14.4.16

EL INTERROGADOR - JULIO CORTÁZAR


No pregunto por las glorias ni las nieves, 
quiero saber dónde se van juntando 
las golondrinas muertas, 
adónde van las cajas de fósforos usadas. 
Por grande que sea el mundo 
hay los recortes de uñas, las pelusas, 
los sobres fatigados, las pestañas que caen. 
¿Adonde van las nieblas, la borra del café,
los almanaques de otro tiempo? 
Pregunto por la nada que nos mueve; 
en esos cementerios conjeturo que crece 
poco a poco el miedo, 
y que allí empolla el Roc. 

22.3.16

JULIO CORTÁZAR - UNA CARTA DE AMOR

Todo lo que de vos quisiera
es tan poco en el fondo
porque en el fondo es todo

como un perro que pasa, una colina,
esas cosas de nada, cotidianas,
espiga y cabellera y dos terrones,
el olor de tu cuerpo,
lo que decís de cualquier cosa,
conmigo o contra mía,

todo eso es tan poco
yo lo quiero de vos porque te quiero.

Que mires más allá de mí,
que me ames con violenta prescindencia
del mañana, que el grito
de tu entrega se estrelle
en la cara de un jefe de oficina,

y que el placer que juntos inventamos
sea otro signo de la libertad.

12.3.16

SELVA CASAL

            En mí es de noche siempre


Qué tengo yo qué tengo
por qué no tiene fin ya mi delirio
y en mí es de noche siempre
el mar duerme yo no
cansados de girar duermen los astros
cuajada iba la noche de diamantes
bajo el inmenso ojo lunar
hasta dónde los mares primeros repican
tal el caos y el orden
el miedo de pronto aparece
ellos duermen yo estoy alerta
de continuo el mundo me requiere
no es sangre brasas es lo que por mí circula
cuando has nacido no hay dónde esconderse
nosotros convivimos con la nada
perdemos el recuerdo
los días son manzanos ardientes
fruto de una crucifixión
a la que no hemos asistido
cómo podemos seguir viviendo
para ti el holocausto
la sorpresa de ser
como una bengala velocísima desaparezco
hay cuerpos.

                              De Ningún día es jueves, 2007.

17.2.16

Julio Cortázar

“No estábamos enamorados, hacíamos el amor con un virtuosismo desapegado y crítico, pero después caíamos en silencios terribles y la espuma de los vasos de cerveza se iba poniendo como estopa, se entibiaba y contraía mientras nos mirábamos y sentíamos que eso era el tiempo”
de Rayuela

11.2.16

Mientras tú existas - Ángel González


Mientras tú existas,
mientras mi mirada
te busque más allá de las colinas,
mientras nada

me llene el corazón,
si no es tu imagen, y haya
una remota posibilidad de que estés viva
en algún sitio, iluminada
por una luz cualquiera...
Mientras
yo presienta que eres y te llamas
así, con ese nombre tuyo
tan pequeño,
seguiré como ahora, amada
mía,
transido de distancia,
bajo ese amor que crece y no se muere,
bajo ese amor que sigue y nunca acaba.

30.1.16

Gioconda Belli




Si eres una mujer fuerte
protégete de las alimañas que querrán
almorzar tu corazón.
Ellas usan todos los disfraces de los carnavales de la tierra:
se visten como culpas, como oportunidades, como precios que hay que pagar.
Te hurgan el alma; meten el barreno de sus miradas o sus llantos
hasta lo más profundo del magma de tu esencia
no para alumbrarse con tu fuego
sino para apagar la pasión
la erudición de tus fantasías.

Si eres una mujer fuerte
tienes que saber que el aire que te nutre
acarrea también parásitos, moscardones,
menudos insectos que buscarán alojarse en tu sangre
y nutrirse de cuanto es sólido y grande en ti.

No pierdas la compasión, pero témele a cuanto conduzca
a negarte la palabra, a esconder quién eres,
lo que te obligue a ablandarte
y te prometa un reino terrestre a cambio
de la sonrisa complaciente.

