30.8.11

Vicente Huidobro

MONUMENTO AL MAR

Paz sobre la constelación cantante de las aguas
Entrechocadas como los hombros de la multitud
Paz en el mar a las olas de buena voluntad
Paz sobre la lápida de los naufragios
Paz sobre los tambores del orgullo y las pupilas tenebrosas
Y si yo soy el traductor de las olas
Paz también sobre mí.

He aquí el molde lleno de trizaduras del destino
El molde de la venganza
Con sus frases iracundas despegándose de los labios
He aquí el molde lleno de gracia
Cuando eres dulce y estás allí hipnotizado por las estrellas

He aquí la muerte inagotable desde el principio del mundo
Porque un día nadie se paseará por el tiempo
Nadie a lo largo del tiempo empedrado de planetas difuntos

Este es el mar
El mar con sus olas propias
Con sus propios sentidos
El mar tratando de romper sus cadenas
Queriendo imitar la eternidad
Queriendo ser pulmón o neblina de pájaros en pena
O el jardín de los astros que pesan en el cielo
Sobre las tinieblas que arrastramos
O que acaso nos arrastran
Cuando vuelan de repente todas las palomas de la luna
Y se hace más oscuro que las encrucijadas de la muerte

El mar entra en la carroza de la noche
Y se aleja hacia el misterio de sus parajes profundos
Se oye apenas el ruido de las ruedas
Y el ala de los astros que penan en el cielo
Este es el mar
Saludando allá lejos la eternidad
Saludando a los astros olvidados
Y a las estrellas conocidas.

Este es el mar que se despierta como el llanto de un niño
El mar abriendo los ojos y buscando el sol con sus pequeñas
/manos temblorosas
El mar empujando las olas
Sus olas que barajan los destinos

Levántate y saluda el amor de los hombres

Escucha nuestras risas y también nuestro llanto
Escucha los pasos de millones de esclavos
Escucha la protesta interminable
De esa angustia que se llama hombre
Escucha el dolor milenario de los pechos de carne
Y la esperanza que renace de sus propias cenizas cada día.

También nosotros te escuchamos
Rumiando tantos astros atrapados en tus redes
Rumiando eternamente los siglos naufragados
También nosotros te escuchamos

Cuando te revuelcas en tu lecho de dolor
Cuando tus gladiadores se baten entre sí

Cuando tu cólera hace estallar los meridianos
O bien cuando te agitas como un gran mercado en fiesta
O bien cuando maldices a los hombres
O te haces el dormido
Tembloroso en tu gran telaraña esperando la presa.

Lloras sin saber por qué lloras
Y nosotros lloramos creyendo saber por qué lloramos
Sufres sufres como sufren los hombres
Que oiga rechinar tus dientes en la noche
Y te revuelques en tu lecho
Que el insomnio no te deje calmar tus sufrimientos
Que los niños apedreen tus ventanas
Que te arranquen el pelo
Tose tose revienta en sangre tus pulmones
Que tus resortes enmohezcan
Y te veas pisoteado como césped de tumba

Pero soy vagabundo y tengo miedo que me oigas
Tengo miedo de tus venganzas
Olvida mis maldiciones y cantemos juntos esta noche
Hazte hombre te digo como yo a veces me hago mar
Olvida los presagios funestos
Olvida la explosión de mis praderas
Yo te tiendo las manos como flores
Hagamos las paces te digo
Tú eres el más poderoso
Que yo estreche tus manos en las mías
Y sea la paz entre nosotros

Junto a mi corazón te siento
Cuando oigo el gemir de tus violines
Cuando estás ahí tendido como el llanto de un niño
Cuando estás pensativo frente al cielo
Cuando estás dolorido en tus almohadas
Cuando te siento llorar detrás de mi ventana
Cuando lloramos sin razón como tú lloras

He aquí el mar
El mar donde viene a estrellarse el olor de las ciudades
Con su regazo lleno de barcas y peces y otras cosas alegres
Esas barcas que pescan a la orilla del cielo
Esos peces que escuchan cada rayo de luz
Esas algas con sueños seculares
Y esa ola que canta mejor que las otras

He aquí el mar
El mar que se estira y se aferra a sus orillas
El mar que envuelve las estrellas en sus olas
El mar con su piel martirizada
Y los sobresaltos de sus venas
Con sus días de paz y sus noches de histeria

