20.7.11

Jaime Sabines

¿Qué putas puedo?

Qué putas puedo hacer con mi rodilla,
con mi pierna tan larga y tan flaca,
con mis brazos, con mi lengua,
con mis flacos ojos?
¿Qué puedo hacer en este remolino
de imbéciles de buena voluntad?
¿Qué puedo con inteligentes podridos
y con dulces niñas que no quieren hombre sino poesía?
¿Qué puedo entre los poetas uniformados
por la academia o por el comunismo?
¿Qué, entre vendedores o políticos
o pastores de almas?
¿Qué putas puedo hacer, Tarumba,
si no soy santo, ni héroe, ni bandido,
ni adorador del arte,
ni boticario,
ni rebelde?
¿Qué puedo hacer si puedo hacerlo todo
y no tengo ganas sino de mirar y mirar?

*

Codiciada, prohibida...

Codiciada, prohibida,
cercana estás, a un paso, hechicera.
Te ofreces con los ojos al que pasa,
al que te mira, madura, derramante,
al que pide tu cuerpo como una tumba.
Joven maligna, virgen,
encendida, cerrada,
te estoy viendo y amando,
tu sangre alborotada,
tu cabeza girando y ascendiendo,
tu cuerpo horizontal sobre las uvas y el humo.
Eres perfecta, deseada.
Te amo a ti y a tu madre cuando estáis juntas.
Ella es hermosa todavía y tiene
lo que tú no sabes.
No sé a quién prefiero
cuando te arregla el vestido
y te suelta para que busques el amor.

*

Después de todo

Después de todo -pero después de todo-
sólo se trata de acostarse juntos,
se trata de la carne,
de los cuerpos desnudos,
lámpara de la muerte en el mundo.

Gloria degollada, sobreviviente
del tiempo sordomudo,
mezquina paga de los que mueren juntos.

A la miseria del placer, eternidad,
condenaste la búsqueda, al injusto
fracaso encadenaste sed,
clavaste el corazón a un muro.

Se trata de mi cuerpo al que bendigo,
contra el que lucho,
el que ha de darme todo
en un silencio robusto
y el que se muere y mata a menudo.

Soledad, márcame con tu pie desnudo,
aprieta mi corazón como las uvas
y lléname la boca con su licor maduro.

12.7.11

T.S.Eliot

Retrato de una dama

Has cometido —
fornicación: pero fue en otro país
y, además, la muchacha ha muerto.
— Marlowe, El judío de Malta [IV, 1]


I

Entre el humo y la niebla de una tarde de diciembre
dejas que la escena se arme sola —como ha de parecer—
con un “He reservado esta tarde para usted”;
y cuatro velas tenues en la sala oscurecida,
cuatro círculos de luz dibujándose en el techo,
un atmósfera de tumba de Julieta
preparada para todas las cosas a decir, o no decir.
Fuimos, digamos, a escuchar al polaco de moda
transmitir los Preludios, por el cabello y los dedos.
“Tan íntimo, este Chopin, que creo que su alma
debería resucitar sólo entre amigos,
dos o tres, que no tocaran la frescura
manoseada y cuestionada en las salas de concierto.”
— Y la charla así va derivando
entre deseos vacíos y lamentos elegidos con cuidado
sobre un fondo de atenuados tonos de violines
mezclados con débiles cornetas,
y comienza.

“No sabé cuánto significan mis amigos para mí,
y qué raro, qué raro y extraño es encontrar,
en una vida hecha de tantos, tantos fragmentos
(y eso por supuesto no me gusta... ¿lo sabía? ¡Usted no es ciego!
¡Es tan perceptivo!),
encontrar un amigo que tenga esas cualidades,
que tenga y ofrezca
esas cualidades de las que vive la amistad.
Cuánto significa para mí decirle esto...
sin esas amistades... la vida, ¡qué cauchemar!”

Entre el devaneo de los violines
y los solos fugaces
de cornetas entrecortadas,
un sordo tambor en mi cerebro
empieza a martillear absurdamente
su propio preludio,
caprichoso y monocorde,
que es al menos una clara, definida “nota falsa”.
— Tomemos aire, en un trance de tabaco,
admiremos los monumentos,
discutamos los últimos sucesos,
pongamos en hora nuestro reloj con un reloj de la calle
y sentémonos un rato a tomar nuestra cerveza.

