30.12.12

El gato de Cortázar y los de Baudelaire

Hace dos años escribí un poema sobre dos gatos y que hoy lo he visto circular en muchas partes por Internet como en listas de poesía, talleres literarios y hasta en un sitio dedicado a los que han escrito (poetas principalmente) poemas para ellos (http://poesiagatuna.blogspot.com/) . Esos animalitos domésticos, milenarios, a los cuales diversos otros artistas también le han dedicado cuadros, pasajes en cuentos o aparecen entre la historia de alguna novela.

Recuerdo que un intelectual mexicano muy conocido me dijo en una conversación una vez que él tenía 9 gatos. Luego vi una foto en el diario La Jornada de México en el lugar de trabajo de su casa. Era cierto. Gatos por todas partes: sobre sus libros, uno sobre un diccionario, otro que lo miraba mientras su amo escribía algo en la mesa. También Ernest Hemingway en su casa de Habana tenía más de 20 gatos a parte de varios perros. Como no recordar su breve cuento “Gato en la lluvia” (“Cat in the rain”) quien García Márquez sostiene que es uno de los mejores cuentos que ha leído justamente por su semejanza a un “iceberg”: su breve y aparente simple historia esconde debajo una multitud de interpretaciones y sugerencias.

Por otro lado ya se sabe que Julio Cortázar tenía un gato de nombre “Teodoro W. Adorno”, tomado del nombre del filósofo y sociólogo alemán. Además el gato de Cortázar (“Teodoro W. Adorno” reprocesado ficticiamente) aparece mencionado en muchas partes o de sus cuentos o de sus novelas, como por ejemplo en el capítulo 59 de “Rayuela” o en Fragmento de “El Diario de Andrés Fava”, publicado póstumamente en 1995. O en el pasaje de “Último round” (1969) titulado “La entrada en religión de Teodoro W. Adorno”. O en “Orientación de los gatos” en “Queremos tanto a Glenda” (1980), o en “Más sobre filósofos y gatos” (donde cuenta porque le puso a su gato “Teodoro W. Adorno”) en “La vuelta al día en ochenta mundos” (1967), etc.

22.12.12

Fragmento de La casa muerta

Ah, no vi nada ni recuerdo nada; sólo
esa exquisita sensación,
tan sutil, que nos concedía la muerte: ver la muerte
hasta el fondo de su transparencia. Y la música seguía
como cuando alguna vez al alba despertamos temprano sin razón ninguna
y a fuera la atmósfera es exageradamente densa por los trinos
de miles de pájaros invisibles -tan densa y tan difusa
que no cabe nada más en el mundo -amargura, esperanza, remordimiento, memoria-
y el tiempo es indiferente y ajeno
como un desconocido que pasa tranquilo por la calle de enfrente
sin siquiera mirar, sin contemplar nuestra casa,
sosteniendo bajo la axila un montón de vidrios opacos y sucios todavía
y no sabes para qué los quiere ni a dónde los lleva,
qué sentido tienen y a qué ventanas están destinados
y desde luego no se lo preguntas, ni siquiera lo ves perderse
callado y discreto en la última vuelta del camino.


Yannis Ritsos
en La casa muerta.
Acantilado.
Traducción de Selma Ancira.

17.12.12

Una mujer entera. Idea Villarino

Mientras la televisión y un enjambre de periodistas locales y corresponsales extranjeros y el Uruguay entero estaban pendientes de la agonía de Mario Benedetti en un hospital de Montevideo, Idea Vilariño se murió en silencio a unas cuadras de distancia. Aunque el día de su muerte un centenar de admiradores le rindieron homenaje en el hall central de la Universidad de la República, a su entierro en el Cementerio del Norte, a la misma hora, fueron sólo catorce personas. El episodio cierra de manera perfectamente coherente la leyenda que la rodeó siempre, a veces alimentada y a veces padecida por ella misma.

Como muchos de mi generación, conocí los poemas de Idea Vilariño en las ediciones que le hizo Schapire en los ’60. Fueron de los primeros libros que compré con mi propia plata, cuando tenía trece o catorce años, y no podía creer que se pudiera decir tanto con tan pocas palabras, y con palabras de todos los días. Uno empezaba a leer esos poemas preguntándose si no eran material de poster, hasta que venía esa descarga eléctrica en el plexo y se nos atragantaban las palabras en la garganta y entendíamos con clarividente certeza que no se podía decir eso de otra manera, no se podía decir eso sin haber pasado antes por las comarcas más pavorosas del amor. Había uno en particular que se llamaba “Ya no” (Ya no será / ya no / no viviremos juntos / no criaré a tu hijo / no coseré tu ropa / no te tendré de noche / no te besaré al irme /nunca sabrás quién fui / por qué me amaron otros / ... Ya no soy más que yo / para siempre y tú / ya no serás para mí / más que tú /... Ya no sabré dónde vives / con quién / ni si te acuerdas / No me abrazarás nunca /... No volveré a tocarte / No te veré morir). La Vilariño se lo había escrito a Onetti, le había escrito todos los poemas de ese libro terrible, y se lo había dedicado, y años después le quitó la dedicatoria cuando lo reeditó, y logró por fin lastimar a Onetti como él la había lastimado a ella.

14.12.12

Cubiertos - Raymond Carver

Haciendo trolling con el señuelo 20 pies detrás del bote
bajo la luz de la luna, ¡cuando el enorme salmón picó!
Y salió entero afuera del agua. Pareció pararse
sobre su cola. Después volvió a caer y se fue.
Temblando, seguí hasta el puerto como si nada
hubiera pasado. Pero había pasado.
Y pasó tal cual lo acabo de contar.
Me llevé el recuerdo a Nueva York
y más allá. Me lo llevé donde quiera que fui.
Todo el camino hasta aquí, hasta la terraza
del Jockey Club de Rosario, Argentina.
Desde donde miro el ancho río
que devuelve la luz de las abiertas ventanas
del comedor. Me quedo fumando un cigarro,
escuchando el murmullo de los socios
y sus mujeres adentro, el leve sonido
metálico de los cubiertos contra los platos. Estoy vivoy bien, ni feliz ni infeliz,
aquí en el Hemisferio Sur. Por eso me deja
más perplejo que nunca
el recuerdo de ese pez perdido, alzándose,
dejando el agua y volviendo a ella.
El sentimiento de pérdida que me asaltó entonces
me asalta todavía. ¿Cómo transmitir algo de lo que siento
sobre este asunto? Adentro siguen
conversando en su propia lengua. Decido caminar
por la orilla. Es la clase de noche
que hace que hombres y ríos estén más cerca.
Camino un trecho, después me detengo. Advirtiendo
que no he estado cerca. No
durante muchísimo tiempo. Ha sido
esta espera la que ha venido conmigo
a todas partes. Pero ahora crece la esperanza
de que algo se levante y salpique.
Quiero oírlo, y seguir adelante.


11.12.12

Clarice Lispector - Un soplo de vida (Fragmento)


Muchas veces escribir es acordarse de lo que nunca ha existido ¿Cómo lo conseguiré, saber lo que ni siquiera sé? Así: como si me acordase. Con un esfuerzo de "memoria", como si yo nunca hubiese nacido. Nunca he nacido, nunca he vivido: pero yo me acuerdo, y ese recuerdo está en carne viva.

