31.7.10

Estanislao Zeballos, apologista de la inmigración

Si se recuerda a Estanislao Zeballos, es por su literatura de frontera. Callvucurà y la dinastía de los piedra (1884), Painé y la dinastía de los zorros (1886) y Relmu, Reina de los pinares (1887) son –a criterio de Adolfo Prieto- “las más valiosas de toda su producción” (1). Sin embargo, no se agotó allí el talento de este estadista, legislador, periodista y escritor que siendo muy joven nos legó obras que sorprenden por la documentación consultada y por la fuerza con que expone su tesis.

Teniendo menos de treinta años –había nacido en 1854, en Rosario-, concibió el proyecto de un tratado en varios volúmenes en el que presentaría diversos aspectos geográficos y que llevaría por título general Descripción amena de la República Argentina. De esta ingente obra aparecieron sólo tres tomos: Viaje al país de los araucanos (1881), La rejión del trigo (1883) y A través de las cabañas (1888).

Es en el segundo de ellos en que Zeballos realiza una interesante apología de la inmigración, llamativa sobre todo por provenir del hombre que fundara la Sociedad Rural Argentina.

El colono

En La rejión del trigo(2) sostiene que “Es peculiar de los hombres primitivos y de las sociedades embrionarias huir de la luz que redime como de la llama que quema”. Por el contrario -afirma-, “si el viajero es como yo, argentino de buena ley, se encanta en el sentimiento patriótico, en el noble y justo amor a nuestra tierra de que hacen orgullosa ostentación los colonos”, por ejemplo, “cuando acostumbran hacer un intermedio a media fiesta para tributar homenage á la República Argentina bailando un aire nacional: el gato”. Tanto los nativos como los extranjeros se benefician con la apertura de la inmigración, ya que –señala- “Un colono colocado es una fuente de riqueza privada y de renta pública”.

Se refiere a las corrientes de la inmigración: “Dos corrientes notables caracterizan el movimiento emigratorio de Europa. Los hijos del Norte, principalmente los Anglosajones, los alemanes y escandinavos, se dirijen hacia los Estados Unidos y la Australia, atraídos por afinidades de raza, de religión, de hábitos y de clima. La raza latina, dueña de la Europa meridional, se encamina casi exclusivamente à la República Argentina, cuyas instituciones hospitalarias, un clima templado y saludable, el origen y la lengua brindan el teatro soñado para las espansiones del hombre que aspira á la riqueza y á la libertad”.

“No existe país sobre la tierra donde los estrangeros gocen de mayor amparo, de estímulos más positivos y de privilejios más atrayentes y completos que en la República Argentina –asevera-. Conservan desde luego su nacionalidad y su relijion, al amparo de una constitución adelantadísima, que ofrece sus derechos y garantías à todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino. Gozan de libertad de trabajo y de industria, de navegación y de comercio, de petición á las autoridades, de tránsito en el territorio nacional, de publicar sus ideas por la prensa sin censura prévia, de enseñar y aprender y de asociarse con propósitos útiles, coronando el cuadro de estos derechos el de propiedad, sin trabas ni condiciones (Artículo 4 de la Constitución)”.

Como prueba de ello, nos habla de la transformación que se opera en el extranjero que se establece aquí. Cuando arriba a nuestra tierra, su situación es lamentable: “Mirad al colono en el muelle, pobre, desvalido, conducido hasta allí después de haber sido desembarcado á espensas del gobierno, sin relaciones, sin capital, sin rumbos ciertos, ignorante de la geografía argentina y de la lengua castellana, lleno de las zozobras y de las palpitaciones que agitan al corazón en el momento supremo en que el hombre se para frente a frente de su destino para abordar las soluciones del porvenir, con una energía amortiguada por la perplejidad que produce la falta de conocimiento del teatro que se pisa, y las rancias preocupaciones sobre nuestro carácter, el más hospitalario del mundo por redondo y el más vejado en Europa por nécias o pérfidas publicaciones. Solamente lo alientan en tan extraña situación de espíritu las aptitudes que lo adornan y la voluntad de hacerlas valer”.

Tiempo después, hallamos al colono ya establecido: “Venid ahora conmigo á ver á este mismo inmigrante en el primer grado de su transformación social. Hélo aquí! Sale à recibirme en su hogar, porque ya tiene un hogar. Su espontaneidad y la espresión de alegría sincera en su semblante tostado y percudido, dicen con toda verdad el bienestar de su alma. ¡Cuán hermoso es el contraste!”.

Propuestas

Acerca del número de inmigrantes que llegan a nuestro país, señala: “A pesar de estas maravillosas seducciones la inmigración nos llega en una corriente apenas perceptible, comparada con la cifra de seiscientas mil almas que ingresan anualmente à los Estados Unidos; y el cultivo de los campos solitarios se retarda por falta de brazos, devorada su savia por selvas inexploradas o por infecundos pajonales".