II

Ahora que las lilas están en flor
tiene un jarrón de lilas en la sala
y gira con los dedos una lila mientras habla.
“Ah, amigo mío, usted no sabe, usted no sabe
lo que es la vida, debería retenerla entre sus manos”;
(girando lentamente cada tallo)
“La deja fluir de usted, la deja fluir,
y la juventud es cruel, y no tiene remordimientos
y se ríe de las cosas que no puede ver.”
Yo sonrío, por supuesto,
y sigo tomando el té.
“Pero con estos atardeceres de abril, que por alguna razón
me traen a la memoria mi vida enterrada, y París en primavera,
me siento inmensamente en paz, y encuentro que el mundo
es espléndido y joven, después de todo.”

La voz prosigue como el terco disonar
de un violín roto, en una tarde de agosto:
“Siempre estoy segura de que usted
entiende mis sentimientos, segura de que siente,
de que tiende su mano, al otro lado del abismo.

Usted es invulnerable, no tiene talón de Aquiles.
Seguirá avanzando, y cuando haya triunfado
podrá decir: en este punto muchos fracasaron.

¿Pero qué tengo yo, qué tengo yo que ofrecerle,
amigo mío, qué puede usted recibir de mí?
Sólo la amistad y la comprensión
de alguien que se acerca al final del camino.

Yo estaré sentada aquí, sirviendo el té a los amigos...”

Tomo el sombrero: ¿cómo compensar cobardemente
lo que ella me dijo?
Me verán en el parque, de mañana,
leyendo los chistes y la página deportiva.
Observo en particular:
una condesa inglesa sube al escenario,
matan a un griego en un baile de polacos,
otro estafador de bancos que confiesa.
Mantengo la compostura, el dominio de mí mismo,
excepto cuando un organillo, mecánico y cansado,
reitera una gastada tonada popular
con aroma a jacintos del jardín,
evocando cosas que otros han deseado.
¿Están bien o están mal estas ideas?

III

Cae la noche de octubre; regreso igual que antes
excepto por una leve sensación de incomodidad,
subo la escalera y giro el picaporte
y siento como si hubiera subido a gatas.
“Así que se está yendo al extranjero... ¿Y cuándo vuelve?
Pero esa pregunta no tiene sentido.
Difícilmente sepa cuándo volverá,
hallará tanto que ver...”
Mi sonrisa cae de golpe entre los adornos.

“Quizás me pueda escribir.”
Mi aplomo se reaviva por un instante;
esto es lo que esperaba.

“Me estuve preguntando con frecuencia últimamente
(¡pero el principio jamás sabe el final!)
por qué no hemos llegado a ser amigos.”
Yo me siento como alguien que sonríe, y al volverse
observa de repente su expresión en un espejo.
Mi aplomo se desvanece; estamos verdaderamente a oscuras.

“Porque todos lo decían, todos nuestros amigos,
¡todos estaban seguros de que nuestros sentimientos
nos unirían tanto! Yo misma apenas si lo entiendo.
Ahora debemos dejárselo al destino.
Me escribirá, al menos.
Quizás no sea demasiado tarde.
Yo estaré sentada aquí, sirviendo el té a los amigos.”
Y yo debo adoptar una forma diferente cada vez
para hallar expresión... bailar, bailar
como un oso bailarín,
chillar como un loro, parlotear como un mono.
Tomemos aire, en un trance de tabaco —

¡Bien! ¿Y si ella muriera una tarde,
una tarde gris y neblinosa, un anochecer amarillento y rosa;
si muriese dejándome sentado pluma en mano
con la niebla que baja a los tejados;
dudando, por un buen rato,
sin saber qué sentir o si comprendo
o si soy sagaz o necio, tarde o muy temprano...
no llevaría ella la ventaja, al fin y al cabo?
La música concluye con una “cadencia moribunda”,
ya que hablamos de morir —
¿Y tendría yo derecho a sonreír?