Tengo miedo de escribir. Es tan peligroso. Quien lo ha intentado lo sabe. Peligro de hurgar en lo que está oculto, pues el mundo no está en la superficie, está oculto en sus raíces sumergidas en las profundidades del mar. Para escribir tengo que instalarme en el vacío. Es en este vacío donde existo intuitivamente. Pero es un vacío terriblemente peligroso, de él extraigo sangre. Soy un escritor que tiene miedo de la celada de las palabras: Las palabras que digo esconden otras ¿Cuáles? Tal vez las diga. Escribir es una piedra lanzada a lo hondo del pozo.
Meditación leve y suave sobre la nada. Escribo casi totalmente liberado de mi cuerpo. Como si éste levitase. Mi espíritu está vacío por tanta felicidad. Tengo ahora una libertad íntima sólo comparable a un cabalgar sin destino a campo traviesa. Estoy libre de destino. ¿Será mi destino alcanzar la libertad? No hay una arruga en mí espíritu, que se explaya en espuma fugaz. Ya no me siento acosada. Estado de gracia.
Estoy oyendo música. Debussy usa la espuma del mar que muere en la arena, refluyendo y fluyendo. Bach es matemático. Mozart es lo divino impersonal. Chopin cuenta su vida más íntima. Schubert, a través de su yo, llega al clásico yo de todo el mundo. Beethoven es la emulsión humana en tempestad que busca lo divino y sólo lo alcanza en la muerte. Yo, que no pido música, sólo llego al umbral de la palabra nueva. Sin valor para exponerla. Mi vocabulario es triste y a veces Wagneriano.- polifónico-paranoico. Escribo de manen muy sencilla y desnuda. Por eso hiere. Soy un paisaje agrisado y azul. Me elevo en la fuente seca y en la luz fría.

8.12.12

Diego Rivera

Nació el 8 de diciembre de 1886 en la ciudad de Guanajuato (México). Fue inscrito en el Registro Civil como Diego María Rivera y bautizado como Diego María de la Concepción Juan Nepomuceno Estanislao de la Rivera y Barrientos Acosta y Rodríguez. A partir de 1896 comenzó a tomar clases nocturnas en la Academia de San Carlos de la capital mexicana, donde conoció al célebre paisajista José María Velasco. En 1905 recibió una pensión del Secretario de Educación, Justo Sierra y en 1907 recibió otra del entonces gobernador de Veracruz, Teodoro A. Dehesa Méndez, que le permite viajar a España a hacer estudios de obras como las de Goya, El Greco y Brueghel; e ingresar al taller de Eduardo Chicharro en Madrid. En 1908 falleció su hermano Rafel Rivera.

1.12.12

Sartre y el existencialismo

El existencialismo ateo que yo represento (...) declara que si Dios no existe hay por lo menos un ser en el que la existencia precede a la esencia, un ser que existe antes de poder ser definido por ningún concepto, y que este ser es el hombre o, como dice Heidegger, la realidad humana. ¿Qué significa aquí que la existencia precede a la esencia? Significa que el hombre empieza por existir, se encuentra, surge en el mundo, y que después se define. El hombre, tal como lo concibe el existencialista, si no es definible, es porque empieza por no ser nada. Sólo será después, y será tal como se haya hecho. Así pues, no hay naturaleza humana, porque no hay Dios para concebirla. El hombre es el único que no sólo es tal como él se concibe, sino tal como él se quiere, y como se concibe después de la existencia, como se quiere después de este impulso hacia la existencia. El hombre no es otra cosa que lo que él se hace. Éste es el primer principio del existencialismo. Es también lo que se llama la subjetividad, que se nos echa en cara bajo ese nombre. Pero ¿qué queremos decir con esto sino que el hombre tiene una dignidad mayor que la piedra o la mesa? Pues queremos decir que el hombre empieza por existir, es decir, que empieza por ser algo que se lanza hacia un porvenir, y que es consciente de proyectarse hacia el porvenir. El hombre es ante todo un proyecto, que se vive subjetivamente, en lugar de ser un musgo, una podredumbre o una coliflor; nada existe previamente a este proyecto; nada hay en el cielo inteligible, y el hombre será, ante todo, lo que habrá proyectado ser. No lo que querrá ser. Pues lo que entendemos ordinariamente por querer es una decisión consciente, que para la mayoría de nosotros es posterior a lo que el hombre ha hecho de sí mismo. Yo puedo querer adherirme a un partido, escribir un libro, casarme; todo esto no es más que la manifestación de una elección más original, más espontánea que lo que se llama voluntad. Pero si verdaderamente la existencia precede a la esencia, el hombre es responsable de lo que es.

Jean-Paul Sartre
Fragmentos del pensamiento libre: "Sartre y el existencialismo"

8.11.12

Magias de la ficción


¿Hasta donde llega el poder del  lenguaje? ¿Puede un solo hombre inventar la memoria de todo un pueblo? Hay momentos de la literatura que parecen sugerirlo.
Cuando leemos la historia del Moisés bíblico, su salvación entre los juncos, su infancia en la corte, su conflicto con el poder faraónico, su misión de liberar al pueblo de Israel, su papel como guía por el desierto, su destino como legislador en la montaña, vemos surgir al padre de un pueblo y al creador de sus leyes. Es la leyenda fundacional de una nación. Y cuando nos dicen que ese personaje, casi de ficción, que parece más un mito que un hombre, también es el autor de todos esos libros que narran los orígenes: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio; que él es el autor y también el protagonista, sentimos que no hubo nadie ni nada antes de él. Estamos ante uno de esos seres con los cuales comienza el mundo, un auténtico inventor del pasado. ¿Qué nos importa que haya existido o no con ese nombre y ese destino? Sus libros existen, y llenaron incluso la memoria de generaciones remotas. Él, o las multitudes que él representa, crearon la memoria fabulosa de un mundo.

La disciplina de la historia, con todos sus esfuerzos y rigores, es invento reciente. Durante milenios el registro de la memoria humana no era una ciencia sino un arte creador, en donde trabajaban por igual el recuerdo y la inspiración, la tradición y la invención, hechos y fábulas, realidad, sueño y delirio.

Muchos personajes históricos fueron amasados más por la leyenda y por la fábula que por testimonios rigurosos. Cristo podría ser una creación de sus biógrafos, todos amigos o partidarios suyos. Algunos filósofos escépticos han advertido la curiosidad de que no queden testimonios de sus adversarios sino sólo de sus prosélitos.

Pero cuando pensamos en Julio César, un personaje histórico indudable, ¿sí es al César histórico al que vemos? ¿o es también una mixtura literaria, a caballo entre la realidad y la ficción, hecha con un poco de César y un poco de Suetonio, con un poco de Quevedo y un poco de Shakespeare, con un poco de Bernard Shaw y un poco de Thornton Wilder?

