sobre Alfonsina. Y lo hacían con mucho sentimiento, como suele decirse, porque la metáfora acerca de “te vas, Alfonsina, vestida de mar,” les pegaba fuerte -decían ellos- como intuyendo quizás uno de los tantos dramas anónimos.

En su calidad de extranjeros, desconocían que la Alfonsina de la canción era una de nuestras poetisas más románticas y combativas, feminista impenitente sin perder jamás su feminidad; quien se suicidó a los cuarenta y seis años en Mar del Plata, para morir, como sus heroínas, sumergida entre las olas del mar y no víctima del cáncer que la corroía.

Esta poetisa argentina fue amada hasta el paroxismo por todas las adolescentes de la década de los sesenta, ya que, en la cosmopolita y europeizada Buenos Aires, las chicas leían casi a escondidas en su casa o en grupo de la escuela secundaria cruzándose miradas de complicidad los textos referidos a "Los mejores poemas de amor" o "Los mejores poemas eróticos" (García Lorca, con su casada infiel, o José Asunción Silvia con su “eran una sola sombra larga”, Rubén Darío, Sor Juana Inés de la Cruz y tantos otros.... y lo de Alfonsina con aquel “Tu me quieres blanca”.... era lo máximo para aquellas mentes ingenuas de la época). A pesar de la significación y trascendencia de esa década, que significó una inflexión sociológica a nivel mundial, todavía las adolescentes de la clase media quedábamos impactadas con aquellas lecturas.

La producción literaria de Storni tiene la misma valentía que su vida, ya que algunos de sus más famosos poemas, cuyos contenidos sirvieron de reivindicación y de bandera a las mujeres de toda una época, aunque hoy estén pasados de moda, sirven como modelo de análisis de la sociedad de entonces. Y la fascinación que ha ejercido sobre los lectores sigue vigente. De ahí que Félix Luna y Ariel Ramírez hubieran creado esa canción tan bella llamada “Alfonsina y el mar”.

Alfonsina Storni era hija de suizos establecidos en la provincia de San Juan. Cuando regresan a Suiza por un breve período, nace en Sala Capriasca Alfonsina, en 1892. Cuando ella contaba cuatro años de edad, sus padres regresan a San Juan, Argentina, de dónde emergen sus primeros recuerdos.

Pasados escasos años, su padre se suicida y la vida familiar se empobrece y se desarrolla con grandes dificultades. Contando con solamente trece años, en un cuerpo que parece mayor, comienza a trabajar como actriz. Luego, abandona la actuación y estudia magisterio; se convierte así en una maestra rural que cosechá un gran éxito dentro de la comunidad provincial. Esto le permite relacionarse con revistas literarias donde comienza a publicar sus poemas.

En 1912, cuando cuenta con 20 años, se convierte en madre soltera y se instala en Buenos Aires. Alfonsina no se esconde y tampoco se avergüenza de sus circunstancias, lo que supone un claro desafío a la pacatería reinante en la sociedad de la época; sobre todo, porque la situación se vio agravada por el hecho de que el padre de la criatura era en ese momento un hombre casado. (Cuando años después, él quiso unir su vida a la de ella, fue rechazado, tal como de alguna manera lo deja entrever en su poema “El racimo inocente”).

La maternidad en soledad le impone deberes insoslayables y trabaja como cajera alternando su trabajo con sus colaboraciones en revistas. Más tarde, se emplea como Profesora en la prestigiosa Escuela Normal de Lenguas Vivas; todo ello sin dejar nunca de escribir y de vivir apasionados romances con grandes escritores del momento. Al parecer, Horacio Quiroga, el gran cuentista, cuya vida estuvo signada por la muerte, y transparentada a través de sus magníficas descripciones y cuentos desarrollados en Misiones, fue uno de ellos.