Si eres una mujer fuerte
prepárate para la batalla:
aprende a estar sola
a dormir en la más absoluta oscuridad sin miedo
a que nadie te tire sogas cuando ruja la tormenta
a nadar contra corriente.

Entrénate en los oficios de la reflexión y el intelecto
Lee, hazte el amor a ti misma, construye tu castillo
rodealo de fosos profundos
pero hazle anchas puertas y ventanas

Es menester que cultives enormes amistades
que quienes te rodean y quieran sepan lo que eres
que te hagas un círculo de hogueras y enciendas en el centro de tu habitación
una estufa siempre ardiente donde se mantenga el hervor de tus sueños.

Si eres una mujer fuerte
protégete con palabras y árboles
e invoca la memoria de mujeres antiguas.

Haz de saber que eres un campo magnético
hacia el que viajarán aullando los clavos herrumbados
y el oxido mortal de todos los naufragios.
Ampara, pero ampárate primero
Guarda las distancias
Constrúyete. Cuidate
Atesora tu poder
Defiéndelo
Hazlo por ti
Te lo pido en nombre de todas nosotras.

19.1.16

Franz Kafka



"La otra noche te soñé, es la segunda vez. Un cartero me traía dos certificadas tuyas y me entregaba una en cada mano con un movimiento magníficamente preciso de los brazos que saltaban como émbolos de una máquina a vapor. Eran cartas mágicas. Podía extraer cuantas hojas quisiera sin que los sobres jamás se vaciaran. Me encontraba a mitad de una escalera y estaba obligado, no te ofendas, a tirar sobre los escalones las hojas ya leídas si quería extraer más de los sobres. Toda la escalera de arriba a abajo estaba cubierta de manojos de hojas y el papel elástico, ligeramente sobrepuesto, enviaba un fuerte murmullo"

 Carta a Felice Bauer del 17 de noviembre de 1912

9.1.16

ALEJANDRA PIZARNIK

Noche tibia. Sensación placentera. Los sones abstractos de las vías colmaban sus oídos eufóricos. Pensaba en el puerto que veía tan seguido... puerto de colores impresionistas y hombres sucios de brazos mojados y brillosos y vello crecido y húmedo. Hombres impasibles a la lejanía maravillosa, al cielo entre los barcos, al paisaje de conjunto, al suelo atiborrado de objetos de lugares remotos como pedazos de mundo en el melancólico corazón de un mar... Si. Hundirse una noche en las calles del puerto. Caminar, caminar... 
Si. Sola. Siempre sola. Lenta, muy lentamente. 
Y el aire estará enrarecido, será un aire cosmopolita y el suelo lleno de papeles de cigarrillos que alguna vez existieron, blancos y hermosos. 
Si. Se seguirá caminando. Hundirse, oscuridad, caminar... Si. Y una estrella dará su color al ancla de plata que llevaba en su pecho. Tirar el ancla. Si. Muy junto a ese barco gigante de rayas rojas y blancas y verdes... irse, y no volver.

Puerto adelante
Alejandra Pizarnik

22.12.15

“Hay criminales que proclaman tan campantes ‘la maté porque era mía’...

“Hay criminales que proclaman tan campantes ‘la maté porque era mía’, así no más, como si fuera cosa de sentido común y justo de toda justicia y derecho de propiedad privada, que hace al hombre dueño de la mujer. Pero ninguno, ninguno, ni el más macho de los supermachos tiene la valentía de confesar ‘la maté por miedo’, porque al fin y al cabo el miedo de la mujer a la violencia del hombre es el espejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo”
Eduardo Galeano

20.11.15

José Saramago

"Todo el mundo me dice que tengo que hacer ejercicio, que es bueno para mi salud. 
Pero nunca he oído a nadie decirle a un deportista: tienes que leer"