Sostiene que “La causa de la lenta fecundación de tan soberbios elementos de Civilización, ni es por consiguiente asunto esencial, sino de procedimientos: y hasta ahora hemos procedido erróneamente”.

Distingue entre inmigración espontánea y artificial. Cree que lo que debe hacerse es “limitarse a estimular la inmigración espontánea”, la que “se mueve por sí misma y paga su viaje, atraída por noticias adquiridas de las ventajas que le proporcionará nuestro teatro de trabajo, ó decidida por consejos ó proposiciones y aun contratos que le brindan sus parientes y amigos establecidos felizmente en la República”.

“La inmigración artificial nos ha llegado por obra y efecto de la acción de agentes gubernativos enviados á Europa à reclutarla. Los medios empleados han sido muchos y malos. El enganche se hizo durante la guerra del Paraguay para remontar los cuerpos de ejército de línea, y se practica actualmente para engrosar los ejércitos que empleamos en construir ferro-carriles”

“La propaganda ha sido empleada con elementos ineficaces, apenas perceptible y solamente en las grandes capitales, de donde nos enviaba brazos útiles en proporción inferior à la de los ancianos, inválidos, viciosos, incorregibles y holgazanes, que se acumulaban en Buenos Aires, principalmente, sirviendo en los pequeños oficios, en las obras y en los talleres. En esta inmigración oficial no escaseaban criminales”.

“Estos reclutamientos, como los hechos por cuenta de los gobiernos para formar colonias, han sido generalmente deplorables, con numerosas excepciones por la mala calidad de la inmigración del punto de vista de nuestros propósitos y necesidades y por las explotaciones pecuniarias de que el Gobierno como los mismos inmigrantes han sido víctimas a veces”.

A su criterio, muy distintos son el inmigrante espontáneo y el oficial: “Aquel es confiado, resignado, enérgico, perseverante y lleno de fe y de iniciativa. Este viene, como el niño mal criado, soberbio, exigente, sin iniciativa, poco dispuesto al rudo trabajo y esperándolo todo del Gobierno: comida, ropa y riqueza. El espíritu de protesta y de rebelión palpitan en su manera de proceder; y el trabajo y la fatiga son para él una injuria, un tormento, un martirio, contra el cual grita y se alza diciéndose engañado”.

Condena “el sistema de promover y reclutar oficialmente la inmigración. La palabra de los agentes y de los contratistas está desacreditada en Europa desde el siglo pasado. No solamente es ineficaz: no es siquiera oída”.

Otro de los problemas que advierte es la ausencia de datos acerca de los inmigrantes que arriban a nuestro país: "El estado de abandono de estos asuntos raya en lo asombroso, en cuanto el Departamento mismo de Inmigración ignora las cifras, que debieran serle familiares y su colección prolija uno de sus primordiales deberes”. Señala “la urgencia de implantar un procedimiento regular que ofrezca los guarismos exactos del vaivén de nuestra población sobre la inmensa vía del Atlántico”.

Su aporte va más allá del planteo de la situación que se vive a fines del siglo XIX. Intenta producir un cambio, y lo hará desde su banca: “Este libro quedaría trunco –expresa- si no condensara sus hechos y conclusiones en la forma positiva de un proyecto, que mi posición de diputado nacional me permite introducir al seno mismo de los poderes públicos”.

En su “Ley de Estrangeros” se ocupa de la organización del Departamento Nacional de Inmigración, Colonización y Agricultura, la administración de las Tierras Públicas, la naturalización, la contabilidad, la estadística y publicidad, entre otros asuntos, que permitirán –desde su punto de vista- incrementar el número de inmigrantes y lograrán, al mismo tiempo, que lleguen a nuestra tierra los más motivados, quienes encontrarán, sobre todo en las colonias del interior, una vida apacible y próspera, a pesar del enorme esfuerzo que deban realizar.

Notas

1. Prieto, Adolfo: en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.

2. Zeballos, Estanislao S: La región del trigo. Madrid, Hyspamérica, 1984.

María González Rouco


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(Rosario de Santa Fe, 1854 - Liverpool, 1923) Político y jurisconsulto argentino. Fue un eminente promotor de la cultura argentina de finales del siglo XIX y principios del XX, pero su obra es muy polémica a causa de su relación con los aspectos más siniestros de la política de su país.

Tras estudiar en el Colegio Nacional de Buenos Aires, ingresó en la Facultad de Ingeniería y Derecho. Simultaneó entonces su carrera con el puesto de secretario de la Comisión popular de salud. Más tarde colaboró con algunos periódicos en la redacción de diversos artículos. Inició su labor docente en algunos institutos de Educación Secundaria y posteriormente fue profesor universitario. Ocupó varios cargos públicos: fue diputado nacional, diplomático y ministro de Relaciones Exteriores.