El éxito total le llega a los treinta y un años de vida, cuando la revista Nosotros, que lideraba la difusión de la nueva literatura argentina y pulsaba la opinión de los lectores, realizó una encuesta donde preguntaba acerca de quiénes eran los tres o cuatro poetas argentinos de más de treinta años, más respetados y admirados. Alfonsina es uno de los elegidos, y apenas había cumplido los treinta y uno. Tal reconocimiento se debió probablemente a que su libro Languidez, publicado en 1920, había obtenido dos prestigiosos premios: el primer Premio Municipal de Poesía y el Segundo premio Nacional de Literatura. Desde entonces, su fama no cesará de acrecentarse.

Fue amiga y discípula de los más grandes poetas, artistas, escritores y pensadores de lengua castellana de la época, entre otros: Gabriela Mistral, Juana de Ibarborou, José Ingenieros, Amado Nervo, Emilio Centurión, Benito Quinquela Martín, Norah Lange, Leopoldo Marechal, Eduardo Mallea, Manuel Gálvez, Julio Herrera y Reissing, Rubén Darío u Horacio Quiroga. A este último, como dijimos, se le liga sentimentalmente a Alfonsina; el genial escritor estuvo marcado por el destino de sucesivos suicidios familiares, había partido a un rincón misionero con el afán de escribir, vivir y emprender un negocio en su paraíso propio. Al tiempo de su aventura amorosa con nuestra poetisa, Quiroga era ya un literato que había dado a luz sus mejores creaciones, como Cuentos de la Selva, Anaconda o El Desierto. Otro destacado intelectual que trabó amistad con Alfonsina fue Federico García Lorca, a quien había conocido en las famosas peñas celebradas en el “Café Tortoni” y a quien dedicó un bellísimo poema.

Durante años, esta mujer intervino en la lucha gremial de forma apasionada e intensa, y fue parte en la creación de la Sociedad Argentina de Escritores.

En mayo de 1935, Alfonsina es operada de un cáncer de pecho. Al año siguiente, se suicida Horacio Quiroga, a quien ella le dedica un poema que resulta una profecía de su propio final: las almas melancólicas, por muy combativas que sean, siempre coquetean con la idea de la muerte y luego la ponen en acto.

El 23 de enero de 1938, Alfonsina recibe con gran alegría la invitación del Ministerio de Instrucción Pública del Uruguay para participar en un evento que la convocará junto a las otras dos grandes poetisas americanas del momento: Juana de Ibarborou y Gabriela Mistral. Meses después, aparecerían sus libros Mascarilla y Trébol y una Antología poética con los poemas preferidos por ella. La enfermedad la sumergió entre la incertidumbre y el miedo debido a la reincidencia del mal que la aquejaba.

Viaja a Mar del Plata el día 23 de octubre y en la madrugada del día 25, tal como la heroína de su exquisito poema Dolor, se hunde en el mar.

Cualquier lector puede reconstruir su vida a través de sus poemas sin necesidad de leer su biografía. En Dolor anticipa como le gustaría que fuera su muerte. En Duerme tranquilo, hallamos un irónico y dolido reproche investido de poesía al que fue el padre de su hijo. El Racimo Inocente relata el rechazo a este hombre cuando pasado muchos años quiso reparar el daño y casarse con ella, porque ya la protagonista ha vivido otros amores. En Presentimiento, hay una especie de profecía de lo que intuye durará su vida. En “Carta lírica a otra mujer” expresa sin envidia la suerte de ser la otra, la elegida, y no ella misma.“Tú me quieres blanca” muestra la recriminación a uno de sus amores, mujeriego contumaz, por el hecho de que para casarse buscara a una mujer virgen, como era de uso en esa época ( tan cercana y lejana al mismo tiempo de la nuestra). Así, al igual que Sor Juana, reprocha y ama, ama y reprocha, a esos hombres que la hacen sufrir. En fin, todos sus poemas hablan del amor, del dolor y de todas esas cosas...

Alfonsina Storni nunca se casó. A pesar de tantos amores, nadie la amó lo suficiente; además, sin sentir ella verdaderamente amor, no aceptaba tampoco el casamiento.

Su hijo, afamado médico marplatense, ha participado activamente en innumerables homenajes a su madre.