José Saramago

26.10.15

Cesare Pavese: Retrato del escritor que se quiso salvar con la palabra


Opuso la jerga de la calle a lo que dictaba la academia sin perder un ápice de su excelencia literaria. Pavese soportó la amenaza fascista, el desengaño amoroso y la cárcel: paradójicamente, la sombra del suicidio lo alcanzó en su mejor momento.
Quizá los mejores ingenios y los espíritus más generosos sean los más melancólicos. Desde las fotos, los ojos de Cesare Pavese miran fatigados por una enfermedad que parece incurable. Terminal. Tal vez el origen de esa pena fue una orfandad prematura –tenía seis años cuando murió su padre; veintidós cuando perdió a su madre– combinada letalmente con un cúmulo de naufragios amorosos, desde “la mujer de la voz ronca” que se casó con otro cuando regresó del destierro en Calabria, a la actriz Constance Dowling, a la que dedicó sus últimos versos Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. “Algunas veces estaba muy triste, pero durante mucho tiempo nosotros pensamos que se curaría de esa tristeza como de muchacho, la melancolía voluptuosa y despistada del muchacho que todavía no tiene los pies sobre la tierra y se mueve en el mundo árido y solitario de los sueños”, describió Natalia Ginzburg al escritor italiano en uno de los relatos de Las pequeñas virtudes. La lectura, la escritura y la traducción fueron necesarias pero no suficientes para paliar esa incomodidad existencial, que apareció registrada tempranamente en una de las entradas de su diario, El oficio de vivir: “Sé que estoy condenado a pensar en el suicidio ante cada dolor”. Postergó durante varios años esa sentencia. Pero la condena se cumplió el 27 de agosto de 1950, cuando en el hotel Roma de Turín se tomó el contenido de veinte sobres de los somníferos que utilizaba para combatir el insomnio. Hace cien años nacía Pavese en Santo Stefano Belbo, en el Piamonte, el mejor escritor italiano de la posguerra que arremetió contra la poesía italiana contemporánea, decadente, crepuscular y hermética y que reemplazó la afectación de los jerarcas literarios por las jergas de la calle.
El joven Pavese estudió con pasión las literaturas clásicas y la inglesa en la Facultad de Letras de la Universidad de Turín, donde se doctoró con una tesis sobre la interpretación de la poesía de Walt Whitman. La gangrena del fascismo, ese “miedo al porvenir”, la sospecha permanente, el desorden y la violencia infectaban a la sociedad italiana. En ese contexto irrespirable el escritor atisbó un soplo de libertad en la narrativa norteamericana que empezó a leer y traducir: Nuestro señor Wrenn, de Sinclair Lewis; Moby Dick, de Herman Melville; El paralelo 42 y Una montaña de dinero, ambas de John Dos Passos; Hombres y ratas, de John Steinbeck; Aventuras y desventuras de la famosa Moll Flanders, de Daniel Defoe; David Copperfield, de Dickens; Autobiografía de Alice Toklas, de Gertrude Stein, y La línea de sombra, de Conrad, entre otras. En la década del ’30, mientras escribía poemas, cuentos y traducía, comenzó a publicar en la revista Cultura ensayos sobre escritores norteamericanos (Lewis, Sherwood Anderson y Dos Passos, entre otros). Cuando lo detuvieron en 1935 por ayudar a su primer gran amor, “la mujer de voz ronca” –así la llama el primer biógrafo de Pavese, Davide Lajolo–, que desempeñaba importantes labores clandestinas en el Partido Comunista, Italia combatía en Abisinia. Tras algunos meses de cárcel, el escritor fue condenado a tres años de destierro en Brancaleone, Calabria, donde comenzó a escribir, en octubre de 1935, El oficio de vivir.