De esta etapa de su vida lo más destacado fue que, en 1872, bajo la protección del departamento de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires, fundó la Sociedad Científica Argentina, sociedad para la que redactó los estatutos y fue uno de los creadores de su boletín: Los Anales, que con el tiempo se convirtió en la publicación más importante del sector y fue promotora del avance científico del país. También fue el creador de la Sociedad Rural, el Club Progreso y el Círculo de Periodistas.

En 1878, el presidente Julio Roca le pidió que escribiera una obra destinada a convencer a los miembros de la Cámara de la necesidad de solucionar económicamente la Campaña al Desierto, cuyo resultado fue el exterminio de las poblaciones indígenas. Al año siguiente y fruto de los numerosos estudios geográficos que se estaban llevando a cabo desde la fundación de la Sociedad Científica, creó el Instituto Geográfico Argentino.

Durante la década de los ochenta Zeballos fue titular de numerosos cargos públicos. Formó parte de la Cámara de Diputados y desde allí realizó numerosas reformas, como las llevadas a cabo en el Código de Procedimiento, el del Comercio, la Ley de Creación de Colonias Agrícolas, la de Vinos, la de Ferrocarriles y la de creación de la Universidad Federal de Rosario. Estuvo al frente del ministerio de Asuntos Exteriores y su actuación como jurista internacional elevó la imagen de su país en el extranjero. Sin embargo, durante la legislatura del presidente Figueroa Alcorta, Zeballos intuyó un posible conflicto armado con Brasil y aconsejó el armamento del país. Por este error tuvo que dimitir de su cargo. Pero su actividad política no se cortó de raíz, ya que desde 1912 ocupó el cargo de diputado nacional.

22.7.10

VECINDAD Y CO-PERTENENCIA EN EL "DECIR" POÉTICO DE NERUDA [*]

Como es sabido, el pensador alemán Martin Heidegger ha sostenido que "el Lenguaje es la casa del Ser" [1] y que en el pensar adviene éste al lenguaje. De esta manera, lo que hace el pensar es establecer una relación de la esencia del hombre con el propio Ser. Pues bien, en tal sentido, para Heidegger, tanto el filósofo como el poeta corresponden a las figuras vigilantes de esta "morada" que es el lenguaje. Y la "custodia" que llevan a cabo consiste, precisamente, en el acto de "pro-ducir" (producere) la patencia del Ser, que ellos se encargan de llevar al lenguaje en que la guardan. Este producir, ahora, no es sino un "desplegar" (Wesen) en plenitud al Ser mismo; que es lo desplegable en toda propiedad.

De acuerdo con lo anterior, se puede señalar que el lenguaje viene a constituirse en lo apropiado y acontecido por el Ser mismo, en lo dispuesto desde sí y en lo acotado por él. En virtud de ello, la esencia del lenguaje y del habla debe ser pensada a partir de una "correspondencia" (Entspruch) con el Ser y por esto, como morada del hombre, como habitación en la que este "ec-siste" y en la que pertenece a la verdad del Ser, en cuanto, habitando, la guarda.

Sin embargo, hasta nuestros días, ha prevalecido una concepción tradicional del habla, que la ha caracterizado siempre conforme a una modalidad de tipo representacional o, si se quiere, instrumental; tanto en términos lógico-gramaticales como filosófico-lingüísticos; la que, si bien es cierto, resulta útil y correcta (en cuanto implica su definición científica), no parece conducir a la verdadera esencia del habla que —al menos a juicio de Heidegger— no se queda estancada en una mera caracterización como expresión de estados internos y subjetivos, es decir, como algo propiamente humano, y como representación conceptual de la realidad o la irrealidad. Ciertamente, hay múltiples razones que llevan a afirmar que una concepción de este tipo resulta insuficiente como para poder dar cuenta de la vastedad del sentido del habla. Ya sea por el planteamiento de un eventual carácter divino del origen de la palabra ("En un principio fue el Verbo, y el Verbo era de Dios"), o por la consideración de un carácter simbólico más que lógico-racional que puede ser atribuible al habla, en lo referente a su capacidad de significación, a su significatividad característica.

"El habla habla"[2] nos dice el pensador de Friburgo; y su hablar, que es su esencia, reposa en lo hablado, donde permanece resguardado este hablar. Entonces, en lo hablado está su perduración, y aquello que desde el hablar puede también perdurar. Por lo tanto, el habla no es meramente expresión del interior del hombre, ni menos su actividad propia —aunque le sea natural y próxima—, porque eso dice relación con otro asunto; y en verdad nuestra relación con el habla es principalmente indefinida, oscura, casi muda. Un esclarecimiento del habla debiera conducirnos, más bien, al "lugar" (Ort) de su esencia, el que en la meditación heideggeriana se revela como el "acontecimiento-apropiador" (Das Ereignis). Esto puede ser entendido como que el habla únicamente puede ser fundamentada a partir de él mismo y no de otra entidad como podría ser en este caso el hombre o lo humano. Heidegger sostiene: "Reflexionar sobre el habla significa: llegar al hablar del habla de un modo tal que el habla advenga como aquello que otorga morada a la esencia de los mortales"[3].