Thomas Stearn Eliot, St. Louis, Missouri, 1888-Londres, 1965

2.7.11

EL VIEJO Y EL MAR, Ernest Hemingway

Fragmentos

"Era un viejo que pescaba solo en un bote en el Gulf Stream y hacía ochenta y cuatro días que no cogía un pez. En los primeros cuarenta días había tenido consigo un muchacho. Pero después de cuarenta días sin haber pescado los padres del muchacho le habían dicho que el viejo estaba definitiva y rematadamente salao, lo cual era la peor forma de la mala suerte, y por orden de sus padres el muchacho había salido en otro bote que cogió tres buenos peces la primera semana...
El viejo era flaco y desgarbado, con arrugas profundas en la parte posterior del cuello...
¿Qué tal ha dormido, viejo? – preguntó el muchacho...
- Muy bien Manolín –dijo el viejo. Hoy me siento confiado...
-Buena suerte, viejo.
-Buena suerte – dijo el viejo...
...y cada uno se dirigió hacia aquella parte del océano donde esperaba encontrar peces.
...Pero hoy hace ochenta y cinco días y tengo que aprovechar el tiempo.
Justamente, entonces, mientras vigilaba los sedales, vio que una de las varillas verdes se sumergía vivamente...
A esta distancia de la costa, en este mes, debe ser enorme, pensó el viejo.
...acaso suba al venir la luna. Si no hace eso, puede que suba a la salida del sol. No tengo calambres y me siento fuerte. Él es quien tiene el anzuelo en la boca..
... una vez el pez dio un tirón que le causó una herida bajo el ojo. La sangre le corrió un poco por la mejilla..
...Justamente entonces el pez dio una súbita sacudida; el viejo fue a dar contra la proa y hubiera caído por la borda si no se hubiera aferrado y soltado un poco de sedal.
...Palpó cuidadosamente el sedal con la mano derecha y notó que su mano sangraba...
Sentía la firme tensión del sedal y su mano izquierda tenía calambre.
Es un pez fuerte y de calidad, pensó. Tuve suerte de engancharlo a él, en vez de un dorado...
Es dos pies más grande que le bote- dijo el viejo.
...Ahora, solo y fuera de la vista de tierra, estaba sujeto al más grande pez que había visto jamás,...
Lo despertó la sacudida de su puño derecho contra la cara y el escozor del sedal pasando por su mano derecha....
...Justamente entonces el pez irrumpió en la superficie haciendo un gran desgarrón en el océano y cayendo pesadamente luego...
La velocidad del sedal desollaba sus manos, pero nunca había ignorado que esto sucediera y trató de mantener el roce sobre sus partes callosas y no dejar escapar el sedal...
Luego, el pez, cobró vida, con la muerte en la entraña, y se levantó del agua, mostrando toda su gran longitud y anchura y todo su poder y belleza...
Sujetó el pez a la proa y a la popa y al banco del medio. Era tan grande, que era como amarrar un bote mucho más grande al costado del suyo...Pasó una hora antes de que le acometiera el primer tiburón...
El tiburón se acercó velozmente por la popa y cuando atacó al pez el viejo vio su boca abierta y sus extraños ojos y el tajante chasquido de los dientes al entrarle a la carne justamente sobre la cola... Le pegó con sus manos pulposas y ensangrentadas, empujando el arpón con toda su fuerza... El viejo se dio cuenta de que ya estaba muerto, pero el tiburón no quería aceptarlo...
Pero he matado al tiburón que atacó a mi pez, pensó...
Había navegado durante dos horas;..., tratando de reposar para estar fuerte, cuando vio el primero de los dos tiburones.
...el viejo clavó el cuchillo que había amarrado al remo en la articulación. Lo retiró, lo clavó de nuevo en los amarillos ojos felinos del tiburón.
El siguiente tiburón que apareció venía solo y era un hocico de pala...
Los tiburones se acercaron juntos y cuando vio al más cercano abrir las mandíbulas, y clavarlas en el plateado costado del pez, levantó el palo y lo dejó caer con gran fuerza y violencia sobre la ancha cabezota del tiburón....
Cuando entró al puertecito las luces de la Terraza estaban apagadas y se dio cuenta de que todo el mundo estaba acostado...
...Se paró un momento y miró hacia atrás y al reflejo de la luz de la calle vio la gran cola del pez levantada detrás de la popa del bote. Vio la blanca línea desnuda de un espinazo y la oscura masa de la cabeza con el saliente pico y toda la desnudez entre los extremos.
...Muchos pescadores estaban en torno al bote mirando a lo que traía amarrado al costado, y uno estaba metido en el agua, con los pantalones remangados, midiendo el esqueleto con un tramo de sedal...
¡Ese sí que era un pez!...
El muchacho llevó la lata de café caliente a la choza del viejo y se sentó junto a él hasta que despertó...
Me derrotaron Manolín –dijo -. Me derrotaron de verdad.
No. Él no. El no lo derrotó....

Ernest Miller Hemingway
(Oak Park, 21 de julio de 1899–Ketchum, 2 de julio de 1961)