En ese destierro, Pavese encontró en las palabras la mejor manera de levantarse por encima del vacuo nacionalismo de los fascistas. “Por las palabras que un escritor emplea puedes saber quién es. Mira los camaradas de la guerra de España: unos les llamaban rojos, otros leales, unos, comunistas y subversivos, otros, patriotas. Esas palabras te indicaban con quién hablabas, y en cada caso significaban una cosa distinta. En las palabras que usas están tu clase y tu trabajo, lo que sabes, lo que comes, las personas que tratas. En las palabras está todo”, escribió en La literatura norteamericana y otros ensayos, publicado en 1951, un año después de la muerte del escritor, libro que Italo Calvino calificó como “la más rica y explícita autobiografía intelectual de Cesare Pavese”. Todavía estaba confinado cuando se publicó su colección de poemas Trabajar cansa, en 1936. “Al menos por un tiempo, la creí lo mejor que se estaba escribiendo en Italia”, dijo sobre su primer poemario, aunque también anotó en su diario: “Hacer poemas es como hacer el amor, no se sabrá nunca si la propia alegría es compartida”. A fines de 1936, debido a sus ataques de asma, le fue condonada la pena y pudo regresar a Turín, pero purgó una condena peor: “la mujer de la voz ronca” se había casado. “Ir al confinamiento no es nada. Volver es atroz”, registró en su diario.
Su estrategia vital, su modo de luchar contra la angustia existencial y el fracaso amoroso consistió en entregarse frenéticamente a la traducción y a la escritura. La reanudación de su relación con la editorial Einaudi fue un soplo de energía y esperanza. En 1941 apareció por entregas en la revista romana Lettere d’Oggi la novela breve La playa, que se editaría en formato libro un año después, y De tu tierra, que marcaría su consagración como narrador. Cuando en 1944 los alemanes ocuparon Turín, el escritor se refugió en las colinas piamontesas. Después de la liberación se reabrió la sede turinesa de Einaudi y Pavese se erigió en el factotum de la editorial. Hacia fines de los años cuarenta publicó Diálogos con Leucó (1947), Antes que cante el gallo (1948), que incluía La casa en la colina y La cárcel, título que alude al episodio evangélico en el que Cristo anuncia a Pedro que antes de que el gallo cante él lo negará tres veces; El hermoso verano (1949), que además de la novela homónima incluía El diablo en las colinas y Entre mujeres solas, y La luna y las fogatas (1950), su mejor novela, publicada cuatro meses antes de que el autor se quitara la vida, reeditada en la Argentina por Adriana Hidalgo, con traducción del poeta Silvio Mattoni y ensayos de Gian Luigi Beccaria, Franco Fortini e Italo Calvino.
El protagonista de La luna y las fogatas regresa a los viñedos de su pueblo natal después de haber recorrido el mundo y haber hecho fortuna en América. “Uno se cansa y trata de echar raíces, unirse a la tierra y a la región, para que la propia carne valga algo y perdure un poco más que un simple cambio de estación”, dice el protagonista en la primera página. Detrás del retorno y la reinserción en una sociedad, donde vivió míseramente adoptado y criado por agricultores pobres, de la mano de su propio Virgilio, el inolvidable Nuto, carpintero y trompetista de la banda del pueblo (“un hombre hecho y derecho”), el personaje busca comprender por qué un pueblo es un pueblo. “Nos hace falta un país, aunque sólo fuera por el placer de abandonarlo. Un país quiere decir no estar solos, saber que en la gente, en las plantas, en la tierra hay algo tuyo, que aun cuando no estés te sigue esperando.” Es la experiencia radical del huérfano, del bastardo, del hombre de mundo que todavía no sabe cuál es su país.Aunque acababa de recibir el gran premio de la literatura italiana, el Strega; aunque parecía haber tocado el cielo con las manos, las últimas dos anotaciones en su diario revelan que Pavese se había quedado solo, sin país, sin conexiones con las plantas y la tierra. El 17 de agosto de 1950 prenunció el final que se avecinaba: “Los suicidios son homicidios tímidos”. A modo de un ajuste de cuentas con su pasado, agregaba: “Es la primera vez que hago balance de un año todavía no terminado. En mi oficio soy rey. En diez años lo he hecho todo. ¡Si pienso en las dudas de entonces! Nunca he estado más desesperado y perdido que entonces. ¿Qué he conseguido? Nada. He ignorado durante unos años mis taras, he vivido como si no existiesen. He sido estoico. ¿Era heroísmo? No, no me ha costado nada. Y luego, al primer asalto de la ‘inquieta acongojada’, he vuelto a caer en las arenas movedizas. Desde marzo me debato en ellas (...) No tengo nada que desear en este mundo, salvo lo que quince años de fracasos excluyen ahora. Este es el balance del año no acabado, que no acabaré. ¿Te asombra que los demás pasen a tu lado y no sepan, cuando tú pasas al lado de tantos y no sabes, no te interesa, cuál es su pena, su cáncer secreto?”. Un día después, el 18, escribió: “Todo esto da asco. No palabras. Un gesto. No escribiré más”. El 27 de agosto, en la habitación que había alquilado en el hotel Roma de Turín, junto al cuerpo sin vida de Pavese se encontró una nota en el ejemplar de Diálogos con Leucó que tenía en la mesa de noche: “Perdono a todos y a todos pido perdón. ¿De acuerdo? No chismorreen demasiado”.