En tal sentido, la Poesía (Dichten) se presenta como la perfección del hablar, como lo hablado puro; donde el hablar del habla viene a residir en lo poético de lo hablado. Por este camino, se puede comprender que en la poesía habla verdaderamente el habla desde su propio decir, que es esencialmente multívoco, polisémico. "La poesía habla desde una ambigüedad ambigua" [4] sostiene Heidegger, porque intentar comprender el decir poético desde la significación técnico-conceptual-representacional de las palabras, desde un mentar lógico-gramatical pretendidamente unívoco y despejado de ambigüedad, es alejarse del "lugar" (Ort) mismo de la Poesía, de lo reunidor que ella es en cuanto recoge mundo hacia sí, liberando o restituyendo lo reunido a su ser propio.

De este modo, Poesía viene a ser "fundación", fundación por la palabra y sobre la palabra. La Poesía funda lo permanente, lo que sostiene y rige al ente en su totalidad, lo que pone al descubierto al Ser. Por esto la Poesía es lo que permite al lenguaje hacer mundo, en cuanto originalmente torna público aquello que después será lenguaje cotidiano y vulgar, lo que luego "hablaremos nosotros con redichas y manoseadas palabras"[5].

El poeta hace experiencia con la palabra al instituir la relación con las cosas; esto es, la palabra deja aparecer las cosas en cuanto cosas que son y así advienen a la presencia, puesto que la palabra se declara al poeta como aquello que puede sostener y mantener las cosas en su ser. Por esto, la palabra le está confiada al poeta de una manera eminente, en tanto ella es fuente del Ser, que se devela desde el ocultamiento en términos de "destino" (Geschick). En consecuencia, Poesía es lenguaje primogénito en tanto Poesía es fundación del Ser.

Heidegger, en su dilucidación de la poesía de Trakl [6] ha señalado que los grandes poetas hacen poesía solamente desde un "único Poema", refiriéndose con ello a una totalidad presente y reconocible en la multiplicidad de poemas individuales, ante la cual se despliega la grandeza poética en tanto ella se refleja ampliamente en un afianzamiento y en la pureza del Decir poético en aquel Poema único; dado que ningún poema individual puede llegar a decirlo todo; no obstante, cada uno de ellos habla desde una totalidad y la dice cada vez. El decir de un poeta, luego, permanece en aquello no-dicho. Su esencia encubierta se alberga en el lugar de ese Poema único a partir del cual los poemas particulares resuenan y repercuten; y a su vez, el esclarecimiento del Poema único requiere de un itinerario clarificador que necesariamente pasa por los mismos poemas particulares. Indicar, entonces, el lugar del Poema único es algo que tiene que comenzar por los poemas dichos.

Ahora, la dilucidación del Poema único de un poeta representa un diálogo del pensamiento con la Poesía, porque así se puede llegar a evocar la esencia del habla que permite a los mortales habitar propiamente en el hablar. Poesía y pensamiento —digamos, filosofía—, llegan así a necesitarse recíprocamente; pueden dialogar desde su proximidad, desde la "vecindad" (Nachbarschaft) en que ambos determinan, aunque de modo distinto, su común ámbito; aunque tal proximidad no se manifieste visiblemente como consecuencia de la determinación secular del pensamiento en indicadores lógico-racionales, ligados al cálculo científico, que impulsa desde antaño a la desconfianza con respecto a dicha vecindad; escindiendo a Poesía y pensamiento en repúblicas independientes, siendo que toda vez que hacemos reflexión acerca de la poesía, nos hallamos dentro del elemento mismo donde el pensamiento se mueve.

Sin embargo, no por ello se puede afirmar categóricamente que la poesía sea, en propiedad, una modalidad del pensamiento; o bien, que por el contrario, éste lo sea de aquella. La relación entre pensamiento y Poesía, más bien, tiende a mantenerse velada en cuanto a la determinación esencial de tal vínculo y en cuanto a la procedencia de aquello que llamamos 'lo propio' de ambos. No obstante, sí se puede señalar que la vecindad de pensamiento y Poesía implica el hecho de que ambos habitan frente a frente, que uno se establece enfrente de otro, que cada uno concurre a la proximidad del otro; Heidegger denomina a esto como el "en-frente-mutuo" (Gegen-einander-über).

Ahora, no debemos pensar que la vecindad de pensamiento y Poesía sea la consecuencia de un proceso por el que ambos llegan a juntarse arbitrariamente desde procedencias ajenas y disímiles, originándose de este modo una proximidad que les resulta exógena o inesencial. Dicho ciertamente, la proximidad que aproxima a pensamiento y Poesía es aquella que los remite a lo propio de su esencia, al Ser mismo. La proximidad que aproxima es —de acuerdo con Heidegger— el acontecimiento-apropiador, lo Ereignis como tal. De esta forma, se visualiza el encuentro entre Poesía y pensamiento desde su lejana procedencia, y la vuelta pensativa sobre la Poesía conduce a lo que es digno de pensar del estado poético. "Al escuchar el poema, pensamos tras de la poesía. De este modo es: la Poesía y el pensamiento" [7].

