27.8.14

GIOCONDA BELLI

Si eres una mujer fuerte
protégete de las alimañas que querrán
almorzar tu corazón.

Ellas usan todos los disfraces de los carnavales de la tierra:
se visten como culpas, como oportunidades, como precios que hay que pagar.
Te hurgan el alma; meten el barreno de sus miradas o sus llantos
hasta lo más profundo del magma de tu esencia
no para alumbrarse con tu fuego
sino para apagar la pasión
la erudición de tus fantasías.

Si eres una mujer fuerte
tienes que saber que el aire que te nutre
acarrea también parásitos, moscardones,
menudos insectos que buscarán alojarse en tu sangre
y nutrirse de cuanto es sólido y grande en ti.

No pierdas la compasión, pero témele a cuanto conduzca
a negarte la palabra, a esconder quién eres,
lo que te obligue a ablandarte
y te prometa un reino terrestre a cambio
de la sonrisa complaciente.

Si eres una mujer fuerte
prepárate para la batalla:
aprende a estar sola
a dormir en la más absoluta oscuridad sin miedo
a que nadie te tire sogas cuando ruja la tormenta
a nadar contra corriente.

Entrénate en los oficios de la reflexión y el intelecto
Lee, hazte el amor a ti misma, construye tu castillo
rodealo de fosos profundos
pero hazle anchas puertas y ventanas.

Es menester que cultives enormes amistades
que quienes te rodean y quieran sepan lo que eres
que te hagas un círculo de hogueras y enciendas en el centro de tu habitación
una estufa siempre ardiente donde se mantenga el hervor de tus sueños.

Si eres una mujer fuerte
protégete con palabras y árboles
e invoca la memoria de mujeres antiguas.

Haz de saber que eres un campo magnético
hacia el que viajarán aullando los clavos herrumbados
y el óxido mortal de todos los naufragios.
Ampara, pero ampárate primero

Guarda las distancias
Constrúyete. Cuidate
Atesora tu poder
Defiéndelo
Hazlo por ti

Te lo pido en nombre de todas nosotras.

Gioconda Belli

19.8.14

Canción del mariquita

El mariquita se peina 
en su peinador de seda. 

Los vecinos se sonríen 
en sus ventanas postreras. 

El mariquita organiza 
los bucles de su cabeza. 

Por los patios gritan loros, 
surtidores y planetas. 

El mariquita se adorna 
con un jazmín sinvergüenza. 

La tarde se pone extraña 
de peines y enredaderas. 

El escándalo temblaba 
rayado como una cebra. 

¡Los mariquitas del Sur, 
cantan en las azoteas!


Federico García Lorca

9.8.14

Tristan Tzara

“El tiempo deja caer pequeñas pulgadas detrás de él
siega las finas moléculas en las praderas de agua
domina las bolsas de aire atraviesa su jungla
corta el gusano de la ola y de  cada mitad nace llena
de luz una mariposa
en el volcán se hilvana a lo largo de una nota de violín
riza el corte errante del vidrio en las finas horas de
transparencia
allí donde nuestros sueños revuelven el cantarino
manjar de luz

el río que la montaña enfila hacia el oriente articulado
de peligros y de porqués
y carga de medallas y de holocaustos a todo lo largo de
las gardenias
se ha crispado alrededor de tu puño camino abotonado
de mojones al sol vecinos a los campos
más allá de las riberas el arco agranda la sonrisa del
espacio hasta el rictus del glaciar
y la lanzadera del tejedor punteado de ramas en la
borrachera del ciempiés
atraviesa los obstáculos calvos y los ojos pelados de
las flechas que veían
sin embargo la soldadura al borde del lago se deshace
como bocanadas de nubes se instalan sobre el agua los
sentimientos ordenados de las canastillas bordadas
con plumas estilográficas
o el trémolo de fuego que se mueve por el espacio que
el eco ha vaciado
el viento huye de la puerta giratoria el viento examina
los paisajes los pasajeros
y la voluntad de ser uno mismo modifica en el hueco
del chapoteo su continuo arriendo

las amapolas eléctricas bajo la concha de tortuga
arropan los granos de arena y de belleza
el crepúsculo eleva los adioses al horizonte bañado con
la fria claridad del estetoscopio
azotado por los resplandores navales da la vuelta a la
prisión
y sus caidas de sitio en sitio preparan la electrificación
de los ojos
adán y eva se esconden en el bello lugar del fruto hendido
dos vueltas hacen bajar del cielo subterráneamente a
gemelos de otras épocas
con el sabor de los metales pesados los cristales de las
estrellas ofrecen el regazo en la entrada de la
cueva
en el roquedo petrificado en alto para usted
cayendo en el dejar-ir del invierno que esgrime
sus sables ..”
 