Fuente: Silvina Friera para Página/12 - 09/09/08

28.9.15

Sentimientos


Cuando el médico residente auscultó el corazón detenido

yo lo miré, como si él o yo 

fuéramos salvajes, fuéramos de otro mundo:

yo había perdido el lenguaje de los gestos,

no sabía qué significaba para un extraño

levantar la bata y ver el cuerpo desnudo de mi padre.

Mi rostro estaba mojado, el de mi padre

apenas húmedo con el sudor de su vida,

esos últimos minutos de trabajo duro.

Yo estaba recostada en la pared, en un rincón, 

y él estaba echado en la cama, los dos hacíamos algo, 

y todos los demás creían en el Dios Cristiano,

llamaban a mi padre la cáscara sobre la cama, 

sólo yo sabía que se había ido del todo, 

sólo yo le dije adiós a su cuerpo

que era todo cuanto él era. Sujeté con fuerza 

su pie, pensé en ese anciano esquimal

que sostiene la popa de la canoa mortuoria, 

y lo abandoné suavemente al mundo de las cosas.

Sentí la sequedad de sus labios 

en los míos, sentí la levedad de mi beso

mover su cabeza sobre la almohada

así como se mueven las cosas 

como por su propia cuenta en el agua mansa,

sentí sus cabellos de lobo en mis dedos,

se tambalearon las paredes, el piso, 

el techo giraba como si no estuviera yo 

saliendo del cuarto sino el cuarto

alejándose de mí. Me hubiera gustado

quedarme a su lado, cabalgar junto a él 

mientras lo llevaban al lugar donde lo cremarían,

verlo entrar a salvo al fuego,

tocar sus cenizas tibias, y después llevarme

el dedo hasta la lengua. A la mañana siguiente,

sentí el cuerpo de mi esposo

aplastándome dulcemente como una pesa 

sobre algo blando, una fruta, su cuerpo asiéndome 

a este mundo con firmeza. Sí, las lágrimas brotaron,

como el zumo o el azúcar de la fruta.

Se adelgaza la piel, se rompe, se rasga: hay

leyes en este mundo y según ellas vivimos.


Sharon Olds

27.5.15

Juan Manuel Inchauspe

Época
Un prolongado ulular me despertó durante la noche.
Tuve una visión fugaz de luces rojas y amarillas, intermitentes.
Con los ojos recién abiertos en la oscuridad
escuché el sonido giratorio por las calles desiertas.
Instintivamente estiré mi mano por entre las varillas
y palpé el cuerpo de mi pequeño hijo:
suave, cálido,
pacificado como un animalito.
Él no sabe nada de estas cosas.
No sabe nada del sueño cortado
en la fría madrugada.
Ni tiene nunca tampoco por qué saber
cómo brotan del sueño estas visiones;
cómo giran, intermitentes, en la memoria,
y flotan con sus ojos de vidrio alrededor del corazón.



27.4.15

EL MUNDO MIRA AL MUNDO



EL MUNDO MIRA AL MUNDO
Por Ítalo Calvino

A raíz de una serie de contrariedades intelectuales que no vale la pena recordar, el señor Palomar ha decidido que su principal actividad será mirar las cosas desde fuera. Un poco miope, distraído, introvertido, no cree pertenecer a ese tipo humano que suele ser calificado de observador. Y sin embargo, siempre le ha ocurrido que ciertas cosas una pared de piedra, una conchilla, una hoja, una tetera se le presenten como solicitándole una atención minuciosa y prolongada: se pone a observadas casi sin darse cuenta y su mirada comienza a recorrer todos los detalles y no consigue desprenderse de ellos. El señor Palomar ha decidido que en adelante redoblará su atención: primero, no pasando por alto esos reclamos que le llegan de las cosas; segundo, atribuyendo a la operación de observar toda la importancia que merece.

