26.6.10

Joseph Brodsky

Poeta ruso nacido en San Petersburgo en 1940.
De formación autodidacta, reconoció la influencia que en él ejercieron los poetas clásicos, los metafísicos ingleses y los poetas polacos modernos, además de Proust, W. H. Auden y Herman Melville.
Acusado de "parasitismo social", fue encarcelado durante dieciocho meses a la edad de veinticuatro años.
En 1972 emprendió el camino al exilio, obteniendo la nacionalidad estadounidense en 1977.
Sus "Poemas selectos", que reúnen una importante colección de su poesía, se publicaron en versión inglesa en 1973, seguidos de "Partes de la oración" en 1980 e Historia del siglo XX en 1986.
En 1981 obtuvo una beca de la Fundación MacArthur, y en 1987 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura.

En 1962 el poeta Joseph Brodsky inició lo que se convertiría en un ritual: escribir cada año entre diciembre y enero al menos un poema que celebrara la Navidad. Una tradición personal urdida por uno de los mayores poetas judíos de la historia de la literatura. Fueron contados los años en los que Brodsky no cumplió con esta ceremonia. La primera interrupción, ocurrida en 1964, se debe a un hecho extremadamente desafortunado. Recordemos que ese año Brodsky fue acusado por el gobierno ruso de “parasitismo social” y condenado a cinco años de trabajos forzados en un campo penitenciario de Arjanguelks. Gracias a la fuerte presión ejercida por la intelectualidad occidental, especialmente la inglesa y la norteamericana, Brodsky fue indultado cuando había cumplido una tercera parte de la condena. En 1972 salió al exilio pasando una breve temporada en Londres y otra en Viena antes de asentarse definitivamente en Estados Unidos como profesor universitario. A partir de 1973 los poemas de Navidad fueron escritos casi todos en Venecia, ciudad que el poeta visitaba sin falta cada fin de año. En ella veía reflejada, como en un espejo, a su natal San Petersburgo, también conocida como La Venecia del Norte. Brodsky murió en Nueva York en 1996, y por expresa voluntad, sus restos fueron trasladados al cementerio veneciano de San Miguel, desde donde se divisa plena de belleza a La Perla del Adriático. El último de estos singulares textos navideños está firmado en diciembre 1995. Tardó 33 años en darle cuerpo al libro, los mismos que durara la vida de Cristo, “dando vueltas por la habitación como un chamán, enrollando su vacío como un ovillo, para que su alma supiera algo que sabe Dios”. He aquí el primero de esta serie de poemas.

CANCIÓN DE NAVIDAD

a Yevgueni Rein, con afecto

Flota en una pena inexplicable,
entre inmensidades de ladrillo,
una barquita nocturna, siempre encendida,
por el jardín de Alejandro,
farolito en la noche solitario,
como una rosa amarilla,
sobre las cabezas de sus enamorados,
bajo los pies de quienes pasan.
Flota en una pena inexplicable
el zumbido de un coro de sonámbulos y borrachos.
En la capital, un extranjero
tomó triste una foto por la noche,
y salió a la Ordynka
un taxi con pasajeros enfermos,
y los muertos están de pie,
abrazando los palacios.
Flota en una pena inexplicable
un triste cantante por la capital,
y junto a un puesto de petróleo,
un portero triste de cara redonda,
por la calle grisácea corre
un amante viejo y guapo.
Un tren de medianoche, recién casado,
flota en una pena inexplicable.
Flota en las brumas del Zamoskvorechie
un nadador casual hacia la infelicidad,
el acento judío recorre
la escalera triste y amarilla,
y entre amor y tristeza
en Nochevieja, víspera de domingo,
flota sin mostrar su pena
la bella del barrio.
Flota en los ojos la noche fría;
tiemblan copos de nieve en el vagón,
viento helado, viento pálido
ceñirá rojas palmas de las manos,
y se vierte miel de luces de ocaso
y huele a mazapán dulce,
y la Nochebuena trae un pastel nocturno
sobre su cabeza.
Sobre una ola azul oscuro,
en el mar de la ciudad,
flota tu año Nuevo en una pena inexplicable,
como si la vida empezara de nuevo,
como si hubiera luz y gloria,
un día feliz con pan de sobra,
como si la vida fuera a la derecha,
después de haber oscilado hacia la izquierda.

-1962-

13.6.10

Jorge Teillier

La poesía de Teillier descansa en principio en la tradición de la representación lárica (poesía del lar, del origen, de la frontera), aunque su obra trasciende el rótulo del arraigo lárico cuyos antecedentes se encuentran en Chile en Efraín Barquero (V.) y Rolando Cárdenas. Sus poemas arrancan del recuerdo ingenuo y la nostalgia con una cierta esperanza de asir el paraíso perdido, el cual paulatinamente se desintegra y se convierte en pura imagen soñada. Jorge Teillier nació en Lautaro, Chile, en 1935 y murió en 1996.