Y al otro lado qué hay al otro lado
Qué escondes mar al otro lado
El comienzo de la vida largo como una serpiente
O el comienzo de la muerte más honda que tú mismo
Y más alta que todos los montes
Qué hay al otro lado
La milenaria voluntad de hacer una forma y un ritmo
O el torbellino eterno de pétalos tronchados

He ahí el mar
El mar abierto de par en par
He ahí el mar quebrado de repente
Para que el ojo vea el comienzo del mundo
He ahí el mar
De una ola a la otra hay el tiempo de la vida
De sus olas a mis ojos hay la distancia de la muerte

*
AEROPLANO

Una cruz
se ha venido al suelo

Un grito quebró las ventanas
Y todos se inclinan

sobre el último aeroplano

El viento
que había limpiado el aire
Naufragó en las primeras olas
La vibración
persiste aún
sobre las nubes

Y el tambor
llama a alguien
Que nadie conoce

Palabras

tras los árboles

La linterna que alguien agitaba
era una bandera
Alumbra tanto como el sol

Pero los gritos que atraviesan los techos

no son de rebeldía

A pesar de los muros que sepultan

LA CRUZ DEL SUR

Es el único avión

que subsiste

*
3

Me alejo en silencio como una cinta de seda
Paseante de arroyos
Todos los días me ahogo
En medio de plantaciones de plegarias
Las catedrales de mis ternuras cantan a la noche bajo el agua
Y esos cantos forman las islas del mar

Soy el paseante
El paseante que se parece a las cuatro estaciones

El bello pájaro navegante
Era como un reloj envuelto en algodón
Antes de volar me ha dicho tu nombre

El horizonte colonial está cubierto todo de cortinajes
Vamos a dormir bajo el árbol parecido a la lluvia




20.8.11

La ópera de cuatro cuartos

La pieza de Brecht con canciones sobre el gángster Macheath, conocido como Mackie el Navaja, constituyó el mayor éxito teatral de los años veinte. La obra estuvo casi un año en cartel en el teatro Shiffbauerdamm, de Berlín, situado frente a la plaza que en la actualidad lleva el nombre del autor.
La acción de La ópera de cuatro cuartos transcurre en el Londres victoriano, en un ambiente de bandidos de diversa calaña. Sus dos protagonistas, el rey de los mendigos Peachum y el gángster Mackie el Navaja, son hombres de negocios que dirigen su actividad (criminal) con el rigor y la profesionalidad de una empresa burguesa. Con gran ironía, Brecht, que se hizo marxista en los años veinte, representaba ante su entusiasmado público burgués la idea de que es lo mismo ser empresario que criminal, es decir, que el capitalismo es un delito organizado.
La idea fundamental no permitía prever precisamente el éxito legendario que la obra tuvo entre el público burgués. Cuando, posteriormente, Brecht intentó explicarse este fenómeno, concluyó que la preferencia del burgués por las historias de maleantes se debe a que éste cree que los ladrones no son burgueses, pero que esto resulta tan falso como la presunción de que los burgueses no son ladrones. Brecht atacaba a su público de una manera tan entretenida que todavía hoy es ésta su obra más conocida.
La ópera de cuatro cuartos es la revisión y modernización llevada a cabo por Brecht de una parodia musical del siglo XVIII: The beggar's Opera (La ópera de los mendigos) del inglés John Gay. Con su comedia de pícaros, Gay había puesto al gobierno de su época en la mira. El jefe de ladrones Macheath era el poco agraciado retrato del entonces Primer Ministro británico, Robert Walpole, y la banda que lo acomañaba representaba su gabinete.
En la versión de Brecht, el rey de los mendigos Peachum es el jefe de la empresa " Amigo del mendigo". Gestiona su negocio de la compasión con diligencia profesional. Para ablandar el corazón de sus conciudadanos viste a sus colaboradores con ropa raída y pobre y les procura una apariencia mísera con costras, moretones y prótesis artificiales. Si uno engorda demasiado, lo despide porque el sobrepeso no provoca compasión. Los negocios de Peachum marchan fabulosamente. No es ajeno a su éxito el hecho de que posea el monopolio de la mendicidad: aquél que quiera mendigar en Londres tiene necesariamente que tratar con él. Los pordioseros deben obtener una licencia suya para poder trabajar y han de entregar la mayor parte de sus ingresos al rey de los mendigos.
Si Peachum controla la mendicidad, el monopolio del hurto callejero y del robo pertenece al gángster Makie el Navaja. Pese al acordado reparto de territorios laborales, Peachum y Mackie se enfrentan por una "mercancía" sobre la que ambos creen tener derecho: Polly, la hija de Peachum, que se ha casado con Makie contra la voluntad de su padre. Dado que, para Peachum ( y también en la opinión de Brecht, para toda la burguesía) incluso la boda de una hija es sólo un negocio, intenta sacar partido del fallido trato, aunque sea con posterioridad. Traiciona a su yerno denunciándolo ante la policía. Makie el Navaja termina en la cárcel y está previsto que sea ahorcado. En el último momento, llega la salvación desde las más altas instancias: la rein indulta al bandido y le da un título de nobleza. Le regala un palacio y una renta vitalicia. Ha triunfado la injusticia. Brecht escribió La ópera de cuatro cuartos como una crítica al capitalismo y camufló en su alegre opereta sus convicciones marxistas. Brecht insistió mucho en que los actores no cayeran en la tentación de representar a los bandidos como granujas sino todo lo contrario, es decir, personas respetables que sencillamente ejercen una actividad profesional sucia. En la escena de la boda de Mackie, en la que éste hace que se traigan montones de muebles robados, Brecht tenía la intención de mostrar las circunstancias que la sociedad burguesa impone al hombre que quiere fundar una familia: en el capitalismo, un burgués padre de familia tiene que convertirse forzosamente en un bandido si quiere mantener decentemente a los suyos. Polly, esposa de ladrón, hija burguesa en una sola persona, se metamorfosea en una mercancía que se intercambia entre hombres. Su amor por Mackie no cabe en su mundo social, porque en ese mundo no cuentan los sentimientos. El punto principal de la obra radica en que la liberación de Mackie es entonces justa, pero no porque el bandido sea inocente, sino porque Brecht considera que no hace nada que los demás no hagan: negocios sucios.

