19.3.10

Notas sobre un poema de Sergio Mansilla


Del horror a la esperanza

Poemas enterrados
Sergio Mansilla

Vinieron los peores días de represión,
cuando hasta el aire estaba embrujado
y no maduraban las siembras
ni había comercio en las ferias.
Entonces tuve que enterrar unos cuantos
poemas para el futuro.
Tal vez ya hayan germinado y crecido.
Tal vez todavía estén esperando las primeras
lluvias para levantar su índice al cielo.
En alguna parte del pasado
han de estar ahora,
en alguna quebrada vivirán ocultos
como monstruos de sueño.
Y estos Poemas son los que deambulan
por los montes, los verdaderos
prófugos de las verdaderas prisiones;
éstos que un día sembré bajo la tierra
para el futuro.


El texto que comentamos es un breve poema de Sergio Mansilla publicado primeramente en Noche de agua (1986) y vuelto a incluir en El sol y los acorralados danzantes (1991). Es pues un poema entrañable para su autor puesto que también acaba de seleccionarlo para un volumen antológico de poetas chilenos de próxima publicación. Ambos libros fueron escritos durante los años de la dictadura militar en Chile y éste poema, en particular, apunta directamente a la represión, a los temores que llegaron y se mantuvieron por casi dos décadas en la sociedad chilena los años de la dictadura y principalmente al valor del testimonio poético como herramienta contra el olvido. El poema en sí tiene el tono elegíaco típico de mucha de la poesía contestataria escrita en el sur de Chile en esos años. Cierto es que no falta al final del texto un débil tono de esperanza, pero a decir verdad se trata de una esperanza a medias puesto que el poeta/hablante no la ve realizable en un futuro cercano. Este poema es, indudablemente, un buen ejemplo de lo que podríamos clasificar como parte de la poesía política testimonial de la contingencia histórico-social chilena escrita por Mansilla durante la dictadura; sin olvidar que en ésta también se entrecruzan varios elementos de lo que Iván Carrasco ha denominado 'poesía etnocultural.'

A nuestro parecer, Sergio Mansilla Torres (1958), es uno de los poetas mejor dotados entre sus pares chilenos de la generación que empezó a escribir y/o a publicar con posterioridad al golpe de estado de 1973. El autor de Noche de agua ha sabido interpretar como pocos el espíritu de sus contemporáneos, la angustia de esos años mortificada diariamente por los hechos, la sensibilidad atormentada por la inminencia de la represión, la imagen de la muerte como un horrible maleficio, vivo y omnipresente, al mismo tiempo que la marginalidad de la minoría socio-cultural que habita en el archipiélago de Chiloé. No debe pasarse por alto que en ambos libros este poema forma parte de la sección titulada "Mito-Historia." Así, en el poema que comentamos, la pluma de Mansilla --sin apartarse un ápice de la visión de mundo isleña-- apunta con precisión sobre los principales temores que durante la dictadura militar aquejaban a los chilenos, temores nada de distintos a los que debe sufrir cualquier otro pueblo oprimido y aterrorizado por un régimen de facto.

El tema es sencillo, pero poderosamente dramático en su sencillez (Mansilla, en general, no opta por la originalidad de los temas sino por la belleza y la pulcritud de su tratamiento artístico). El título ya lo señala, son esos "Poemas enterrados" por el poeta, quien por ese conducto intenta dejar un testimonio de esa historia de horror y angustia que otros quieren borrar de una plumada, suprimirlo para siempre de la memoria de todos. Por eso, el poeta --en este caso la persona que habla en el texto-- decide ocultar sus poemas bajo tierra (por temor a la represión y a los millones de ojos que ésta posee) con el propósito de dejar su versión de ese tiempo para que otros puedan conocerla cuando la normalidad vuelva a su cauce en su país.

"Poemas enterrados" (título plural que sugiere un testimonio in extenso) es un poema breve, compuesto por 18 versos de métrica irregular, verso libre y sin rima. Esta estructura atiende en primera instancia al propósito de presentar el texto como una evocación libre y emotiva de un tiempo amargo--quizás el más amargo--de su vida personal, así como también de la historia de su país. La sencillez del lenguaje es la apropiada a la persona del poeta/hablante quien mira/ve/sufre el mundo desde sus ojos de campesino (campesino chilote, debería agregarse), como es fácil deducir por sus alusiones a brujos, siembras, ferias, germinación, lluvias y a todo ese ambiente mítico-realista (de "Mito-Historia") que pinta magistralmente el texto.