En consideración a lo expuesto, se puede proponer ahora que en la obra poética de Pablo Neruda se realizaría de manera radical la esencia de la poesía, conforme a como lo hemos venido entendiendo hasta acá. Ello, en cuanto su "Decir poético" se da a partir de la pureza de la Poesía y en tanto su propio Poema único devela esta esencia que atraviesa todas las determinaciones externas por las que se conduce cada uno de sus poemas particulares. Por ello, parece posible también considerar la eventualidad de establecer, a partir de un diálogo entre su poesía y el pensamiento, el desentrañamiento meditativo de sus claves de significación, donde se puede mostrar el lugar poético desde el que nos habla; digamos, lo reunidor de su Decir, el hablar del habla en su poesía.

El Decir poético de Neruda, de manera especial en su obra «Memorial de Isla Negra» [8], por su carácter autobiográfico y por la connotación de madurez que como trabajo poético ostenta, se articula visiblemente en torno a un sentido que es capaz de constatar la "Co-pertenencia" (Zusammengehören), la mutua pertenencia de hombre y Ser, como fundamento y destino del conjunto de metáforas que dan existencia a los poemas particulares. El Decir poético de Neruda está muy lejos de ser mera expresión de estados de ánimo o de visiones subjetivas y temporalizadas. El nombrar de la poesía nerudiana —hasta donde ello sea posible decirlo— no distribuye títulos, no "emplea" palabras; es in-vocación, nombra como invocación, es llamado a venir de las cosas, de los elementos de su mundo poético; es invocación que llama a lo ausente y a lo presente; es invitación para que las cosas: la tierra, la selva, el bosque, el mar, conciernan, por su intermediación de poeta, al hombre, a todos los hombres. Como entiende Heidegger, las cosas al "cosear" gestan mundo, visitan con mundo a los hombres.

En la poesía de Neruda, particularmente en su «Memorial de Isla Negra», la búsqueda de sí mismo, en sus orígenes esenciales —que el poeta emprende como una suerte de "vuelta"—, es una metáfora elocuente de su percepción (declarada explícitamente o no) de la co-pertenencia a que hemos venido haciendo referencia con anterioridad. El carácter autorreferente de dicha obra poética, más allá de toda remisión a sus propias experiencias —como podría interpretarse de acuerdo con la tradicional modalidad representacional o instrumental de comprensión del habla— se vierte como la exégesis de la inexorabilidad de las determinaciones que impone la entrada en la mutua pertenencia de hombre y Ser.

En efecto, las recurrencias poéticas de Neruda; especialmente aquellas metáforas referidas al nacimiento, o a la tierra y la historia, o al primer viaje o el primer mar, y otras similares, muestran ese carácter destinal de la experiencia humana. En la multivocidad de estas metáforas, en lo no-dicho de su decir se trasunta el Ser, el unísono indecible de la vertebración poética, el "son del silencio" por el que habla verdaderamente la Poesía, y que permite entrever su vecindad con el pensamiento en cuanto ello alude a lo digno de ser pensado y a lo que hasta ahora no ha sido lo suficientemente pensado. En este sentido, la obra de Neruda no es concebible en términos simplemente antropocéntricos, o geocéntricos si se prefiere, porque en ella sólo es posible reconocer la pertenencia de lo humano a lo no-humano, a "lo otro" que lo humano, a lo esencial de la tierra, de la selva, de la madera o del mar; a la esencia de una realidad de orden diverso, aquella del poder terrenal, telúrico, inefable; que no cede su esencia velada, encubierta, al hombre y su dispositivo lógico de comprensión, para el que resulta inabordable o imposible de dominar.

Esta naturaleza del estado poético, en su inefabilidad, se opone a la naturaleza dicha técnicamente, entendida como "única y gigantesca estación de servicios, ...(como) fuente de energía para la técnica y la industria modernas" [9], como "Bestand". En ella surge el reconocimiento de la "otredad" (si se permite el término), de la ausencia que se muestra en la presencia, de la realidad insondable que cubre la experiencia humana y escapa al mero arbitrio del hombre, en cuanto produce la patencia del Ser, la síntesis de la conciencia con su mundo; al margen del yo, de la subjetividad, de la determinación conceptual y unívoca de la experiencia.

