“Está
muerto”, dijo Neville. “Se cayó. Su caballo se tropezó. Salió lanzado. Las
aspas del mundo torcieron su rumbo y me dieron en la cabeza. Todo terminó. Las
luces del mundo se apagaron. Ahí está el árbol que me impide pasar.
“Oh, ¡abollar este telegrama con mis
dedos – dejar que la luz del mundo regrese a su origen – decir que esto no
pasó! ¿Y para qué girar la cabeza de un lado para el otro? Ésta es la verdad.
Éstos son los hechos. Su caballo dio un traspié; él fue lanzado. Los árboles
que pasaban y los rieles blancos se perdieron como una lluvia. Hubo una oleada;
un tamborileo en sus orejas. Después, el golpe; el mundo estalló; respiró con
pesadez. Murió donde cayó.
“Los graneros y los días de verano
en el campo, los cuartos donde nos sentamos – ahora quedaron en el mundo irreal
que ya no existe. Cortaron mi pasado. Vinieron corriendo. Lo llevaron a un
pabellón, hombres con botas para andar a caballo, hombres con viseras; entre
hombres desconocidos murió. La soledad y el silencio muchas veces lo rodearon.
Muchas veces me dejó. Y después, viéndolo volver, yo decía: ‘¡Miren cómo
viene!’