 

1.8.14

Definición de un poeta - Por Enrique Lihn



Definición de un poeta
Por Enrique Lihn
Anales de la Universidad de Chile, Enero- Marzo de 1966


La última vez que visité al poeta Eduardo Anguita, lo encontré abatido, al parecer definitivamente, por una neurosis que, reforzando su sentido del humor, no le ha quitado para nada su apetito metafísico.

—He dejado que 
la palabra se estagnara en mí —reflexionó con repentina solemnidad. Uno no cuenta. Lo siento por la palabra. Su maestro había dicho en 1916, desde el punto de vista de un "San Juan de la Cruz al revés"(1): "El poeta es un pequeño dios"(2), presunción difícil de confirmar en la mayoría de los casos, pero que, en suma, no hace más que abreviar, y bien, antiguas concepciones del fenómeno poético, antiguas ya en el siglo xviii cuando Shaftesbury, por ejemplo, escribía: "La oposición entre Dios y el hombre desaparece si pensamos al hombre, no sólo por su existencia de criatura sino por la fuerza íntima, radical y formadora que le es propia, si le estudiamos como creador"(3). "El segundo creador bajo Júpiter". Supongo que un católico ferviente, al admitir entre sus creencias la del "poder de las palabras", debe luchar, en el desierto, contra la tentación de codearse con Dios e incurrir así en una identidad mental, falacia de heresiarcas. Si se admite la enormidad de que en el principio fue el verbo, el correctivo de la sensatez estará en la humildad instrumental: sentirse un vehículo de la palabra dejado de la mano de Dios en un lecho de enfermo a vez real e imaginario.


Hay otro modo de ignorar el modesto pero profundo interés que ofrece la poesía que me resulta aún más irritante que el trascendentalismo de quienes sitúan dicho interés en las abisales profundidades pascalianas. Pseudojóvenes que quisieran parecerse exactamente a Los Beatles, se declaran contra los peligros de una oscuridad presunta, y desearían que todo fuera tan claro en poesía como para cantarlo con acompañamiento de guitarra. Sea usted claro y sencillo, fue alguna vez la fórmula de la poesía partidista. Ahora se trataría, además, de caerle simpático al auditorio, y, si es posible, de hacerlo bailar palabras para canciones, casi tangos, pseudocuecas, semiboleros.

Obvio es decir que siempre ha habido una falsa oscuridad poética, la que mi amigo Nicanor Parra llama "retórica de monaguillos" y contra la cual sus "poetas de la claridad", él en una palabra, han levantado la antipoesía, es decir, una poesía genuina que, cuanto tal, ciertamente, suele ser "más retorcida que una óreja", necesariamente oscura, difícil de penetrar(4). Así, los mallanmes chilenos de cuarta categoría se han quedado con las máscaras en las manos y el expendio de "metaforones" clausurado per sécula. Otro tanto les ocurrirá a los Aznavour o a los que no cuenten a Francois Villon entre sus ancestros, ni tengan pasta de trovadores legítimos. Desde hace algunos años prende la opinión entre los poetas menores que juegan a ser distintos de nuestros "poetas de grandes dimensiones", como llamó alguien (5) a De Rokha, la Mistral, Neruda y Huidobro, de que la poesía —pequeño mundo mágico— tendría que ser, a juzgar por sus producciones, una historia narrada por un idiota, pero convenientemente despojada del sonido y la furia. Así se han escrito muchos libros inútiles: diarios de vida de colegiales aficionados a la cerveza, recuerdos de provincia, poemas para álbumes, conversaciones con amables fantasmas que, demasiado habituados a la vida de ultratumba, no tienen, finalmente, nada que decir.


El número de los "poetas de grandes dimensiones" aumenta, con todo, por encima de los nuevos "perláticos" (6).

La generación del año treinta y ocho, para presentar un solo corte transversal de la poesía chilena, ha puesto sobre la mesa sus cartas definitivas. Repito el nombre de Nicanor Parra, y están Gonzalo Rojas, Braulio Arenas, Eduardo Anguita. Todos ellos —y otros que habría que situar en el panorama— han tenido, incluso, el valor de sus equivocaciones, y no se han propuesto, al escribir poesía, dírigir, en los estribillos, un coro de lectores en vacaciones.