La materia del tema se reparte en cinco apartados fácilmente identificables. Se abre el poema con la remembranza del tiempo del horror, "Vinieron los peores días de represión" (versos 1-4); el apartado b) comprende los versos 5-6 y expone la reacción del poeta ante el riesgo en que vive (y con él la memoria histórica) y expresa su propósito; en el apartado c) versos 7-9, se manifiesta la esperanza (el deseo, más bien) de que se mantenga viva la memoria atesorada en los poemas; el apartado d) versos 10-13, el temor a que esos poemas se encuentren presos en la cárcel del pasado (cárcel temporal, no física) y, finalmente, los últimos cinco versos, apartado e) la revelación de que ese tiempo de horror aún persiste puesto que esos Poemas escritos para el futuro viven todavía ocultos en los montes, temerosos a la poderosa garra de las fuerzas del mal (la legalidad vigente).

El hecho que el poema se abra intempestivamente con el recuerdo acongojado de los días de represión señala que ése es un tiempo presente permanentemente, un tiempo paradójicamente vivo, inmóvil e inamovible, congelado para siempre en la memoria del hablante. El verbo que abre el poema ("Vinieron") parece indicar la llegada de personas (son las personas generalmente quienes vienen o van). De este modo, el tiempo de la represión se vuelve una presencia física, palpable, antropomorfa, aunque bestial. Fue ése un tiempo prolongado--según se sugiere--, pero no todo ese periodo nos retrata el poema sino un lapso muy preciso y claramente identificado: el de "los peores días de represión." Es entonces --y a causa de ese aire amenazante-- cuando ese específico espacio de mundo y de historia se vuelve un microcosmos gobernado por la maldición de los brujos malos ("hasta el aire estaba embrujado") que atizonó las tierras, el comercio y la vida en general ("no maduraban las siembras/ ni había comercio en las ferias"). Fija el poeta atentamente la mirada en las notas que definen y marcan la hondura del dolor y la tenacidad de la fuerza maligna. Los elementos ponderativos y descriptivos se van sumando en una serie de alusiones de distinto orden (el aire embrujado, la improductividad de los campos, la falta de comercio). La maldición o castigo había caído sobre todos (en el macromundo, Chile) y en el micromundo, sector rural de Chiloé, desde el cual observa, siente y sufre la persona que nos habla en este poema --rasgo característico de los dos primeros libros Mansilla-- como es posible notar por las referencias de la vida rural, la superstición y el mundo mítico.

El recuerdo del poeta/hablante se intensifica, precisa e ilumina en un momento de ese pasado: "Entonces tuve que enterrar unos cuantos/ poemas para el futuro." La aflicción del poeta y el deber/misión que le corresponde cumplir son trazados con precisión al reconstruir este detalle: "Entonces tuve que enterrar unos cuantos poemas." Sorprende la elección del verbo. No se trata de esconder, ocultar ni guardar los poemas sino de enterrarlos igual como se hace con los muertos, lo que nos inclina a conectar estos poemas que se entierran con las personas muertas y enterradas como consecuencia de la represión[1] . Entendido así, estos "Poemas enterrados," y humanizados por ese acto, vienen a ser otras víctimas de la represión militar. Sin embargo, el final de la frase poética desliza el objetivo de su acción. El poeta ha decidido enterrar "unos cuantos/ poemas para el futuro." Este elemento, que no es un detalle casual ni aledaño, otorga al poema que estamos leyendo y a los poemas enterrados (de los que nos enteramos por el poema que leemos) una nueva dimensión, la dimensión de la esperanza, la noción de que no hay mal que sea eterno y que el poeta, a través de su escritura y de la tremenda obstinación que lo mueve, puede y debe dejar testimonio de su tiempo (este tiempo de crisis), por si hubiera un futuro distinto en el que las condiciones permitieran a sus eventuales lectores desenterrar los poemas y descubrir el testimonio que encierran. Decimos que gracias a ese elemento ("para el futuro") fluye un nuevo sentido en el entramado poético pues la factibilidad de ese hecho (desentierro de los poemas y revelación de la historia escondida/ acallada) abona la factibilidad de una esperanza a partir del desentierro y descubrimiento de estos poemas (palabras de fe en un futuro mejor) que en la conciencia del lector traerán aparejada la idea de un descubrimiento análogo, tal vez, junto con la historia verdadera, los cuerpos de los desaparecidos, enterrados "por malas manos" con un propósito completamente opuesto.