Si Dios existe, y pocos lo dudan, ha de ser un maestro del género fantástico. Porque la ficción suele alcanzar una intensidad que la realidad no siempre logra. Auerbach ha estudiado con admiración ese momento de la Odisea en que la vieja nodriza de Ulises, lavando los pies de un vagabundo que ha llegado al palacio, descubre en la pierna del viajero una cicatriz que ella conoce bien: ella misma curó a un niño de esa herida muchos años atrás. La cicatriz le permite a Homero detener el relato en busca de un episodio antiguo, abrir como una herida un paréntesis para viajar a los orígenes. Donde hay una cicatriz hay una historia, parece decirnos, y la fisiología se vuelve poesía, la cicatriz metáfora, la herida abre el camino de la memoria.

Por esos procedimientos intensos y complejos, los libros se nos graban a veces más que la realidad, y los personajes de la literatura llegan a existir más que los personajes del mundo. Ya es una verdad común que conocemos más a don Quijote que a Cervantes.

La literatura sirve también para modificar, si no la realidad, al menos nuestra idea de la realidad. ¿No pensamos siempre que el centurión que clavó su lanza en el costado del hombre de la cruz era un aborrecible canalla? Sin embargo, Hemingway logra de pronto que sintamos casi afecto por aquel hombre, cuando en un breve cuento nos muestra al centurión que, viendo al torturado que padece una larga agonía, se apiada de él y resuelve abreviar el sufrimiento atroz con un golpe de lanza.

Hay frases que producen hondas repercusiones en la mente. No necesitamos saber en La Vorágine que un hombre ha utilizado la piel tachonada de una fiera para provocar una estampida en la hacienda; nos basta oír a Rivera diciendo: “Cuando coloqué otra vez en su sitio la piel del tigre, todavía resonaba el desierto”.

Son las magias parciales de la literatura. Pienso en aquel profesor de historia en el Ulises de James Joyce, que caminando por la arena una mañana siente de pronto pánico de estar muriendo y se pregunta con un escalofrío: “¿Estaré entrando en la eternidad por la playa de Sandymount?”. O pienso en aquel hombre tímido de la novela Luz de Agosto de Faulkner, que siempre tiene miedo de hacerles daño a los demás, y para evitarlo se encierra los días de fiesta a trabajar en un aserradero, para no tener ninguna ocasión de hacer daño, hasta que un día llega hasta ese lugar una muchacha extraviada, y llama a la puerta, y le pregunta algo que él nunca habría debido contestar. “Ahora ya lo ha dicho –añade Faulkner–, ahora más le valdría haberse cortado la lengua”.

De esas emociones, sorpresas, revelaciones silenciosas, magias parciales del lenguaje, se nutre día tras día ese ser nunca anacrónico que es el lector. No hay en el mundo nada que reemplace las zozobras, las sorpresas, los deleites y los horrores que nos depara la literatura, sin más efectos especiales que los que inventaron esos contadores de historias junto al fuego, hace miles de años. Como aquel diálogo mágico de Rulfo, cuando a medianoche Miguel Páramo despierta a una mujer y le dice por la ventana que no sabe qué le ha pasado, porque iba cabalgando hacia Sayula pero no llegaba nunca, y de repente una niebla lo fue llenando todo. “Debo estar loco” –le dice–. Y ella, pensativa, le contesta: “No, Miguel Páramo, tú no estás loco. Tú debes estar muerto”.

Los géneros suelen ser una comodidad de la academia. Las novelas, como la vida, están llenas de cuentos y de poemas.

William Ospina - EL ESPECTADOR - Agosto 2010

1.11.12

Miguel Hernández - Hijo de la sombra

Eres la noche, esposa: la noche en el instante
mayor de su potencia lunar y femenina.
Eres la medianoche: la sombra culminante
donde culmina el sueño, donde el amor culmina.

Forjado por el día, mi corazón que quema
lleva su gran pisada del sol adonde quieres,
con un sólido impulso, con una luz suprema,
cumbre de las montañas y los atardeceres.

Daré sobre tu cuerpo cuando la noche arroje
su avaricioso anhelo de imán y poderío.
Un astral sentimiento febril me sobrecoge,
incendia mi osamenta con un escalofrío.

El aire de la noche desordena tus pechos,
y desordena y vuelca los cuerpos con su choque.
Como una tempestad de enloquecidos lechos,
eclipsa las parejas, las hace un solo bloque.

La noche se ha encendido como una sorda hoguera
de llamas minerales y oscuras embestidas.
Y alrededor la sombra late como si fuera
las almas de los pozos y el vino difundidas.

Ya la sombra es el nido cerrado, incandescente,
la visible ceguera puesta sobre quien ama;
ya provoca el abrazo cerrado, ciegamente,
ya recoge en sus cuevas cuanto la luz derrama.

La sombra pide, exige seres que se entrelacen,
besos que la constelen de relámpagos largos,
bocas embravecidas, batidas, que atenacen,
arrullos que hagan música de sus mudos letargos.

Pide que nos echemos tú y yo sobre la manta,
tú y yo sobre la luna, tú y yo sobre la vida.
Pide que tú y yo ardamos fundiendo en la garganta,
con todo el firmamento, la tierra estremecida.

El hijo está en la sombra que acumula luceros,
amor, tuétano, luna, claras oscuridades.
Brota de sus perezas y de sus agujeros,
y de sus solitarias y apagadas ciudades.

El hijo está en la sombra: de la sombra ha surtido,
y a su origen infunden los astros una siembra,
un zumo lácteo, un flujo de cálido latido,
que ha de obligar sus huesos al sueño y a la hembra.

Moviendo está la sombra sus fuerzas siderales,
tendiendo está la sombra su constelada umbría,
volcando las parejas y haciéndolas nupciales.
Tú eres la noche, esposa. Yo soy el mediodía. 

24.10.12

La noche boca arriba - JULIO CORTÁZAR

Y salían en ciertas épocas a cazar enemigos, le llamaban la guerra florida.

A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde y se apuró a salir a la calle y sacar la motocicleta del rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos diez; llegaría con tiempo sobrado adonde iba. El sol se filtraba entre los altos edificios del centro, y él -porque para sí mismo, para ir pensando, no tenía nombre- montó en la máquina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones.
Dejó pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con brillantes vitrinas de la calle Central. Ahora entraba en la parte más agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga, bordeada de árboles, con poco tráfico y amplias villas que dejaban venir los jardines hasta las aceras, apenas demarcadas por setos bajos. Quizá algo distraído, pero corriendo por la derecha como correspondía, se dejó llevar por la tersura, por la leve crispación de ese día apenas empezado. Tal vez su involuntario relajamiento le impidió prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada en la esquina se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para las soluciones fáciles. Frenó con el pié y con la mano, desviándose a la izquierda; oyó el grito de la mujer, y junto con el choque perdió la visión. Fue como dormirse de golpe.

18.10.12

Blanca Varela

Sin fecha

                                             a Kafka


Suficientes razones, suficientes razones para colocar primero
         un pie y luego otro.
Bajo ellos, no más grande que ellos ni más pequeña, la
         inevitable sombra que se adelanta y voltea la esquina, a
         tientas.
Suficientes razones, suficientes razones para desandar,
         descaer, desvolar.
Suficientes razones para mirar por la ventana. Para observar
la mano que cuenta a oscuras los dedos de otra mano.

