27.4.15

EL MUNDO MIRA AL MUNDO



EL MUNDO MIRA AL MUNDO
Por Ítalo Calvino

A raíz de una serie de contrariedades intelectuales que no vale la pena recordar, el señor Palomar ha decidido que su principal actividad será mirar las cosas desde fuera. Un poco miope, distraído, introvertido, no cree pertenecer a ese tipo humano que suele ser calificado de observador. Y sin embargo, siempre le ha ocurrido que ciertas cosas una pared de piedra, una conchilla, una hoja, una tetera se le presenten como solicitándole una atención minuciosa y prolongada: se pone a observadas casi sin darse cuenta y su mirada comienza a recorrer todos los detalles y no consigue desprenderse de ellos. El señor Palomar ha decidido que en adelante redoblará su atención: primero, no pasando por alto esos reclamos que le llegan de las cosas; segundo, atribuyendo a la operación de observar toda la importancia que merece.

Llegado a ese punto sobreviene un primer momento de crisis: seguro de que de ahora en más el mundo le revelará una riqueza infinita de cosas que mirar, el señor Palomar trata de fijarse en todo lo que encuentra a tiro: no saca ningún placer y abandona. Sigue una segunda fase en que se convence de que las cosas para mirar son sólo algunas y no otras, y que él debe ir a buscadas; para eso debe enfrentarse cada vez con problemas de elección, exclusiones, jerarquías de preferencia; en seguida comprende que lo está echando a perder todo, como siempre que hace intervenir el propio yo y todos sus problemas con el propio yo.

¿Pero cómo se hace para mirar una cosa dejando de lado el yo? ¿De quién son los ojos que miran?. Por lo general se piensa que el yo es alguien que está asomado a los propios ojos como al antepecho de una ventana y mira el mundo que se extiende delante en toda su vastedad. Por lo tanto: hay una ventana que se abre al mundo. Del otro lado está el mundo, ¿y de éste? Siempre el mundo: ¿qué otra cosa va a haber? Con un pequeño esfuerzo de concentración Palomar consigue desplazar el mundo de allí adelante y acomodado  asomado al antepecho. Entonces, fuera de la ventana, ¿qué queda? También el mundo, que en esta ocasión se ha desdoblado en mundo que mira y mundo mirado. ¿Y él, llamado también «yo», es decir, el señor Palomar? ¿No es también él un fragmento de mundo que está mirando otro fragmento de mundo? O bien, dado que está el mundo de este lado y el mundo del otro lado de la ventana, tal vez el yo no sea sino la ventana a través de la cual el mundo mira al mundo. Para mirarse a sí mismo el mundo necesita los ojos (y las gafas) del señor Palomar.


Por lo tanto, no basta que Palomar mire las cosas del lado de fuera y no del de dentro; de ahora en adelante las mirará con una mirada que venga desde fuera, no desde dentro de él. Trata de hacer de inmediato la experiencia: ahora no es él quien mira, sino el mundo de fuera que mira afuera. Establecido esto, gira la mirada en torno esperando una transfiguración general. Pero no. La habitual grisalla cotidiana lo rodea. Hay que volver a estudiar todo desde el principio. Que sea el fuera quien mira el fuera, no basta: de 10 mirado es de donde debe partir la trayectoria que lo liga a lo que mira.

De la muda extensión de las cosas debe partir una señal, un reclamo, una guiñada: una cosa se separa de las otras con la intención de significar algo ...¿qué? Ella misma, una cosa está contenta de ser mirada por las otras cosas sólo cuando se convence de significarse a sí misma y nada más, en medio de las cosas que se significan a sí mismas y nada más.

Las ocasiones de este tipo no son desde luego frecuentes, pero antes o después han de presentarse: basta esperar que se verifique una de esas afortunadas coincidencias en que el mundo quiere mirar y ser mirado en el mismo instante y que el señor Palomar pase justamente por allí. Es decir, el señor. Palomar no debe siquiera esperar, porque estas cosas ocurren solamente cuando menos se lo espera.

14.4.15

LA MUJER SIN MIEDO - EDUARDO GALEANO

“Hay criminales que proclaman tan campantes ‘la maté porque era mía’, así no más, como si fuera cosa de sentido común y justo de toda justicia y derecho de propiedad privada, que hace al hombre dueño de la mujer. Pero ninguno, ninguno, ni el más macho de los supermachos tiene la valentía de confesar ‘la maté por miedo’, porque al fin y al cabo el miedo de la mujer a la violencia del hombre es el espejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo”

Eduardo Galeano