En los versos 7-9 el oleaje del poema cambia la perspectiva. El poeta se aparta temporalmente de ese recuerdo amargo, abandona el uso de las formas verbales en tiempos pasados (vinieron-estaba-maduraban-había) y opta por diversas formas del subjuntivo (hayan germinado-estén esperando), por la impersonalidad del infinitivo (levantar), la forma compuesta "han de estar" y el futuro de probabilidad ("vivirán") con el objeto de retratar un presente (el suyo y el de los poemas) marcado por el signo de la eventualidad, que en este contexto es otra forma de decir de pura incertidumbre. A las formas verbales se suman la reiteración anafórica del adverbio de duda "tal vez" que contribuye igualmente a remarcar lo hipotético de la realización de su deseo o esperanza.

Si en los primeros versos dominaba el recuerdo agobiador de los días ominosos de la represión como una condena sobre el estado anímico del hablante, aquí (versos 7-9) la esperanza se asienta en el conciencia del poeta. Tal vez el riesgo corrido en esos días (riesgoso era intentar la pervivencia de la memoria) haya valido la pena, tal vez estén próximos (latentes en algún lugar) a producir sus frutos. Los "Poemas enterrados" (título y tema, reitero) se metamorfosean en plantas en la conciencia campesina del hablante (planta que es alimento, a la vez que producto del trabajo humano y la fertilidad de la tierra), como si la fe puesta por el poeta al enterrar/sepultar esos escritos hubiera potenciado al máximo ese entierro/sepultura (signo de muerte) transmutándolo en siembra, germinación y crecimiento (signos de vida).

No discutimos que se trata tan sólo de una probabilidad ("Tal vez todavía estén esperando las primeras/ lluvias"), no de un hecho, pero existe, está allí, y es un poderoso estímulo a la esperanza la idea de esas plantas/poemas/seres humanos que tras las primeras lluvias (signo de fertilización, de nueva vida) levantaran "su índice (acusador) al cielo." Es decir que estos poemas/plantas/seres humanos así magnificados por la poderosa metáfora no habrán de ser únicamente testimonio de lo que pasó sino que habrán de cumplir además una función acusatoria señalando a los culpables, e indicando al cielo en evidente clamor de justicia. Al cielo--parece decir el poeta--debe pedírsele aquello que no es dable esperar de la justicia humana.

Sin embargo, la fuerte emoción que aflige al hablante lo arrastra a un estado de desesperación y desconfianza en el presente. No es en el presente donde él imagina la existencia de esos poemas sino "En alguna parte del pasado/ (es donde) han de estar ahora." Pareciera que el presente no es un tiempo para la realización de tan entrañables sueños y esperanzas. El pasado se ha vuelto una hermética prisión (mundo mítico regido por leyes propias), en un tiempo del cual no pueden zafarse ni los testimonios escritos (poemas enterrados) ni la memoria atormentada del poeta. Esos restos de memoria no pueden ser arrebatados de allí como si sobre ellos pesara una inquebrantable maldición. Los poemas (la escritura de la memoria histórica) se han vuelto entes fantasmagóricos, monstruosos, pesadillescos, inasibles, viviendo su vida fantasmal lo más apartada y escondida de las personas: "En alguna quebrada vivirán ocultos/ como monstruos de sueño." Aquí nos enfrentamos a una, al menos, triple lectura: a) los poemas permanecen el pasado por temor a revelar en el presente una realidad cruelmente horrorosa que volvería a repetir esos dolores en la gente, acrecentándolos; b) la memoria del horror se ha vuelto un monstruo de pesadilla en su inhumano escondite; c) las memorias de esos días, en el presente de la escritura, no son sino otro capítulo de la vasta mitología regional, así como los brujos, el basilisco o el camahueto.