Poderosas razones para antes y después. Poderosas razones
          durante.
La hoja de afeitar enmohecida es el límite.
Lasciate ogni speranza voi ch'entrate.
No se retorna de ningún lugar. Y la regla torcida lo confirma
          sobre el aire totalmente recto, como un cadáver.
Y hay otras.
Palidez, sobresalto, algo de náusea.
Misterioso, obsceno chasquido del vientre que canta lo que
          no sabe.
La luz a pleno cuerpo, como un portazo. Adentro y afuera.
          No se sabe dónde.
Y las demás. ¿Existen?

Infinitas para la duda, evidentes para la sospecha.
Dejarse arrastrar contra la corriente, como un perro.
Aprender a caminar sobre la viga podrida.
En la punta de los pies. Sobre la propia sombra.
No más grande que ellos ni más pequeña.

Uno, dos, uno, dos, uno, dos, uno.
Uno atrás, otro adelante.
Contra la pared, boca abajo, en un rincón.
Temblando, con un lívido resplandor bajo los pies, no más
           grande que ellos ni más pequeño.
Tal vez, tal vez la estancada eternidad que algún alma
           inocente confunde con su propio excremento.

Malolientes razones en la boca del túnel.
Y a la salida.
A la postre tantas razones como cuellos existen.

Defenderse del incendio con un hacha. Del demonio con
            un hacha, de dios con un hacha.
Del espíritu y la carne con un hacha.

No habrá testigos.
Se nos ha advertido que el cielo es mudo.

A la más se escribirá, se borrará. Será olvidado.
Y ya no existirán razones suficientes para volver a colocar
             un pie y luego el otro.
No obstante, bajo ellos, no más grande que ellos ni más
             pequeña, la inevitable sombra se adelantará.
Y volteará la misma esquina. A tientas.

28.9.12

Víctor Jara: La vida es eterna en cinco minutos…

“Que el canto tiene sentido,
cuando palpita en las venas
del que morirá cantando
las verdades verdaderas,
no las lisonjas fugaces
ni las famas extranjeras
sino el canto de una lonja
hasta el fondo de la tierra.”

“Ahí donde llega todo
y donde todo comienza,
canto que ha sido valiente
siempre será canción nueva.”

“Manifiesto” (fragmento)
Victor Jara

25.9.12

"Exilio", Alejandra Pizarnik

Exilio

                                                    A Raúl Gustavo Aguirre

Esta manía de saberme ángel,
sin edad,
sin muerte en qué vivirme,
sin piedad por mi nombre
ni por mis huesos que lloran vagando.

¿Y quién no tiene un amor?
¿Y quién no goza entre amapolas?
¿Y quién no posee un fuego, una muerte,
un miedo, algo horrible,
aunque fuere con plumas,
aunque fuere con sonrisas?

Siniestro delirio amar a una sombra.
La sombra no muere.
Y mi amor
sólo abraza a lo que fluye
como lava del infierno:
una logia callada,
fantasmas en dulce erección,
sacerdotes de espuma,
y sobre todo ángeles,
ángeles bellos como cuchillos
que se elevan en la noche
y devastan la esperanza.

20.9.12

Entrevista a Olga Orozco

Nació en Toay, y de alguna manera siempre le fue fiel a ese paisaje de “médanos andariegos, de cardos errantes, de mendigas con collares de abalorios, de profetas viajeros y casas que desatan sus amarras y se dejan llevar, a la deriva, por el viento alucinado”. Ese lugar de La Pampa, del interior del interior, en el que “al atardecer, cualquier piedra, cualquier hueso, toma en las planicies un relieve insensato”. Un lugar de profundidades que la marcó para siempre. “Las estaciones son excesivas, y las sequías y las heladas también. Cuando llueve, la arena envuelve las gotas con una avidez de pordiosera y las sepulta sin exponerlas a ninguna curiosidad, a ninguna intemperie. Los arqueólogos encontrarán allí las huellas de esas viejas tormentas y un cementerio de pájaros que abandoné. Cualquier radiografía mía testimonia aún ahora esos depósitos irremediables y profundos”, escribía en 1984.

Esa tierra alucinada, desierta y excesiva a la vez sería finalmente el paisaje que mejor ilustraría la obra de Olga Orozco, destinada a una contemplación de otros paisajes más medulares y oscuros que las que computan con vacua paciencia costumbristas y objetivistas. Esa capacidad de ahondamiento le dio en vida fama de maga y esotérica, pero ella siempre confesaba que sus poderes eran “escasos”: “Mi heredad son algunas posesiones subterráneas que desembocan en las nubes”.

11.9.12

"La historia los juzgará" Salvador Allende



Salvador Guillermo Allende Gossens
(Santiago, 26 de junio de 1908 – Santiago, 11 de septiembre de 1973)

7.9.12

Guy de Maupassant - PESADILLA

Amo la noche con pasión. La amo, como uno ama a su país o a su amante, con un amor instintivo, profundo, invencible. La amo con todos mis sentidos, con mis ojos que la ven, con mi olfato que la respira, con mis oídos, que escuchan su silencio, con toda mi carne que las tinieblas acarician. Las alondras cantan al sol, en el aire azul, en el aire caliente, en el aire ligero de la mañana clara. El búho huye en la noche, sombra negra que atraviesa el espacio negro, y alegre, embriagado por la negra inmensidad, lanza su grito vibrante y siniestro.

El día me cansa y me aburre. Es brutal y ruidoso. Me levanto con esfuerzo, me visto con desidia y salgo con pesar, y cada paso, cada movimiento, cada gesto, cada palabra, cada pensamiento me fatiga como si levantara una enorme carga.

Pero cuando el sol desciende, una confusa alegría invade todo mi cuerpo. Me despierto, me animo. A medida que crece la sombra me siento distinto, más joven, más fuerte, más activo, más feliz. La veo espesarse, dulce sombra caída del cielo: ahoga la ciudad como una ola inaprensible e impenetrable, oculta, borra, destruye los colores, las formas; oprime las casas, los seres, los monumentos, con su tacto imperceptible.

Entonces tengo ganas de gritar de placer como las lechuzas, de correr por los tejados como los gatos, y un impetuoso deseo de amar se enciende en mis venas.

Salgo, unas veces camino por los barrios ensombrecidos, y otras por los bosques cercanos a París donde oigo rondar a mis hermanas las fieras y a mis hermanos, los cazadores furtivos. Aquello que se ama con violencia acaba siempre por matarle a uno.

Pero ¿cómo explicar lo que me ocurre? ¿Cómo hacer comprender el hecho de que pueda contarlo? No sé, ya no lo sé. Sólo sé que es. Helo aquí.

1.9.12

Miguel Arteche, Premio Nacional de Literatura 1996

 Miguel Arteche, Premio Nacional de Literatura 1996, quien fuera miembro y director de la SECH y de la Academia Chilena de la Lengua., fallece el día 22 de Julio de 2012. Su deceso ocurrió a eso de las 5:00 de la madrugada en su casa de La Reina, Santiago de Chile, de manera repentina, pese a que se encontraba delicado, producto de una bronquitis obstructiva.