El poeta se inició a los 12 años en la escritura, bebiendo las aguas de los libros de aventuras, Panait Istrati, Knut Hamsun, Julio Veme y los cuentos de hadas. Posteriormente se alimenta de los poetas del modernismo hispanoamericano (V.), de Vicente Huidobro y de la tradición universal de Jorge Manrique, Rainer María Rilke y Francois Villon. Se le vincula también con Höderlin y Trakl. Para él, lo importante en la poesía no es lo estético, sino la creación del mito y de un espacio o tiempo que trasciendan lo cotidiano, utilizando lo cotidiano. El poeta no debe significar sino ser. Postula un tiempo de arraigo frente a la generación de los años 50, que postulaba el éxodo hacia las ciudades.

En su poesía existe el Sur mítico y lluvioso de Pablo Neruda , pero desrealizado por una creación verbal en donde los lugares de provincia se tiñen de referencias melancólicas y simbólicas que se hacen universales. El poeta aparece como el sobreviviente de un paraíso perdido, como testigo visionario de una época dorada de la humanidad que conserva a través de los tiempos el mito y la imagen esencial de las cosas: casa, tierra, árbol. Pero el recuerdo ingenuo e incorruptible que se recupera por medio de la memoria, se trasciende sólo momentáneamente y culmina con su paulatina desintegración. Como en Enrique Lihn (V.) y en Barquero, hay en su obra una voluntad rendida, en que el presente carece de toda intensidad y la visión de lo cotidiano es desoladora: persiste sólo lo estéril y lo deshabitado. Frente a ello se buscan las huellas perdidas, para acceder al lugar maravilloso de donde venimos. A través del recuerdo, la realidad cotidiana se hace visible y se recupera. Pero ella solamente sobrevive en los lugares del hallazgo, constituido por los residuos del pasado y los espacios secretos y ocultos: el espacio encubre al tiempo.

De este modo, en Teillier hay dos momentos estéticos recurrentes que el poema recupera: el momento ingenuo de la infancia y el del recuerdo. La poesía de Teillier se encarna en la polaridad entre la felicidad del tiempo del origen recordado y el dolor de su desintegración. El sujeto de la poesía de Teillier es un desterrado que vive en la ciudad moderna y que fantasmalmente vuelve una y otra vez al espacio de la infancia, de la frontera, del límite, para reencontrarse con algo que ya no existe.

Frente a la tradición totalizadora de las vanguardias y los planteamientos rupturistas de la antipoesía (V. Poemas y antipoemas), Jorge Teillier convirtió de nuevo la poesía en experiencia vital ligada a una memoria poética que busca sus símbolos ancestrales y puros. Esa búsqueda primordial lo convirtió en uno de los poetas chilenos más originales de la actualidad.

En Diccionario Enciclopédico de las Letras de América Latina.Caracas, Bibliteca Ayacucho, 1995
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POR UN TIEMPO DE ARRAIGO

Hemos venido siguiendo con interés una reciente polémica planteada en ésta y otras publicaciones por los escritores Luis Enrique Délano y Jaime Valdivieso, en torno al problema de la frustración de los escritores debido a la presión de un ambiente desfavorable y la necesidad del exilio, en otros términos, sobre el arraigo o desarraigo. En el número 3 de la Revista Portal, Enrique Lafourcade insiste en el tema en un artículo suyo sobre La Generación del 50, escrito poco antes de despedirse del país para ir a residir a los Estados Unidos. Curiosamente, en el fondo su planteamiento coincide con el de Valdivieso, pese a las conocidas divergencias ideológicas de ambos. "Quebramos todos los vidrios, dice Lafourcade. Luego, el éxodo". Según él, este éxodo se debe a que aquí un intelectual no goza de ningún rango especial, no se puede ganar la vida, no puede desarrollar su talento. Como ilustración entrega una larga lista de "desterrados" que en el extranjero se dedican a ocupaciones tan espirituales y edificantes como la publicidad, la diplomacia, el buscar casamiento con damas francesas dueñas de castillo, o inaugurar piscinas de viudas de generales mexicanos. Naturalmente, en nuestro país estas actividades no cuenta con demasiado campo. Y a escritores como Carlos Sepúlveda Leyton, Baldomero Lillo, Nicomedes Guzmán, que nunca se expatriaron y lucharon bravamente contra toda clase de postergaciones, no hay para qué tomarlos en cuenta. Tal estado le espíritu es previsible y justificable en Lafourcade, talentoso escritor, por cierto, y buen representante del pequeño burgués ubicuo y cosmopolita, pero resulta alarmante cuando se extiende a un no reducido número de escritores de izquierda. Hemos visto como algunos declaran que este país es una selva, un desierto, que no hay tradición cultural, que vivimos en el paraíso de la frustración. Se desdeña nuestra historia (casi siempre ignorándola totalmente) y nuestra literatura.