Ahora bien, esa otredad, el reconocimiento de la ausencia que se muestra a través de la presencia; o dicho de otra manera, de la "con-temporaneidad" del tiempo; es decir, de la triple simultaneidad de lo sido, de la presencia y de lo que alberga encuentro (el futuro), como unidad primordial, como ofrecimiento de mundo en claror —que a la vez es ocultación—, puede ser indagada en el poema «El sexo» (incluido en la obra señalada anteriormente) que se transcribe a continuación y que, como poema particular, contribuye a la perspectiva de esclarecimiento del Poema único nerudiano, en esta vecindad de pensamiento y Poesía que se ha venido intentando explicitar hasta ahora, a la luz de la co-pertenencia de hombre y Ser enunciada por Heidegger.

EL SEXO

LA PUERTA en el crepúsculo,
en verano,
las últimas carretas de los indios,
una luz indecisa
y el humo
de la selva quemada
que llega hasta las calles
con los aromos rojos,
la ceniza
del incendio distante.

La primera imagen del poema nos sitúa de lleno en una posición de umbral, en LA PUERTA —con mayúsculas—, en la frontera en que lo interior deja de serlo para convertirse en lo exterior. Al mismo tiempo, la quietud del atardecer estival, del momento del reposo, del término de la jornada, nos conduce al tránsito de la luz a la oscuridad, nos hace ingresar en el crepúsculo que conduce a la noche en la que desciende lo extraño, en la región de la noche que desde su ausencia se va tornando paulatinamente presencia. Al mismo tiempo, las últimas carretas de los indios que se retiran, o huyen, de la selva incendiada, acusan la natural expansión del fuego que amenaza y amedrenta lo humano y no se deja amedrentar, para imponer lo rojo incandescente y dominar la luz que al extinguirse se vuelve aún más roja que lo que la propia tarde ya lo hace. El humo enrarece el aire y trae consigo la distancia, borrando todo límite artificial entre lo humano y lo natural, imponiendo la ausencia en la presencia.

Hasta acá, podemos decir que el poema está enunciando el paso, el pasaje de un estado a otro, en el marco de una totalidad que se sabe e intuye a sí misma; que, en su circularidad, se aparece modalmente diferente, pero que tiende a volver sobre sí, sobre lo único de sí misma, su esencia reclamante. Veamos, en seguida, hacia donde continúa llevándonos el poeta en su decir.

Yo, enlutado
severo,
ausente,
con pantalones cortos,
piernas flacas,
rodillas
y ojos que buscan tesoros,
Rosita y Josefina
al otro lado de la calle,
llenas de dientes y ojos,
llenas de luz y con voz como pequeñas
guitarras escondidas
que me llaman.

Como contrapartida, ahora, el poeta, enlutado, ennegrecido, lejano, en actitud como de severa condena para con el mundo, en ausencia y distancia, desde una mismidad cerrada e inexpugnable que muestra una paradojal relación inconexa con el mundo, en algo que no es presencia sino más bien lo que ha sido. Solo en la multitud en busca de lo repentino, la diferencia, que nadie más puede encontrar, salvo el niño que está al otro lado del umbral, al otro lado de la vida de todos, en la ausencia del ensimismamiento más aterrador, embozado, velado. De este lado de la puerta, al otro lado de la calle, irrumpe lo femenino como presencia exuberante, como lo otro que interpela, que invoca a la reunión, la fascinación irresistible de las miradas que llaman a fundir lo sido con la presencia, a trasponer el umbral para entrar en el mundo. El poema, mientras tanto, continúa así:

Y yo crucé
la calle, el desvarío,
temeroso,
y apenas llegué
me susurraron,
me tomaron las manos,
me taparon los ojos,
y corrieron conmigo,
con mi inocencia
a la Panadería.

El cruce de la calle se aparece ahora ante nuestro entendimiento como un origen, como una situación inicial, como el descubrimiento o la presencia de un clarear que despunta porque había permanecido atado hasta entonces. El cruce de la calle hace el ingreso en la circularidad del tiempo y de la historia, en la experiencia de totalidad y conformidad con una naturaleza inefable que no puede ser resistida ni detenida. El susurro y los temores entremezclados, la complicidad y el límite desbordado de lo puro y lo impuro, de lo natural y lo artificial, son metáfora de una naturaleza enfrentada a su propio movimiento, a la generación y la corrupción, sin que ninguno de ellos pueda advertir el encuentro que alberga la casa de la transformación, ahí donde la harina deviene pan, en el horno vital donde la inocencia atraviesa la puerta del sexo en perfecta expresión de contemporaneidad entre lo sido, lo presente y lo que adviene.

Más adelante el poema nos señala:

Pasos pesados, toses,
mi padre que llegaba
con extraños,
y corrimos
al fondo y a la sombra
las dos piratas
y yo su prisionero

Y posteriormente, ya alcanzando la conclusión:

Pero, con las dos niñas
en la sombra
y el miedo,
entre el olor de la harina
los pasos espectrales,
la tarde que se convertía en sombra,
yo sentí que cambiaba
algo
en mi sangre
y que subía a mi boca,
a mis manos,

una eléctrica
flor,
la flor
hambrienta
y pura
del deseo.