Llegado a ese punto sobreviene un primer momento de crisis: seguro de que de ahora en más el mundo le revelará una riqueza infinita de cosas que mirar, el señor Palomar trata de fijarse en todo lo que encuentra a tiro: no saca ningún placer y abandona. Sigue una segunda fase en que se convence de que las cosas para mirar son sólo algunas y no otras, y que él debe ir a buscadas; para eso debe enfrentarse cada vez con problemas de elección, exclusiones, jerarquías de preferencia; en seguida comprende que lo está echando a perder todo, como siempre que hace intervenir el propio yo y todos sus problemas con el propio yo.

¿Pero cómo se hace para mirar una cosa dejando de lado el yo? ¿De quién son los ojos que miran?. Por lo general se piensa que el yo es alguien que está asomado a los propios ojos como al antepecho de una ventana y mira el mundo que se extiende delante en toda su vastedad. Por lo tanto: hay una ventana que se abre al mundo. Del otro lado está el mundo, ¿y de éste? Siempre el mundo: ¿qué otra cosa va a haber? Con un pequeño esfuerzo de concentración Palomar consigue desplazar el mundo de allí adelante y acomodado  asomado al antepecho. Entonces, fuera de la ventana, ¿qué queda? También el mundo, que en esta ocasión se ha desdoblado en mundo que mira y mundo mirado. ¿Y él, llamado también «yo», es decir, el señor Palomar? ¿No es también él un fragmento de mundo que está mirando otro fragmento de mundo? O bien, dado que está el mundo de este lado y el mundo del otro lado de la ventana, tal vez el yo no sea sino la ventana a través de la cual el mundo mira al mundo. Para mirarse a sí mismo el mundo necesita los ojos (y las gafas) del señor Palomar.


Por lo tanto, no basta que Palomar mire las cosas del lado de fuera y no del de dentro; de ahora en adelante las mirará con una mirada que venga desde fuera, no desde dentro de él. Trata de hacer de inmediato la experiencia: ahora no es él quien mira, sino el mundo de fuera que mira afuera. Establecido esto, gira la mirada en torno esperando una transfiguración general. Pero no. La habitual grisalla cotidiana lo rodea. Hay que volver a estudiar todo desde el principio. Que sea el fuera quien mira el fuera, no basta: de 10 mirado es de donde debe partir la trayectoria que lo liga a lo que mira.

De la muda extensión de las cosas debe partir una señal, un reclamo, una guiñada: una cosa se separa de las otras con la intención de significar algo ...¿qué? Ella misma, una cosa está contenta de ser mirada por las otras cosas sólo cuando se convence de significarse a sí misma y nada más, en medio de las cosas que se significan a sí mismas y nada más.

Las ocasiones de este tipo no son desde luego frecuentes, pero antes o después han de presentarse: basta esperar que se verifique una de esas afortunadas coincidencias en que el mundo quiere mirar y ser mirado en el mismo instante y que el señor Palomar pase justamente por allí. Es decir, el señor. Palomar no debe siquiera esperar, porque estas cosas ocurren solamente cuando menos se lo espera.

14.4.15

LA MUJER SIN MIEDO - EDUARDO GALEANO

“Hay criminales que proclaman tan campantes ‘la maté porque era mía’, así no más, como si fuera cosa de sentido común y justo de toda justicia y derecho de propiedad privada, que hace al hombre dueño de la mujer. Pero ninguno, ninguno, ni el más macho de los supermachos tiene la valentía de confesar ‘la maté por miedo’, porque al fin y al cabo el miedo de la mujer a la violencia del hombre es el espejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo”