La actitud de niños mimados, es bien propia de muchos intelectuales. Piensan que por el hecho de serlo, son seres superiores, y casi en forma inconsciente desean todas las oportunidades y pleitesías posibles. Lo curioso es que las esperan del régimen dominante, sin mostrar la menor confianza por las clases trabajadoras, pese a ingresar muchas veces en sus organizaciones. Frente a ellos, recuerdo a tantos poetas amigos como aquellos que son maestros primarios rurales, que afrontan heroicamente, sin queja alguna, toda suerte de persecuciones y postergaciones, prosiguiendo siempre sus tareas de hombres y de escritores. O en los muchachos como los del Grupo Arúspice y Vanguardia de Concepción; o Trilce, de Valdivia, que en ciudades más bien inhóspitas para los creadores luchan contra el medio transformándolo paulatinamente con sus esforzadas actividades.

Sí, la actitud cínica o desesperanzada no es total. Caracteriza sólo a la mayor parte de los escritores de la generación del 50, representantes de una pequeña burguesía citadina, o de una burguesía venida a menos. Contra ellos, si no teóricamente, en forma vital, se levantan escritores como Edesio Alvarado, que ha confirmado tan abrumadoramente su talento con su obra enraizada en el profundo sur. Y luego, Marta Jara, Nicolás Ferraro, Luis Vulliamy, José Miguel Varas, entre otros. Ellos y poetas como Efraín Barquero, Pablo Guíñez, Rolando Cárdenas, Sergio Hernández, Floridor Pérez, son todos indagadores del espíritu del hombre y del paisaje nuestro, como lo fueron los hombres –de todas las banderas– de la generación del 38.

No tratamos de postular principios de nacionalismos estériles. Menos aún de pedir el encierro. Es necesario viajar, escuchar otras voces, recorrer otros ámbitos, así como superar la nefasta incomunicación cultural que nos impide el acceso a tantos libros, films u obras teatrales.

Un creador debe estar siempre alerta frente al diálogo con los creadores de otras latitudes. Pero los que eligen el éxodo no serán sino zombies, no estarán ni aquí ni en ninguna parte, serán los hombres desarraigados. El autodestierro indica falta de confianza en sí mismo, y es a la vez un peligroso estado de yaconismo intelectual. Si un escritor se considera revolucionario (y siempre todo verdadero escritor ha estado en pugna contra los órdenes sociales injustos), elegirá la lucha contra su medio ambiente, tratará de superarse y superarlo por todos los medios. El lujo de desarraigo se lo pueden dar sólo los pueblos antiguos, ya seguros de sí mismos. El cosmopolitismo es un lujo que puede darse sólo cuando se ha logrado, como ha señalado Juan Rivano, llegar al tiempo del arraigo verdadero: "los tiempos en que haya suelo firme bajo nuestros pies y podamos hablar de una cultura y de un espíritu nuestro, sin que importen sus dimensiones".

En El Siglo, Santiago (13.11.1966), p. 15.