Cuando vayan a Mar del Plata, no dejen de ver, frente a la playa La Perla, el sitio donde la ciudad le rinde homenaje a esta mujer en una escultura de piedra, donde se la recuerda, vestida de espuma, hundiéndose en el mar.
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DULCE TORTURA

Polvo de oro en tus manos fue mi melancolía
sobre tus manos largas desparramé mi vida;
mis dulzuras quedaron a tus manos prendidas;
ahora soy un ánfora de perfumes vacía.

Cuánta dulce tortura quietamente sufrida
cuando, picada el alma de tristeza sombría,
sabedora de engaños, me pasaba los días
¡besando las dos manos que me ajaban la vida!


CARTA LÍRICA A OTRA MUJER

Vuestro nombre no sé, ni vuestro rostro
conozco yo, y os imagino blanca,
débil como los brotes iniciales,
pequeña, dulce... Ya ni sé... Divina,
en vuestros ojos, placidez de lago
que se abandona al sol y dulcemente
le absorbe su oro mientras todo calla.

Y vuestras manos, finas, como aqueste
dolor, el mío, que se alarga, se alarga,
y luego se me muere y se concluye
así, como lo veis, en algún verso.

Ah, ¿sois así? Decidme si en la boca
tenéis un rumoroso colmenero,
si las orejas vuestras son a modo
de pétalos de rosa ahuecados...

Decidme si lloráis, humildemente,
mirando las estrellas tan lejanas
y si en las manos tibias se os duermen
palomas blancas y canarios de oro.

Porque todo eso y más, vos sois, sin duda
vos, que tenéis el hombre que adoraba
entre las manos dulces, vos la bella
que habéis matado, sin saberlo acaso,
toda esperanza en mí... Vos, su criatura.

Porque él es todo vuestro: cuerpo y alma
estáis gustando del amor secreto
que guardé silencioso... Dios lo sabe
por qué, que yo no alcanzo a penetrarlo.

Os lo confieso que una vez estuvo
tan cerca de mi brazo, que a extenderlo
acaso mía aquella dicha vuestra
me fuera ahora... Sí, acaso mía...

Mas ved, estaba el alma tan gastada
que el brazo mío no alcanzó a extenderse:
la sed divina, contenida entonces,
me pulió el alma....Y él ha sido vuestro!

¿Comprendéis bien? Ahora, en vuestros brazos
él se estremece y le decís palabras
pequeñas y menudas que semejan
pétalos volanderos y muy blancos.

¡Oh, ceñidle la frente! ¡Era tan amplia!
Arrancaban tan firmes los cabellos
a grandes ondas, que a tenerla cerca,
no hiciera yo otra cosa que ceñirla!

Luego dejad que en vuestras manos vaguen
los labios suyos; él me dijo un día
que nada era tan dulce al alma suya
como besar las femeninas manos...

Y acaso, alguna vez, yo, la que anduve
vagando por afuera de la vida,
-como aquellos filósofos mendigos
que van a las ventanas señoriales
a mirar sin envidia toda fiesta-

me allegue alguna vez a vuestro lado
y con palabras quedas, susurrantes,
os pida vuestras manos un momento,
para besarlas, yo, cómo él las besa...

Y al recubrirlas, lenta, lentamente,
vaya pensando: aquí se aposentaron
¿cuánto tiempo, sus labios, cuánto tiempo
en las divinas manos que son suyas?

Oh, qué amargo deleite, este deleite
de buscar huellas suyas y seguirlas
sobre las manos vuestras tan sedosas,
tan finas, con las venas tan azules!

Oh, que nada podría, ni ser suya,
ni dominarle el alma, ni tenerlo
rendido aquí a mis pies, recompensarme
este horrible deleite de ser mío
un inefable, apasionado rastro...

Y allí en vos misma, sí, pues sois barrera,
barrera ardiente, viva, que al tocarla
ya me remueve este cansancio amargo,
este silencio de alma en que me escudo,

este dolor mortal en que me abismo
esta inmovilidad del sentimiento,
que sólo salta bruscamente cuando
nada es posible!