Eduardo Galeano

31.1.15

Juan José Saer


Lesconil





Lo otro viene en esos barcos livianos
desde el crepúsculo, hacia el puerto, en el sol
de invierno:
                 lo otro -lo que tiene nombre,
moviéndose fuera de tu silencio
                                               innominado:
más allá, afuera, afuera, en la intemperie
sin pensamiento, sin recuerdos, sin en sí,
como un toldo de feria
                                  en la plaza del mercado
que un viajante contempla, una mañana,
desde su cuarto de hotel, en la planta alta.
Los otros son esos barcos, ese mar, esas caras
de sal y sangre, que vuelven, cada día,
a contemplar, en tierra firme, su naufragio.
Visión rugosa
que atraviesa tu mar liso;
máquinas de oro duro
que lo indeterminado, adentro, aniquila.


23.1.15

W. H. Auden

En punto a su sufrimiento jamás se equivocaban
los maestros antiguos. qué bien entendieron
su lugar en el mundo, como acontece siempre
mientras otros almuerzan o cierran la ventana
o se pasean, simplemente, sin nada en qué dar.
Cómo, si los mayores religiosamente esperan
el nacimiento milagroso, tiene que haber también
niños sin especial interés en que ocurra
patinando en la alberca del bosque. No olvidaban jamás
que el horrible martirio ha de seguir su curso
de cualquier modo, en un rincón, en algún sitio mugriento
donde llevan los perros su vida de perros, y la jaca del sayón
se rasca la grupa inocente contra un árbol.

En el Ícaro de Brueghel, por ejemplo. Con qué tranquilidad
todo se inhibe del desastre: el labrador
oyó seguramente los gritos de socorro, el chapoteo,
que para él no era una catástrofe. Brillaba el sol
como brilló en las piernas blancas al sumirse
dentro del agua verde, y el esbelto navío
que ha debido de ver algo inaudito
un muchacho caído del cielo,
iba hacia alguna parte y navegaba en paz.

13.1.15

Divorcio - Anne Sexton


Maté nuestra vida juntos,
haché cada cabeza,
con sus pobres ojos azules pegados a una pelota de playa
que rueda por separado hasta la vereda.
Maté todas las cosas buenas
pero son demasiado obstinadas para mí.
Aguantan.
Las pequeñas palabras de compañerismo
gatearon hasta sus tumbas,
el hilo de la compasión,
querido como una frutilla,
los cuerpos mezclados
que pusieron dos hijas dentro nuestro,
ver cómo te vestías,
temprano,
la ropa separada, prolija y doblada,
sentado al borde de la cama
lustrando tus zapatos con pomada negra,
y te amé entonces, tan sabio fuera de la ducha,
y te amé muchas otras veces
y estuve, por meses,
queriendo ahogarlo,
enterrarlo profundo,
dejar su gran lengua roja
sumergida como un pez,
pero donde sea que mire están encendidos,
el róbalo, la anchoa, la platija
ardiendo entre las algas marinas
como muchos soles golpeando las olas
y mi amor sigue brillando con vehemencia,
sus espasmos no van a irse a dormir,
y yo estoy indefensa y sedienta y quiero una sombra
pero no hay nadie que me tape –
ni siquiera Dios.