Ahora la casa del pan, que se ha hecho templo y albergue fortuito de la vida, acoge también en su seno al sepulcro silente de la candidez, se hace comienzo y final al mismo tiempo; es una puerta que deja entrar o salir, que abre o que cierra, es presencia y ausencia, es reunión que vivifica y mortifica; en cuanto todo esto, es síntesis y es con-temporaneidad.

La súbita irrupción, el sobresalto, emergen como el peligro de ser descubierto cuando aún no se está preparado para ser, cuando la vida ha querido anticiparse a la misma vida y ha reclamado para sí la brusca atención de los niños, cuando lo ausente ha querido subrepticiamente adelantarse en lo presente y se ha tornado veloz carrera al fondo oscuro, al refugio donde no se es, donde no se es advertido, donde se puede ser en la indiferenciación, donde se puede todavía advertir el transcurrir del mundo a hurtadillas, sin llegar a traspasar aún el umbral desde donde se mide la indiferencia de los que ya son, de lo ajeno que amenaza y usurpa lo propio disolviendo fragancias pueriles y estructuras ya en derrumbe.

Todo ello en la Casa del pan, en el refugio reunidor, con-temporáneo, que succiona la claridad de la infancia para fundirla con la oscuridad del deseo, en un incendio que se transforma, inconsciente de sí, en pura energía que se abre como una flor eléctrica al "lugar" permanente de la vida y del sexo, que se anuncia como un despertar venidero de la estirpe humana.

Así es como la Poesía de Neruda habla, a su modo, desde una polifonía, desde una ambigüedad ambigua; aunque, con todo, esta pluralidad de sentido de su Decir poético no se esparce en vagas y difusas significaciones, sino que, por el contrario siempre resuena desde un particular recogimiento; es decir, desde el riguroso unísono de una voz múltiple que, tomado en sí mismo, permanece por su esencia siempre indecible, "que ve y contempla —como dice Heidegger— otra cosa que los reporteros de la actualidad que se agotan en la crónica de lo cotidiano, cuyo pre-calculado futuro no es más que la prolongación de la actualidad: un futuro carente de todo advenimiento de un destino capaz, una vez, de concernir al hombre en la fuente de su ser" [10].

Raúl Villarroel-Departamento de Filosofía

NOTAS

*.- Este ensayo corresponde a la presentación final de un Seminario de Postgrado realizado en el año 1993 en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la U. de Chile por el profesor E. Carrasco.

1.- Heidegger, Martin. Carta sobre el humanismo. Taurus. Madrid. 1960. p. 40
2.- Heidegger, Martin. «El Habla» en de camino al habla. Del Serbal. Barcelona. 1987. p. 18. Versión castellana de Yves Zimmermann
3.- Op. cit. p. 13.
4.- «El habla en el poema». Op. cit. p. 69.
5.- Heidegger, Martin. Hölderlin y la esencia de la poesía. Anthropos. Barcelona. 1989. p. 32.
6.- «El habla en el poema» en De camino al habla. Op. cit. p. 32.
7.- «La palabra». Op. cit. p. 213.
8.- Neruda, Pablo. Memorial de isla negra. Losada. Buenos Aires. 1983.
9.- Heidegger, Martin. Serenidad. Del Serbal. Barcelona. 1989. p. 23.
10.- «El habla en el poema» en De camino al habla. Op. cit. p. 74.

14.7.10

Pablo de Rokha, Premio Nacional de Literatura 1965

El poeta Pablo de Rokha, que este año obtuvo el Premio Nacional de Literatura, es un escritor que cuenta a su haber creador con cincuenta años de labor literaria y más de treinta libros publicados, todo lo cual le daba de sobra derecho a la máxima recompensa literaria del país.

Pablo de Rokha (que figuraba ya en Selva lírica, la siempre citada antología de 1917) irrumpe de cuerpo entero con una obra de excepción, Los gemidos (1922). Desde este momento el poeta no pasará ya inadvertido. Su aporte no era la quiebra del verso libre (ya hecha por Pedro Prado en 1908 con sus Flores de cardo) ni la expresión de la transformación del mundo por la imagen (iniciada por Huidobro en El espejo de agua, 1916), sino la amalgamación de un desenfadado ímpetu verbal con el acarreo de todos los materiales reputados hasta entonces como antipoéticos. Irrumpen juntos "el barro y las rosas", al decir del novel poeta de aquel entonces Pablo Neruda, en una nota crítica de Claridad, la revista de los estudiantes. Es un caudaloso torrente en el cual un Yo hipertrofiado se revela en una dicción a veces trabajosa, pero que arrastra en un torrente conmovedor los dichos y hechos de nuestra tierra y de sus hombres. Pablo de Rokha tiene la virtud de concitar la más decidida animadversión o la admiración más rendida ("este es un poema que hay que leer de rodillas", dice el poeta Mahfud Massis*, yerno suyo, al referirse al Canto del Macho Anciano). Sus antiapologistas suelen coincidir en un punto: "un poeta cuyos versos buenos son como hallar -y se halla- una aguja en un pajar, demasiado hablante, siempre lanzando peñascos de la misma dimensión".