Miguel Arteche (Nueva Imperial, Cautín, 1926 – Santiago, 2012). Poeta, narrador, ensayista, miembro de la Academia Chilena de la Lengua y de la Sociedad de Escritores de Chile. Realizó sus estudios secundarios en el Liceo de Los Ángeles y en el Instituto Nacional de Santiago. Cursó derecho en la Universidad de Chile (1945-1946), carrera que no finalizó, y literatura española en la Universidad de Madrid desde 1951 hasta 1953.

En 1947, publicó su primer volumen de poemas, “La invitación al olvido”. Publicó, antes de partir a Europa, “Oda fúnebre” (1948), “Una nube” (1949), “El sur dormido” (1950) y “Cantata del desterrado” (1951). En Madrid publicaría “Solitario mira hacia la ausencia”.

De vuelta a Chile publicó “Otro continente” (1957), “Quince poemas” (1961), “Destierros y tinieblas” (1963) y el volumen antológico que reúne sus tres obras anteriores: “De la ausencia a la noche” (1965).

En 1964 comienza su obra como narrador; publicó “La otra orilla”. Le seguirán “El Cristo hueco” en 1969, “La disparatada vida de Félix Palissa” de 1971 y “El alfil negro” de 1992.

Reconocido como una de las voces más destacadas de la Generación del 50, dada su intensa vida literaria y prolífica obra, de la cual dan cuenta una veintena de libros de poesía, cuatro novelas, además de libros de cuento y ensayos.

Además de su importante labor como formador de nuevas promociones literarias, fue fundador de diversos talleres de poesía, entre ellos destaca el Taller Altazor en la Biblioteca Nacional y el Taller Nueve de Poesía, que no estuvieron ajenos a los acontecimientos del país y que constituyeron un espacio de libertad para la creación.

En el año 1996, es galardonado con el Premio Nacional de Literatura  y entre los argumentos que versan de tal distinción, se le reconoce el “rigor estético y ético con que se dedicó a la elaboración de su obra y a la formación de nuevos autores…”.

COMIENZO

El jardín se ha posado en mi jardín.
Toda su galaxia resplandece a medianoche.
Los árboles destellan, las flores fulgen.
Tiene el césped una tersura de nimbo.
Bajan los Transparentes
y de sus cuerpos surgen peldaños de escala.
Los Radiantes me llaman con sus cristales.
Mis años descienden en el cáliz de un instante.
Los Centelleantes me han rodeado
y me tienden sus ojos de oro.
El amor es una paloma de fuego que elevan.
Por fin llegaron.

24.8.12

Jorge Luis Borges sobre Julio Cortázar

Nadie duda de que Jorge Luis ha sido el más grande cuentista, por lo menos en lengua española en el siglo XX. El más grande opina sobre el segundo más grande. Es importante lo que dice, porque no muchos discuten que sea el más grande pero sí algunos discuten que don Julio sea el segundo más grande. No sólo que sea el segundo más grande sino también que sea uno de los grandes. Para esos que dicen que "el mejor Cortázar etc. etc. etc." (porque prefiero ni mencionar esas estupideces para no seguir alimentando enanos) aquí va lo que decía el gran despreciador. Borges sobre Cortázar, copiado de los prólogos de Borges a la Biblioteca Personal editado por EMECÉ:

"Hacia mil novecientos cuarenta y tantos, yo era secretario de una revista literaria, más o menos secreta. Una tarde, una tarde como las otras, un muchacho muy alto, cuyos rasgos no puedo recobrar, me trajo un cuento manuscrito. Le dije que volviera a los diez días y que le daría mi parecer. Volvió a la semana. Le dije que su cuento me gustaba y que ya había sido entregado a la imprenta. Poco después, Julio Cortázar leyó en letras de molde "Casa tomada" con dos ilustraciones a lápiz de Norah Borges. Pasaron los años y me confió una noche, en París, que ésa había sido su primera publicación. Me honra haber sido su instrumento.

20.8.12

Federico García Lorca

En la mañana verde,
quería ser corazón.
Corazón.

Y en la tarde madura
quería ser ruiseñor.
Ruiseñor.

Alma,
ponte color de naranja.
Alma,
ponte color de amor

En la mañana viva,
Rosas amarillas

yo quería ser yo.
Corazón.

Y en la tarde caída
quería ser mi voz.
Ruiseñor.

¡Alma,
ponte color naranja!
¡Alma,
ponte color de amor!


Federico García Lorca

15.8.12

Rodolfo Walsh entrevistado por Ricardo Piglia

Enero de 1973

Empecemos con este cuento, ¿cuándo lo escribiste, en qué época lo escribiste?

Este cuento lo escribí... me acuerdo la época en que terminé de escribirlo, lo debo haber terminado en noviembre de 1967 y debo haber empezado a escribirlo a mediados de ese año; me acuerdo de la fecha porque en octubre del ‘67 murió Guevara y yo terminé de escribirlo más o menos un mes después.

¿Cómo lo ves vos dentro de la serie de los Irlandeses, qué idea tenés sobre esos cuentos?

Claro, bueno, en la serie de los Irlandeses, que por ahora son estos tres cuentos, evidentemente hay una recreación autobiográfica pero, quizá, no tan estrecha como podría parecer. Lo autobiográfico es nada más que un punto de partida, una anécdota y a veces ni siquiera una anécdota entera sino media anécdota. Porque yo estuve en dos colegios irlandeses, uno en Capilla del Señor, que era un colegio de monjas irlandesas en el año ‘37 y después en el ‘38, ‘39 y ‘40 estuve en este otro, el Instituto Fahy de Moreno, que era un colegio de curas irlandeses. En este sentido hay una realidad mixta, ¿no es cierto?, porque hay un mundo de irlandeses pero al mismo tiempo es la Argentina, y es indudablemente en la Argentina, es decir, hay una burla acerca de uno de los personajes, no sé si en este cuento o en cuál de los cuentos, que dice que uno de los personajes pretendía ser descendiente de reyes y no de humildes chacareros de Suipacha. Cada tanto eso está, está porque estaba, el mundo se vivía así, doblemente...

11.8.12

José Manuel Caballero Bonald


Para Caballero Bonald, el poema es un artefacto autónomo que crece según sus propias leyes (o sus propios caprichos), y por ello mismo se distancia de la obviedad figurativa y de las experiencias biográficas que están en su arranque. Concebida como un ejercicio crítico y contestatario a partir de la memoria, la poesía recoge el recuelo desengañado de la existencia: materia deleznable al fin, cuyo destino más elevado es ser rescatada por la evocación y fosilizada por la escritura.

José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926) nació en el seno de una familia de padre cubano (hijo de criolla y de cántabro) y madre andaluza de procedencia francesa (descendiente del vizconde de Bonald, pensador católico y antirrevolucionario). Estudió Náutica en Cádiz, y Filosofía y Letras en Sevilla y en Madrid. Fue secretario y subdirector de Papeles de Son Armadans, revista dirigida desde Palma de Mallorca por Camilo José Cela, con quien colaboró algunos años. Más tarde ejerció como profesor universitario de literatura en Bogotá, y, de regreso a España, trabajó en diversos proyectos editoriales y en el Instituto de Lexicografía de la RAE.