El apartado último viene a poner las cosas en su lugar. Armónicamente combina los dos órdenes de cosas que ya habíamos adelantado. Los poemas enterrados, "estos Poemas" --así con mayúscula como si se tratara de un nombre de persona-- se hacen Uno con el recuerdo de todos los que han sufrido la violencia y la opresión de esa dictadura que es también la opresión de brujos y fantasmas, y se nos viene la imagen de los detenidos-desaparecidos que no tienen descanso ni tregua en la memoria de sus seres amados. Así, los últimos cinco versos concluyen magníficamente el tema sacando a la luz (desenterrando también) la idea que ha permanecido sumergida a lo largo de todo el texto: "estos Poemas son los que deambulan/ por los montes, los verdaderos/ prófugos de las verdaderas prisiones;/ éstos que un día sembré bajo la tierra/ para el futuro." Los Poemas enterrados, así como los detenidos desaparecidos que la política oficial ha tratado de diluir en las aguas del olvido, renacen y se revitalizan en la memoria de su pueblo, libres en su intimidad, aunque todavía no más allá de ese pequeño círculo. Unos y otros son "los verdaderos prófugos/ de las verdaderas prisiones."

Es evidente que para el poeta, las verdaderas prisiones no son ni fueron únicamente las cárceles ni los campos de concentración de la dictadura con sus altas murallas y sus guardias armados. Las peores cárceles fueron: la cárcel de la conciencia, la proscripción de las ideas, la censura y la autocensura, la íntima cárcel que se llevaba adentro (como si uno mismo se hubiera transformado en su propia tumba), hasta llegar a este futuro (es decir, el presente del emisor en los cinco versos finales) donde el poeta confirma que aún ese futuro al que alude en los versos 6 y 18 no llega. Pero consecuentemente con la idea de esperanza que persiste a pesar de todo, afirma en presente (ya no en pasado como en los versos anteriores) que "estos Poemas son los que deambulan/ por los montes," que (estos Poemas) "son los verdaderos/ prófugos de las verdaderas prisiones," y finalmente que (estos Poemas) son los "que un día sembré bajo la tierra/ para el futuro." La fuerza y el anhelo que recorre todo el poema se vale de esta triple afirmación para iluminar la esperanza. Así manifiesta que aunque el tiempo de su realización se siga extendiendo hasta la exageración, la tal esperanza está viva en él mientras esos Poemas suyos se mantengan prófugos de las prisiones.

La secuencia del poema se ha organizado de manera tan simple como admirable creando la imagen de un mundo dominado a la mala por el terror de la represión (dictadura) y por la maldición de los brujos (superstición) que no son más que las dos manos del mismo monstruo (historia-mito / mundo nacional-mundo local). A lo largo del poema los verbos ofrecen ciertos indicios que auguran la esperanza y la afirmación final. De "enterrar" se pasa a "germinar" y luego a "crecer," secuencia que nos permite inferir que el entierro de los poemas no ha sido sepultura para el olvido sino siembra para la memoria. Por eso están allí, dice el poeta, "éstos (poemas) que un día sembré bajo la tierra/ para el futuro." Ese futuro que el obstinado poeta/hablante no quiere poner en duda, ese futuro que, por muy lejano se encuentre, algún día habrá de llegar. El poema se cierra con la revitalización de un tópico de la poesía testimonial hispanoamericana de base cristiana, la muerte no es el final, el entierro no es adiós definitivo ni menos olvido, asimismo como afirma Ernesto Cardenal en uno de sus Epigramas: "pensaban que lo enterraban/ y lo que hacían era enterrar una semilla."

Nota:

También nosotros (lectores fácticos) estamos descubriendo y desenterrando este/os poema/s de la sepultura del libro cerrado.