8.6.10

Gloria Amaya González

-1928/2010-
Gloria Amaya González nació el 4 de abril de 1928 en Navajas, localidad del municipio matancero de Pedro Betancourt, donde falleciera el viernes 8 de enero de 2010. De su único matrimonio, con Liberato Sigler Conde, nacieron cinco hijos, cuatro varones, Juan Francisco, Guido, Miguel y Ariel, y una sola hembra, María Victoria. En una entrevista concedida al periodista independiente Roberto Santana, en junio de 2005, la señora Amaya contó que la buena educación recibida de sus padres se la trasmitió a sus hijos. En la Cuba de antes de 1959, las familias de menos recursos con orgullo proclamaban “pobres, pero honrados”.
Gloria no dejaba salir a la calle a sus hijos, les decía: “Ustedes en su casa, no tienen que molestar a nadie. Los vecinos siempre hablaban muy de ellos, porque eran niños educados”. Cuando su esposo enfermó y murió de tuberculosis, el 25 de abril de 1994, Gloria tuvo que hacerse cargo de su hogar y de sus hijos.
Para poder pagar los 13.30 de alquiler mensual, se puso a lavar y planchar para la calle. ”Me levantaba a las 3 a.m. y a las 6 de la tarde todavía estaba en pie, lavando y planchando y atendiendo a mis hijos”. A veces no le alcanzaba ni para comprar carbón para cocinar y entonces tenía que hacerlo con cáscaras de caña o tusas de maíz. Durante un tiempo, trabajó en el campo recogiendo papas, con un jefe que no dejaba llevarse ni una papa.
“Fui pobre, muy pobre, pero a nadie nunca le pedí un plato de comida ni un trapito de ropa. Si podía, un día le compraba una camisita a uno, a otro un par de tenis, pero nunca le pedí nada a nadie”. La pobreza de la familia Sigler Amaya no impidió que los cinco hermanos terminaran sus estudios y se graduaran. Juan Francisco se hizo licenciado en economía; Guido, técnico medio, también en economía; Miguel, técnico en construcción civil; Ariel, licenciado en cultura física, y María Victoria, enfermera.
Gloria nunca simpatizó con el sistema instaurado por Fidel Castro y a sus hijos desde pequeños inculcó ideas democráticas. Por su actitud contestataria, fue marginada de toda participación social, negándosele empleos y ayudas estatales para el sostén económico de su familia. Pero ella no claudicó, y con más fuerza aún, se enfrentó a un régimen que pretendía rendirla por hambre y necesidades.
En 1980, por defender a los Marielitos -”escorias” como los llamaban los castristas- fue amenazada de muerte y con desterrarla de su país, por el simple hecho de oponerse a las golpizas que les daban a las personas que decidían irse de Cuba. A partir de ese momento, esta familia se mantuvo haciendo oposición de forma clandestina y por cuenta propia. En la década de los 90 fue cuando comenzaron a relacionarse con opositores de otras provincias que tenían sus mismos ideales.
El 16 de noviembre de 1996, junto con sus hijos, Gloria Amaya fundó una organización de derechos humanos a la que llamaron Movimiento Independiente Opción Alternativa, cuyo objetivo central era practicar la desobediencia cívica no violenta. La Seguridad del Estado trató de destruirla, empleando todo clase de métodos, desde persuasivos, divisionistas, y difamatorios hasta amenazas de muerte, chantajes, golpizas, actos de repudio, arrestos y encarcelamientos.
Gloria Amaya tuvo que sufrir en su casa, sede de Opción Alternativa, más de 20 actos de repudio violentos. Uno de los más graves ocurrió mientras hacían un ayuno por la libertad incondicional de sus hijos Ariel y Guido, en ese momento detenidos. Su domicilio fue invadido por ”brigadas de respuesta rápida”, bandas fascistas organizadas y dirigidas por la Seguridad del Estado y el Partido Comunista locales. Armados con palos, barras de acero, cables eléctricos y piedras, atacaron la vivienda y arrasaron con todo lo que encontraron a su paso.
A Gloria la lanzaron contra el piso y arremetieron a patadas contra ella, le fracturaron una vértebra de la columna, que la dejó inválida. Su hijo Juan Francisco sufrió una herida en la cabeza que requirió de varios puntos de sutura, a Miguel le fracturaron tres costillas, mientras que sus nietos y demás miembros de esta organización fueron salvajemente golpeados. Posteriormente fueron arrestados y conducidos a la sede provincial de la Seguridad del Estado.
El 18 de marzo de 2003, en presencia de Gloria, fueron arrestados tres de sus hijos, Ariel, Miguel y Guido. Miguel fue arrastrado por los cabellos a lo largo de más de 40 metros, lo golpearon, le echaron gases lacrimógenos en los ojos, y se lo llevaron esposado. Al ver tanta brutalidad, Gloria sufrió un pre-infarto y perdió el conocimiento, tuvo que ser trasladada de urgencia al hospital de Jovellanos.
Mientras, su hogar continuó siendo saqueado por agentes de la Seguridad del Estado. “Rompieron todo lo que encontraron: la bandera cubana, un retrato de Martí y los carteles, en uno de ellos estaban las fotos de los niños que murieron en el remolcador 13 de Marzo”, recordó Gloria en la entrevista a Santana. Además, le confiscaron libros, medicamentos y equipos sanitarios con los cuales ella y su familia gratuitamente prestaban servicio a la población.
Tres de sus hijos fueron castigados con altas condenas de privación de libertad en diferentes provincias. Después de haber cumplido 2 años de prisión, Miguel fue excarcelado en 2005 y pudo salir de Cuba con su familia y viajar como refugiado político a los Estados Unidos, donde actualmente reside. Ariel y Guido continúan en prisión, cumpliendo una sanción de 25 y 20 años respectivamente. Su otro hijo, Juan Franciso, fue expulsado de su trabajo y vive bajo constantes amenazas de la policía política.

A pesar de su avanzada edad y su delicado estado de salud, desde su sillón de ruedas, continuó siendo una mujer muy activa, convirtiéndose en un ejemplo para toda la oposición interna cubana. Mientras sus piernas y su salud se lo permitieron, salió con las Damas de Blanco por las calles de La Habana, para pedir la libertad de sus dos hijos y de todos los presos políticos.
Gloria Amaya González vivió y murió orgullosa por haber ofrecido para el bien de Cuba, a cinco hijos, ocho nietos y siete bisnietos.