10.8.12

Nelson Mandela

La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo.
Nelson Mandela

28.7.12

Miradme aquí - GLORIA FUERTES

Miradme aquí,
clavada en una silla,
escribiendo una carta a las palomas.
Miradme aquí,
se que ahora podéis mirarme.
Clarividencias me rodean
y sapos hurgan en los rincones,
los amigos huyen porque yo no hago ruido
y saben que en mi piel hay un fantasma.
Me alimento de cosas que no como,
echo al correo cartas que no escribo
y dispongo de siglos venideros.
Es sobrenatural que ame las rosas.
Es peligroso el mar si no sé nada,
peligroso el amor si no sé nada.
Me preguntan los hombres con sus ojos,
las madres me preguntan con sus hijos,
los árboles me insisten con sus hojas
y el grito es torrencial
y el trueno es hilo de voz
y me coso las carnes con mi hilo de voz:
¡Si no sé nada!

26.7.12

Sobre las palabras - Virginia Woolf


"Están llenas de ecos, de memorias, de asociaciones. Han estado por todas partes: en los labios de la gente, en las calles, en sus casas, en los campos, por tantos siglos.
(...) Son la más salvaje, libre, la más irresponsable, la más inenseñable de todas las cosas. Por supuesto, puedes atraparlas y distribuirlas y colocarlas en orden alfabético en los diccionarios. Pero las palabras no viven en diccionarios. Viven en la mente.
(...) Son altamente sensibles, y fácilmente se incomodan y apenan. No les gusta que se discuta su pureza o impureza. Son muy democráticas, también. Piensan que una palabra es tan buena como la otra, y las palabras mal educadas tan buenas como las educadas, y las incultas tan buenas como las cultas: no hay rangos ni títulos en su sociedad. Tampoco les gusta ser examinadas por separado. Se pasean juntas, en enunciados, en párrafos - a veces en páginas enteras a la vez.
Odian ser útiles, odian hacer dinero, odian que se les den lecciones en público. En pocas palabras, odian cualquier cosa que les estampe un significado o las confine a una actitud, pues su naturaleza es cambiar."


Sobre las palabras - Virginia Woolf
(fragmento)

12.7.12

PABLO NERUDA

De aquellos azahares
desatados
por la luz de la luna,
de aquel
olor de amor
exasperado,
hundido en la fragancia,
salió
del limonero el amarillo,
desde su planetario
bajaron a la tierra los limones.

Tierna mercadería!
Se llenaron las costas,
los mercados,
de luz, de oro
silvestre,
y abrimos
dos mitades
de milagro,
ácido congelado
que corría
desde los hemisferios
de una estrella,
y el licor más profundo
de la naturaleza,
intransferible, vivo,
irreductible,
nació de la frescura
del limón,
de su casa fragante,
de su ácida, secreta simetría.
En el limón cortaron
los cuchillos
una pequeña
catedral,
el ábside escondido
abrió a la luz los ácidos vitrales
y en gotas
resbalaron los topacios,
los altares,
la fresca arquitectura.

Así, cuando tu mano
empuña el hemisferio
del cortado
limón sobre tu plato,
un universo de oro
derramaste,
una
copa amarilla
con milagros,
uno de los pezones olorosos
del pecho de la tierra,
el rayo de la luz que se hizo fruta,
el fuego diminuto de un planeta.

1.7.12

TLALTELOLCO 68 - Jaime Sabines

1

Nadie sabe el número exacto de los muertos,
ni siquiera los asesinos,
ni siquiera el criminal.
(Ciertamente, ya llegó a la historia
este hombre pequeño por todas partes,
incapaz de todo menos del rencor.)

Tlaltelolco será mencionado en los años que vienen
como hoy hablamos de Río Blanco y Cananea,
pero esto fue peor,
aquí han matado al pueblo;
no eran obreros parapetados en la huelga,
eran mujeres y niños, estudiantes,
jovencitos de quince años,
una muchacha que iba al cine,
una criatura en el vientre de su madre,
todos barridos, certeramente acribillados
por la metralla del Orden y Justicia Social.

A los tres días, el ejército era la víctima de los desalmados,
y el pueblo se aprestaba jubiloso
a celebrar las Olimpiadas, que darían gloria a México.

2

El crimen está allí,
cubierto de hojas de periódicos,
con televisores, con radios, con banderas olímpicas.

El aire denso, inmóvil,
el terror, la ignominia.
alrededor las voces, el tránsito, la vida.
Y el crimen está allí.

3

Habría que lavar no sólo el piso; la memoria.
Habría que quitarles los ojos a los que vimos,
asesinar también a los deudos,
que nadie llore, que no haya más testigos.
Pero la sangre echa raíces
y crece como un árbol en el tiempo.
La sangre en el cemento, en las paredes,
en una enredadera: nos salpica,
nos moja de vergüenza, de vergüenza, de vergüenza.

La bocas de los muertos nos escupen
una perpetua sangre quieta.

4

Confiaremos en la mala memoria de la gente,
ordenaremos los restos,
perdonaremos a los sobrevivientes,
daremos libertad a los encarcelados,
seremos generosos, magnánimos y prudentes.

Nos han metido las ideas exóticas como una lavativa,
pero instauramos la paz,
consolidamos las instituciones;
los comerciantes están con nosotros,
los banqueros, los políticos auténticamente mexicanos,
los colegios particulares,
las personas respetables.
Hemos destruido la conjura,
aumentamos nuestro poder:
ya no nos caeremos de la cama
porque tendremos dulces sueños.

Tenemos Secretarios de Estado capaces
de transformar la mierda en esencias aromáticas,
diputados y senadores alquimistas,
líderes inefables, chulísimos,
un tropel de putos espirituales
enarbolando nuestra bandera gallardamente.

Aquí no ha pasado nada.
Comienza nuestro reino.

5

En las planchas de la Delegación están los cadáveres.
Semidesnudos, fríos, agujereados,
algunos con el rostro de un muerto.
Afuera, la gente se amontona, se impacienta,
espera no encontrar el suyo:
"Vaya usted a buscar a otra parte."

6

La juventud es el tema
dentro de la Revolución.
El gobierno apadrina a los héroes.
El peso mexicano está firme
y el desarrollo del país es ascendente.
Siguen las tiras cómicas y los bandidos en la televisión.
hemos demostrado al mundo que somos capaces,
respetuosos, hospitalarios, sensibles
(¡Qué Olimpiada maravillosa!),
y ahora vamos a seguir con el "Metro"
porque el progreso no puede detenerse.

La mujeres, de rosa,
los hombres, de azul cielo,
desfilan los mexicanos en la unidad gloriosa
que constituye la patria de nuestros sueños.

16.6.12

FUNERAL BLUES de W.H. Auden

Detengan los relojes
desconecten el teléfono
denle un hueso al perro
para que no ladre
Callen los pianos y con ese
tamborileo sordo
saquen el féretro...
Acérquense los dolientes
que los aviones
sobrevuelen quejumbrosos
y escriban en el cielo
el mensaje...
él ha muerto.

Pongan moños negros
en los níveos cuellos de las palomas
que los policías usen guantes
de algodón negro

Él era mi norte mi sur
mi este y oeste
mi semana de trabajo y mi
domingo de descanso
mi mediodía, mi medianoche
mi conversación, mi canción

Creí que el amor perduraría
por siempre.
Estaba equivocado.