[1] Tampoco debemos olvidar que en Chiloé entierro también tiene la acepción de "tesoro”.
"Anda tratando de encontrar un entierro” dirá alguien refiriéndose a riquezas supuestamente enterradas/escondidas en el tiempo de la colonia cuando los piratas atacaban las villas y poblados del archipiélago. De manera que en enterrar los poemas también significaría transformarlos en un "tesoro" que las personas alguna vez habrán de buscar.



El presente artículo fue publicado originalmente en: Entrecaminos. Center for Latin American Studies, Georgetown University. Vol. 6, 13-19, 2001.

17.3.10

OLGA OROZCO



ÉSA ES TU PENA

Ésa es tu pena.

Tiene la forma de un cristal de nieve que no podría existir si

no existieras

y el perfume del viento que acarició el plumaje de los

amaneceres que no vuelven.

Colócala a la altura de tus ojos

y mira cómo irradia con un fulgor azul de fondo de leyenda,

o rojizo, como vitral de insomnio ensangrentado por el adiós

de los amantes,

o dorado, semejante a un letárgico brebaje que sorbieron los ángeles.

Si observas al trasluz verás pasar el mundo rodando en una lágrima.

Al respirar exhala la preciosa nostalgia que te envuelve,

un vaho entretejido de perdón y lamentos que te convierte en reina del reverso del cielo.

Cuando la soplas crece como si devorara la íntima sustancia de una llama

y se retrae como ciertas flores si la roza cualquier sombra extranjera.

No la dejes caer ni la sometas al hambre y al veneno;

sólo conseguirías la multiplicación, un erial, la bastarda maleza en vez de olvido.

Porque tu pena es única, indeleble y tiñe de imposible cuanto miras.

No hallarás otra igual, aunque te internes bajo un sol cruel entre columnas rotas,

aunque te asuma el mármol a las puertas de un nuevo paraíso prometido.

No permitas entonces que a solas la disuelva la costumbre, no la gastes con nadie.

Apriétala contra tu corazón igual que a una reliquia salvada del naufragio:

sepúltala en tu pecho hasta el final, hasta la empuñadura.

*

LAS MUERTES

He aquí unos muertos cuyos huesos no blanqueará la lluvia,

lápidas donde nunca ha resonado el golpe tormentoso

de la piel del lagarto,

inscripciones que nadie recorrerá encendiendo la luz

de alguna lágrima;

arena sin pisadas en todas las memorias.

Son los muertos sin flores.

No nos legaron cartas, ni alianzas, ni retratos.

Ningún trofeo heroico atestigua la gloria o el oprobio.

Sus vidas se cumplieron sin honor en la tierra,

mas su destino fue fulmíneo como un tajo;

porque no conocieron ni el sueño ni la paz en los

infames lechos vendidos por la dicha,

porque sólo acataron una ley más ardiente que la ávida

gota de salmuera.

Esa y no cualquier otra.

Esa y ninguna otra.

Por eso es que sus muertes son los exasperados rostros

de nuestra vida.

*

JUGABAS A ESCONDERTE...

XIV

Jugabas a esconderte entre los utensilios de cocina

como un extraño objeto tormentoso entre indecibles faunas,

o a desaparecer en las complicidades del follaje

con un manto de dríada dormida bajo los velos de la tarde,

o eras sustancia yerta debajo de un papel que se levanta y anda.

Henchías los armarios con organismos palpitantes

o poblabas los vestidos vacíos con criaturas decapitadas y fantasmas.

Fuiste pájaro y grillo, musgo ciego y topacios errantes.

Ahora sé que tratabas de despistar a tu perseguidora con efímeras máscaras.

No era mentira el túnel con orejas de liebre

ni aquella cacería de invisibles mariposas nocturnas.

Te alcanzó tu enemiga poco a poco

y te envolvió en sus telas como con un disfraz de lluviosos andrajos.

Saliste victoriosa en el irreversible juego de no estar.

Sin embargo, aún ahora, cierta respiración desliza un vidrio frío por mi espalda.

Y entonces ese insecto radiante que tiembla entre las flores,

la fuga inexplicable de las pequeñas cosas,

un hocico de sombra pegado noche a noche a la ventana, no sé, podría ser,

¿quién me asegura acaso que no juegas a estar, a que te atrapen?

De "Cantos a Berenice" 1920