28.4.12

Días contra el ensueño

No querer blancos rodando
en planta movible.
No querer voces robando
semillosas arqueada aéreas.
No querer vivir mil oxígenos
nimias cruzadas al cielo.
No querer trasladar mi curva
sin encerar la hoja actual.
No querer vencer al imán
al final la alpargata se deshilacha.
No querer tocar abstractos
llegar a mi último pelo marrón.
No querer vencer colas blandas
los árboles sitúan las hojas.
No querer traer sin caos
portátiles vocablos.

Alejandra Pizarnik

7.4.12

Gabriela Mistral

Hay besos que pronuncian por sí solos
la sentencia de amor condenatoria,
hay besos que se dan con la mirada
hay besos que se dan con la memoria.

Hay besos silenciosos, besos nobles
hay besos enigmáticos, sinceros
hay besos que se dan sólo las almas
hay besos por prohibidos, verdaderos.

Hay besos que calcinan y que hieren,
hay besos que arrebatan los sentidos,
hay besos misteriosos que han dejado
mil sueños errantes y perdidos.

Hay besos problemáticos que encierran
una clave que nadie ha descifrado,
hay besos que engendran la tragedia
cuantas rosas en broche han deshojado.

Hay besos perfumados, besos tibios
que palpitan en íntimos anhelos,
hay besos que en los labios dejan huellas
como un campo de sol entre dos hielos.

Hay besos que parecen azucenas
por sublimes, ingenuos y por puros,
hay besos traicioneros y cobardes,
hay besos maldecidos y perjuros.

Judas besa a Jesús y deja impresa
en su rostro de Dios, la felonía,
mientras la Magdalena con sus besos
fortifica piadosa su agonía.

Desde entonces en los besos palpita
el amor, la traición y los dolores,
en las bodas humanas se parecen
a la brisa que juega con las flores.

Hay besos que producen desvaríos
de amorosa pasión ardiente y loca,
tú los conoces bien son besos míos
inventados por mí, para tu boca.

Besos de llama que en rastro impreso
llevan los surcos de un amor vedado,
besos de tempestad, salvajes besos
que solo nuestros labios han probado.

¿Te acuerdas del primero...? Indefinible;
cubrió tu faz de cárdenos sonrojos
y en los espasmos de emoción terrible,
llenaron sé de lágrimas tus ojos.

¿Te acuerdas que una tarde en loco exceso
te vi celoso imaginando agravios,
te suspendí en mis brazos... vibró un beso,
y qué viste después...? Sangre en mis labios.

Yo te enseñe a besar: los besos fríos
son de impasible corazón de roca,
yo te enseñé a besar con besos míos
inventados por mí, para tu boca.

5.4.12

LA JOVEN PARCA de PAUL VALERY (fragmento)

¿Quién sino el viento simple solloza en esta hora
sola con diamantes extremos?...¿Mas quién llora
tan cerca de mí con mis propias lágrimas?

Esta mano, que sueña acariciar mi rostro,
abandonada dócil a un designio profundo,
de mi flaqueza espera la lágrima que vierta,
y que mis destinos, lentamente apartado,
el más puro en silencio alumbre un pecho herido.
La ola me murmura la sombra de un reproche,
o remueve del fondo de gargantas de roca
como una vana cosa que bebe amargamente,
con cerrazón de pecho un rumor de quejumbre...

¿Qué haces tú, erizada, y qué tú, mano gélida,
y qué estremecimiento de hoja huída persiste
entre vosotras, islas de mi desnudo seno?
Yo cintilo, ligada a los cielos ignotos...
Brilla racimo inmenso a mi sed de desastres.

Potentes forasteros, inevitables astros,
que hacéis lucir, sobre lo temporal lejano
yo no sé qué de puro y sobrenatural
vosotros que fundís en lágrimas de hombre
esos brillos soberbios, las invencibles armas,
los lancetazos signos de vuestra eternidad;
ante vosotros, trémula, sola, del lecho huída,
sobre el escollo que muerde la maravilla,
a mi pecho interrogo, ¿qué dolor lo desvela?
¿qué crimen por mí misma sobre mí consumado?
...¿O si me sigue el mal de algún sueño recluso,
cuando --en el soplo vuela el oro de la lámpara--
con mis espesos brazos en torno de mis sienes,
esperé largamente del alma los destellos?

¡Toda!...Mas toda mía, de esta mi carne, dueña,
pasmado a un calosfrío su lasitud extraña,
desde mis blancos lazos, suspendida a mi sangre,
mirábame mirábame, sinuosa y doraba
de mirada en mirada, mis bosques más profundos.

Seguí tras la serpiente después de ser mordida.

Paul Valèry

(Traducción de Mariano Brull, editado por Cuadernos marginales, Barcelona 1973)