No precisamos estrellas ahora...
Apáguenlas todas
Envuelvan la luna
desarmen el sol
Desagüen el océano y
talen el bosque
porque de ahora en adelante
nada servirá.

10.6.12

Bertolt Brecht - Parábola de Buda sobre la casa en llamas

Gautama, el Buda, enseñaba la doctrina de la Rueda de los Deseos,
a la que estamos sujetos, y nos aconsejaba
liberarnos de todos los deseos para así,
ya sin pasiones, hundirnos en la Nada, a la que llamaba Nirvana.
Un día sus discípulos le preguntaron:
«¿Cómo es esa Nada, Maestro? Todos quisiéramos
liberarnos de nuestros apetitos, según aconsejas, pero explícanos
si esa Nada en la que entraremos
es algo semejante a esa fusión con todo lo creado
que se siente cuando, al mediodía, yace el cuerpo en el agua,
casi sin pensamientos, indolentemente; o si es como cuando,
apenas ya sin conciencia para cubrirnos con la manta,
nos hundimos de pronto en el sueño; dinos, pues, si se trata
de una Nada buena y alegre o si esa Nada tuya
no es sino una Nada fría, vacía, sin sentido.»
Buda calló largo rato. Luego dijo con indiferencia:
«Ninguna respuesta hay para vuestra pregunta.»
Pero a la noche, cuando se hubieron ido,
Buda, sentado todavía bajo el árbol del pan, a los que no le
habían preguntado
les narró la siguiente parábola:
«No hace mucho vi una casa que ardía. Su techo
era ya pasto de las llamas. Al acercarme advertí
que aún había gente en su interior. Fui a la puerta y les grité
que el techo estaba ardiendo, incitándoles
a que salieran rápidamente.
Pero aquella gente no parecía tener prisa. Uno me preguntó,
mientras el fuego le chamuscaba las cejas,
qué tiempo hacía fuera, si llovía,
si no hacía viento, si existía otra casa,
y otras cosas parecidas. Sin responder,
volví a salir. Esta gente, pensé,
tiene que arder antes que acabe con sus preguntas.
Verdaderamente, amigos,
a quien el suelo no le queme en los pies hasta el punto de
desear gustosamente
cambiarse de sitio, nada tengo que decirle.»
Así hablaba Gautama, el Buda.
Pero también nosotros, que ya no cultivamos el arte de la paciencia
sino, más bien, el arte de la impaciencia;
nosotros, que con consejos de carácter bien terreno
incitamos al hombre a sacudirse sus tormentos; nosotros
pensamos, asimismo, que a quienes,
viendo acercarse ya las escuadrillas de bombarderos del capitalismo,
aún siguen preguntando cómo solucionaremos tal o cual cosa
y qué será de sus huchas y de sus pantalones domingueros
después de una revolución,
a ésos poco tenemos que decirles.

6.6.12

Ray Bradbury - Acerca de Calidoscopio


El primer impacto rajó la nave cual si fuera un gigantesco abrelatas. Los hombres fueron arrojados al espacio, retorciéndose como una docena de peces fulgurantes. Se diseminaron en un mar oscuro mientras la nave, convertida en un millón de fragmentos, proseguía su ruta semejando un enjambre de meteoritos en busca de un sol perdido. -Barkley, Barkley, ¿dónde estás? Voces aterrorizadas, niños perdidos en una noche fría. -¡Woode, Woode! -¡Capitán! -Hollis, Hollis, aquí Stone. -Stone, soy Hollis. ¿Dónde estás? -¿Cómo voy a saberlo? Arriba, abajo... Estoy cayendo. ¡Dios mío, estoy cayendo! Caían. Caían, en la madurez de sus vidas, como guijarros diminutos y plateados. Se diseminaban como piedras lanzadas por una catapulta monstruosa. Y ahora en vez de hombres eran sólo voces. Voces de todos los tipos, incorpóreas y desapasionadas, con distintos tonos de terror y resignación. -Nos alejamos unos de otros. Era cierto. Hollis, rodando sobre sí mismo, sabía que lo era y, de alguna forma, lo aceptó. Se alejaban para recorrer distintos caminos y nada podría reunirles de nuevo. Vestían sus trajes espaciales, herméticamente cerrados, sus pálidos rostros ocultos tras las placas faciales. No habían tenido tiempo de acoplarse las unidades energéticas. Con ellas, habrían sido pequeños botes salvavidas flotando en el espacio. Se habrían salvado, habrían salvado a otros, habrían encontrado a todos hasta unirse para formar una isla de hombres y pensar en alguna salida. Pero ahora, sin las unidades.

Ray Douglas Bradbury
Waukegan, Illinois, 22 de agosto de 1920-Los Ángeles, California, 5 de junio de 2012

1.6.12

La calle - Octavio Paz

Es una calle larga y silenciosa.
Ando en tinieblas y tropiezo y caigo
y me levanto y piso con pies ciegos
las piedras mudas y las hojas secas
y alguien detrás de mí también las pisa:
si me detengo, se detiene;
si corro, corre. Vuelvo el rostro: nadie.
Todo está oscuro y sin salida,
y doy vueltas y vueltas en esquinas
que dan siempre a la calle
donde nadie me espera ni me sigue,
donde yo sigo a un hombre que tropieza
y se levanta y dice al verme: nadie.

23.5.12

La Muerte del Autor


Artículo de Roland Barthes, publicado en 1968, en el cual propone que el texto escrito se realiza finalmente en el lector y no en el autor, como siempre se ha dado por sentado.
La muerte del Autor, Roland Barthes

Balzac, en su novela Sarrasine, hablando de un castrado disfrazado de mujer, escribe lo siguiente: «Era la mujer, con sus miedos repentinos, sus caprichos irracionales, sus instintivas turbaciones, sus audacias sin causa, sus bravatas y su exquisita delicadeza de sentimientos.» ¿Quién está hablando así? ¿El héroe de la novela, interesado en ignorar al castrado que se esconde bajo la mujer? ¿El individuo Balzac, al que la experiencia personal ha provisto de una filosofía sobre la mujer? ¿El autor Balzac, haciendo profesión de ciertas ideas «literarias» sobre la feminidad? ¿La sabiduría universal? ¿La psicología romántica Nunca jamás será posible averiguarlo, por la sencilla razón de que la escritura es la destrucción de toda voz, de todo origen. La escritura es ese lugar neutro, compuesto, oblicuo, al que van a parar nuestro sujeto, el blanco-y-negro en donde acaba por perderse toda identidad, comenzando por la propia identidad del cuerpo que escribe.