Sin embargo, si se accede a leer su copiosa obra, se ve una evolución en espiral.

Del anarquismo inicial (expresado en su libro de ensayos Heroísmo sin alegría, 1927) en donde define al comunismo como "cosa de cerdos", deriva a un tono de epopeya popular a través de un personaje rabelesiano: Escritura de Raimundo Contreras -que continúa en parte de su obra actual. Luego siente el impacto del comunismo y se incorpora a la lucha política, lo que se refleja en su obra especialmente a partir de Canto de trinchera (1933), culminando en su último libro Estilo de masas. Por otra parte (y esto es un peligroso clisé donde frecuentemente se quiere encarcelar al poeta), Pablo de Rokha es el cantor de las comidas y bebidas de nuestra tierra, partiendo -como él mismo lo ha dicho- de que se ha bebido y comido a casi todo Chile. Su vida trashumante, de vendedor de sus propios libros, le ha dado un conocimiento minucioso del país, y ha hecho que se transforme -para el vulgo- en una especie de Gargantúa. Pero pensemos que, esencialmente, Pablo de Rokha es un hombre del viejo Chile central, nacido en una época todavía patriarcal, en un país que aún era "rector en América Latina", con una moneda fuerte, con confianza en sí mismo (no existía aún el complejo del subdesarrollo, estimulado por nuestros subdesarrollados economistas). Era un Chile dionisíaco, cuya personalidad está reflejada con real originalidad en de Rokha:

Y, ¿qué me dicen ustedes de un costillar de chancho con ajo, picantísimo, asado en asador de maqui, en junio, a las riberas del peumo o la patagua o el boldo que resumen la atmósfera dramática del atardecer lluvioso de Quirihue o de Cauquenes, / o de la guanaco en caldo de ganso, completamente talquina o licantenino de parentela?,

La chichita bien madura brama en las bodegas como una gran vaca sagrada, / y San Javier de Linares ya estará dorado, como un asado a la parrilla, / en los caminos ensangrentados en abril, la guitarra / del otoño llorará como la mujer viuda de un soldado, / y nosotros nos acordaremos de todo lo que no hicimos o pudimos y debimos y quisimos hacer, como un loco / asomado a la noria vacía de la aldea...

Sí, un gran dionisíaco, pero torturado por la certidumbre de que ese mundo patriarcal es un mundo en ruinas, y de que su camino debe ser otro; que abandona ese mundo, así como abandona el de la iglesia que atrapó su adolescencia ("Primero me agarró, por adentro, la Iglesia Católica, el Seminario, su manotada más pálida y su día domingo en lúgubre..."), de ahí a entonces se incorpora a una interpretación del mundo contemporáneo, trata de abrazar todos los tiempos, todos los países, todos los fenómenos históricos. De esa poesía épica, en tono mayor (tildada de monocorde), nacen a veces grandes descripciones, como aquella de Lenguaje del continente (1943) cuya descripción de los EE.UU. no vacilamos en estimar como de mayor intensidad que la de Howl de Allen Ginsberg, que tanta conmoción causa en muchos círculos poéticos de América Latina. Veamos un trozo:

...He mirado bajar a patadas al capitán negro con sus condecoraciones / de héroe nacional todo de luto desde los / tranvías de ajedrez del Washington infernal y asesinarlo / entre los oros pálidos de P. Street, en Dupont-Cercle, / he mirado los hoteles cósmicos de Miami albergar gangsters / y estrellas de Hollywood, / banqueros, prostitutas, obispos y diplomáticos, echando con / asco al varón de color, / y comer basura en New Orleans a los viejos judíos que / huían de Chicago acosados como estropajos por las jaurías inmundamente / borrachas del Ku-Klux-Klan, abrigándose el estómago con los poemas / de Cari Sandburg con el delirio genital religioso del Sinaí / ardiendo.

Pero este poeta épico da también en ocasiones las más hermosas notas líricas. Recordemos ese tan citado poema "Círculo":

Estás sobre mi vida de piedra y hierro ardiente / como la eternidad encima de los muertos / recuerdo que viniste y has existido siempre / mujer, mi mujer mía, conjunto de mujeres, / toda la especie humana se lamenta en tus huesos.

En fin, el Premio Nacional ha venido a señalar a la atención publica y a dar una suerte de inmortalidad a un poeta que ha recorrido todo Chile con gran amor, y "ganándose la vida a patadas", como él mismo lo ha dicho. Que ha hecho de su poesía tanto su expresión vital como un arma de combate. Que como la mayor parte de los poetas de Chile, ha vivido con máxima modestia. A un poeta que lo ha sido toda una larga y azarosa vida.