-Alfonsina Storni-

Fuente: Milly Cascallar
Alfonsina Storni
Sala Capriasca, Suiza, 22 ó 29 de mayo de 1892 – Mar del Plata, Argentina, 25 de octubre de 1938

12.10.10

Ricardo Guiraldes

"Fabio descubre el mar, el gaucho no se arrodillaba ante nadie, su rumbo era el que el cuerpo mandara, su horizonte la Pampa infinita. Nuevas curiosidades para él, los médanos, el mar de abajo para arriba surge algo así como un doble cielo, que vino a sentarse en una espuma blanca muy cerca de donde yo estaba. Llegaba tan alto aquella Pampa azul y lisa que no podía convencerme de que fuera agua. Me hubiera gustado quedarme un rato si más no fuera contemplando el espectáculo vasto y extraño para mis ojos.
(...)
Fabio ya de estanciero cabalga junto a Don Segundo. Estaba por vivir un momento triste. El momento en que en mi vida representaría, más que ningún otro, un desprendimiento. Tres años habían transcurrido desde que llegué como un simple resero a trocarme en patrón de mis heredades. ¡Mis heredades! Podía mirar alrededor, en redondo, y decirme que todo era mío. Esas palabras nada querían decir. ¿Cuándo en mi vida de gaucho pensé andar por campos ajenos?¿Quién es más dueño de La Pampa que un resero?. Me sugería una sonrisa el solo hecho de pensar en tantos dueños de estancia. ¿Dueños de qué? y esa tarde iba a sufrir el peor golpe. Don Segundo le da la mano a Fabio. Después se aleja cabalgando. Fabio se queda mirándolo. Resultaba ya imposible retenerlo. El estaba hecho para irse siempre. Y tres años de permanencia en un lugar lo habían saturado de inmovilidad. Un rato ignoré si veía o evocaba. Me dije, ahora va a bajar por el lado de la cañada. Recién cuando cruce el río lo veré asomar en el segundo repecho. Sombra, me repetí. Rezar, dejar sencillamente fluir mi tristeza. No se cuantas cosas se amontonaron en mi soledad. Eran cosas que un hombre jamás se confiesa. Centrando mi voluntad en la ejecución de los pequeños hechos, di vuelta mi caballo y lentamente me fui para las casas. Me fui como quien se desangra".

Don Segundo Sombra
(fragmento)

9.10.10

Carta del "Che" Guevara a sus padres

Queridos viejos:

Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante, vuelvo al camino con mi adarga al brazo.

Hace de esto casi diez años, les escribí otra carta de despedida. Según recuerdo, me lamentaba de no ser mejor soldado y mejor médico; lo segundo ya no me interesa, soldado no soy tan malo.

Nada ha cambiado en esencia, salvo que soy mucho más conciente, mi marxismo está enraizado y depurado. Creo en la lucha armada como única solución para los pueblos que luchan por liberarse y soy consecuente con mis creencias. Muchos me dirán aventurero, y lo soy, sólo que de un tipo diferente y de los que ponen el pellejo para demostrar sus verdades.

Puede ser que ésta sea la definitiva. No lo busco pero está dentro del cálculo lógico de probabilidades. Si es así, va un último abrazo.

Los he querido mucho, sólo que no he sabido expresar mi cariño, soy extremadamente rígido en mis acciones y creo que a veces no me entendieron. No era fácil entenderme, por otra parte, créanme, solamente, hoy. Ahora, una voluntad que he pulido con delectación de artista, sostendrá una piernas fláccidas y unos pulmones cansados. Lo haré.

Acuérdense de vez en cuando de este pequeño condotieri del siglo XX. Un beso a Celia, a Roberto, Juan Martín y Patotín, a Beatriz, a todos. Un gran abrazo de hijo pródigo y recalcitrante para ustedes.

Ernesto
1 de abril de 1965
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Ernesto Guevara-Rosario, Argentina 1928–La Higuera, Bolivia 1967