Fuente: A.L.López-Cultura, Bertolt Brecht

4.8.11

Leopoldo Lugones - Lluvia de fuego


Recuerdo que era un día de sol hermoso, lleno del hormigueo popular, en las calles atronadas de vehículos. Un día asaz cálido y de tersura perfecta. Desde mi terraza dominaba una vasta confusión de techos, vergeles salteados, un trozo de bahía punzado de mástiles, la recta gris de una avenida...

A eso de las once cayeron las primeras chispas. Una aquí, otra allá, partículas de cobre semejantes a las morcellas de un pabilo; partículas de cobre incandescente que daban en el suelo con un ruidecito de arena. El cielo seguía de igual limpidez; el rumor urbano no decrecía. Únicamente los pájaros de mi pajarera, cesaron de cantar. Casualmente lo había advertido, mirando hacia el horizonte en un momento de abstracción. Primero creí en una ilusión óptica formada por mi miopía. Tuve que esperar largo rato para ver caer otra chispa, pues la luz solar anegábalas bastante; pero el cobre ardía de tal modo, que se destacaban lo mismo. Una rapidísima vírgula de fuego, y el golpecito en la tierra. Así, a largos intervalos.

Debo confesar que al comprobarlo, experimenté un vago terror. Exploré el cielo en una ansiosa ojeada. Persistía la limpidez. ¿De dónde venía aquel extraño granizo? ¿Aquel cobre? ¿Era cobre?... Acababa de caer una chispa en mi terraza, a pocos pasos. Extendí la mano; era, a no caber duda, un gránulo de cobre que tardó mucho en enfriarse. Por fortuna la brisa se levantaba, inclinando aquella lluvia singular hacia el lado opuesto de mi terraza. Las chispas eran harto ralas, además. Podía creerse por momentos que aquello había ya cesado. No cesaba. Uno que otro, eso sí, pero caían siempre los temibles gránulos. En fin, aquello no había de impedirme almorzar, pues era el mediodía. Bajé al comedor atravesando el jardín, no sin cierto miedo de las chispas.