14.5.12

Las últimas horas de Virginia Woolf

El gran público asociará a Virginia Woolf con la Nicole Kidman caracterizada con nariz prominente que aparece en el film “Las horas”, basada en la novela homónima del narrador estadounidense Michael Cunningham. En aquella cinta, en la que se combinaban tres historias de mujeres de diferentes épocas con trasfondo suicida, podía verse a la escritora Virginia Stephen –su apellido de soltera– escribiendo «Mrs. Dalloway», hablando con su marido y editor, el circunspecto y atento Leonard Woolf, y al fin metiéndose el 28 de marzo de 1941 en el río Ouse con una piedra en el bolsillo de su vestido, a los 59 años. Antes había redactado dos cartas, una para su hermana Vanessa y otra para su esposo en la que decía: «Estoy segura de que, de nuevo, me vuelvo loca. Creo que no puedo superar otra de aquellas terribles temporadas. No voy a curarme en esta ocasión... estoy haciendo lo que me parece mejor... No puedo seguir destrozando tu vida por más tiempo».
Ahora el lector tiene la oportunidad de conocer este dramático final entre Leonard y Virginia Woolf con “La muerte de Virgina” (Lumen), que, como apuntan los editores, corresponde al quinto y último volumen de la autobiografía del que fuera fundador de la editorial Hogarth Press (el capítulo 2 está dedicado a los libros que editaron); el título original es “The Journey Not the Arrival Matters”, y comprende los años 1939-1969, muy duros. No en balde, el escritor y también político (militó en el partido laborista británico) aborda al comienzo “lo que es la guerra: los horrores de la muerte y la destrucción, las heridas, el dolor, el luto y la brutalidad”; para él, la Europa de los años treinta es más bárbara que la de 1914-19 por culpa del comunismo ruso y el hitlerismo. Leonard cuenta que la Segunda Guerra Mundial llegó para él en forma de dos aviones nazis y cómo tal cosa se convirtió en una presencia tan rutinaria que ni le infundía miedo.

6.5.12

Israel Centeno - Judía


Dame una palabra seductora para herir y matar a los que traman
duras decisiones contra Tu alianza...

Oración de Judit, 9:13

Mis mensajeros irán de posta en posta, reventarán sus caballos; así lo impone mi capricho. He decidido escribirte y vencer el impedimento, un detalle de milenios, que salvarán mis enviados.

Imagino, Judía, que, acostumbrada a desoír a quienes son motivados por deseos ajenos a los designios del Único, te molestarán mis caprichosas pretensiones expresadas en violentar el tiempo para hacerte llegar mis vagas consideraciones.

El tono de la misma es imperativo. Eso indica mi elección. Reincidir en el desafío, alzar mi verbo en oposición al sentido de libertad que expresan los pueblos que se han radicado en las ásperas montañas de Judea.

Mi actitud indica que he de perder la cabeza y que no ha de temblar tu mano para separar de mis hombros cualquier audacia que exprese; en principio, aparento desconocer el poder y la fuerza de tu Dios.

28.4.12

Días contra el ensueño

No querer blancos rodando
en planta movible.
No querer voces robando
semillosas arqueada aéreas.
No querer vivir mil oxígenos
nimias cruzadas al cielo.
No querer trasladar mi curva
sin encerar la hoja actual.
No querer vencer al imán
al final la alpargata se deshilacha.
No querer tocar abstractos
llegar a mi último pelo marrón.
No querer vencer colas blandas
los árboles sitúan las hojas.
No querer traer sin caos
portátiles vocablos.

Alejandra Pizarnik

7.4.12

Gabriela Mistral

Hay besos que pronuncian por sí solos
la sentencia de amor condenatoria,
hay besos que se dan con la mirada
hay besos que se dan con la memoria.

Hay besos silenciosos, besos nobles
hay besos enigmáticos, sinceros
hay besos que se dan sólo las almas
hay besos por prohibidos, verdaderos.

Hay besos que calcinan y que hieren,
hay besos que arrebatan los sentidos,
hay besos misteriosos que han dejado
mil sueños errantes y perdidos.

Hay besos problemáticos que encierran
una clave que nadie ha descifrado,
hay besos que engendran la tragedia
cuantas rosas en broche han deshojado.

Hay besos perfumados, besos tibios
que palpitan en íntimos anhelos,
hay besos que en los labios dejan huellas
como un campo de sol entre dos hielos.

Hay besos que parecen azucenas
por sublimes, ingenuos y por puros,
hay besos traicioneros y cobardes,
hay besos maldecidos y perjuros.

Judas besa a Jesús y deja impresa
en su rostro de Dios, la felonía,
mientras la Magdalena con sus besos
fortifica piadosa su agonía.

Desde entonces en los besos palpita
el amor, la traición y los dolores,
en las bodas humanas se parecen
a la brisa que juega con las flores.

Hay besos que producen desvaríos
de amorosa pasión ardiente y loca,
tú los conoces bien son besos míos
inventados por mí, para tu boca.

Besos de llama que en rastro impreso
llevan los surcos de un amor vedado,
besos de tempestad, salvajes besos
que solo nuestros labios han probado.

¿Te acuerdas del primero...? Indefinible;
cubrió tu faz de cárdenos sonrojos
y en los espasmos de emoción terrible,
llenaron sé de lágrimas tus ojos.

¿Te acuerdas que una tarde en loco exceso
te vi celoso imaginando agravios,
te suspendí en mis brazos... vibró un beso,
y qué viste después...? Sangre en mis labios.

Yo te enseñe a besar: los besos fríos
son de impasible corazón de roca,
yo te enseñé a besar con besos míos
inventados por mí, para tu boca.

5.4.12

LA JOVEN PARCA de PAUL VALERY (fragmento)

¿Quién sino el viento simple solloza en esta hora
sola con diamantes extremos?...¿Mas quién llora
tan cerca de mí con mis propias lágrimas?

Esta mano, que sueña acariciar mi rostro,
abandonada dócil a un designio profundo,
de mi flaqueza espera la lágrima que vierta,
y que mis destinos, lentamente apartado,
el más puro en silencio alumbre un pecho herido.
La ola me murmura la sombra de un reproche,
o remueve del fondo de gargantas de roca
como una vana cosa que bebe amargamente,
con cerrazón de pecho un rumor de quejumbre...

¿Qué haces tú, erizada, y qué tú, mano gélida,
y qué estremecimiento de hoja huída persiste
entre vosotras, islas de mi desnudo seno?
Yo cintilo, ligada a los cielos ignotos...
Brilla racimo inmenso a mi sed de desastres.

Potentes forasteros, inevitables astros,
que hacéis lucir, sobre lo temporal lejano
yo no sé qué de puro y sobrenatural
vosotros que fundís en lágrimas de hombre
esos brillos soberbios, las invencibles armas,
los lancetazos signos de vuestra eternidad;
ante vosotros, trémula, sola, del lecho huída,
sobre el escollo que muerde la maravilla,
a mi pecho interrogo, ¿qué dolor lo desvela?
¿qué crimen por mí misma sobre mí consumado?
...¿O si me sigue el mal de algún sueño recluso,
cuando --en el soplo vuela el oro de la lámpara--
con mis espesos brazos en torno de mis sienes,
esperé largamente del alma los destellos?

¡Toda!...Mas toda mía, de esta mi carne, dueña,
pasmado a un calosfrío su lasitud extraña,
desde mis blancos lazos, suspendida a mi sangre,
mirábame mirábame, sinuosa y doraba
de mirada en mirada, mis bosques más profundos.

Seguí tras la serpiente después de ser mordida.

Paul Valèry

(Traducción de Mariano Brull, editado por Cuadernos marginales, Barcelona 1973)