30.12.14

GIOCONDA BELLI

Si eres una mujer fuerte
protégete de las alimañas que querrán
almorzarte el corazón
Ellas usan todos los disfraces de los carnavales de la tierra
Se visten como culpas, como oportunidades, como precios que hay que pagar
Te hurgan el alma; meten el barreno de sus miradas o sus llantos
Hasta lo más profundo del magma de tu esencia
no para alumbrarse con tu fuego
sino para apagar la pasión
la erudición de tus fantasías.
Si eres una mujer fuerte
tienes que saber que el aire que te nutre
acarrea también parásitos, moscardones,
menudos insectos que buscarán alojarse en tu sangre
y nutrirse de cuanto es sólido y grande en ti
No pierdas la compasión, pero témele a cuanto conduzca
a negarte la palabra, a esconder quien eres,
lo que te obligue a ablandarte
y te prometa un reino terrestre a cambio
de la sonrisa complaciente.
Si eres una mujer fuerte
prepárate para la batalla:
aprende a estar sola
a dormir en la más absoluta oscuridad sin miedo
a que nadie te tire sogas cuando ruja la tormenta
a nadar contra corriente.
Entrénate en los oficios de la reflexión y el intelecto
Lee, hazte el amor a ti misma, construye tu castillo
Rodealo de fosos profundos
sin olvidar anchas puertas y ventanas.
Es menester que cultives enormes amistades
que quienes te rodeen y quieran sepan lo que eres
que te hagas un círculo de hogueras y enciendas en el centro de tu habitación
Una estufa siempre ardiente donde se mantenga el hervor de tus sueños
Si eres una mujer fuerte
protégete con historias y árboles
con recetas antiguas de cantos y encantamientos
Has de saber que eres un campo magnético
hacia el que viajarán aullando clavos herrumbados
y el óxido mortal de todos los naufragios.
Ampara
Pero amparate primero
Guarda las distancias
Constrúyete. Cuidate.
Atesora tu poder
Defiéndelo
Hazlo por ti
Te lo pido en nombre de todas nosotras.
Gioconda Belli

28.12.14

Ernesto Sabato - Antes del fin - Memorias


A medida que nos acercamos a la muerte, también nos inclinamos hacia la tierra. Pero no a la tierra en general sino a aquel pedazo, a aquel ínfimo pero tan querido, tan añorado pedazo de tierra en que transcurrió nuestra infancia. Y porque allí dio comienzo el duro aprendizaje, permanece amparado en la memoria. Melancólicamente rememoro ese universo remoto y lejano, ahora condensado en un rostro, en una humilde plaza, en una calle.
Siempre he añorado los ritos de mi niñez con sus Reyes Magos que ya no existen más. Ahora, hasta en los países tropicales, los reemplazan con esos pobres diablos disfrazados de Santa Claus, con pieles polares, sus barbas largas y blancas, como la nieve de donde simulan que vienen. No, estoy hablando de los Reyes Magos que en mi infancia, en mi pueblo de campo' venían misteriosamente cuando ya todos los chiquitos estábamos dormidos, para dejarnos en nuestros zapatos algo muy deseado; también en las familias pobres, en que apenas dejaban un juguete de lata, o unos pocos caramelos, o alguna tijerita de juguete para que una nena pudiera imitar a su madre costurera, cortando vestiditos para una muñeca de trapo.
Hoy a esos Reyes Magos les pediría sólo una cosa: que me volvieran a ese tiempo en que creía en ellos, a esa remota infancia, hace mil años, cuando me dormía anhelando su llegada en los milagrosos camellos, capaces de atravesar muros y hasta de pasar por las hendiduras de las puertas —porque así nos explicaba mamá que podían hacerlo—, silenciosos y llenos de amor. Esos seres que ansiábamos ver, tardándonos en dormir, hasta que el invencible sueño de todos los chiquitos podía más que nuestra ansiedad. Sí, querría que me devolvieran aquella espera, aquel candor. Sé que es mucho pedir, un imposible sueño, la irrecuperable magia de mi niñez con sus navidades y cumpleaños infantiles, el rumor de las chicharras en las siestas de verano. Al caer la tarde, mamá me enviaba a la casa de Misia Escolástica, la Señorita Mayor; momentos del rito de las golosinas y las galletitas Lola, a cambio del recado de siempre: «Manda decir mamá que cómo está y muchos recuerdos». Cosas así, no grandes, sino pequeñas y modestísimas cosas.

18.12.14

John Keats - SONETO VII

¡Oh, Soledad! Si he de morar contigo,
que no sea entre este hacinamiento de oscuros edificios;
sube conmigo la escarpada senda,
y llegando a esa atalaya de la naturaleza,
veremos, en la distancia, como un pequeño espacio
donde el valle acrece su verdor y el cristal de su río;
que tenga tus vigilias bajo el fino ramaje,
allí donde el ciervo con su salto tan leve
asusta de la dulce campánula a la abeja.
Pero, aun gustando de compartir contigo esas escenas,
la plática con un ser puro cuyas palabras
espejan una mente exquisita, es mi mayor deleite,
porque, sin duda, la dicha de la tierra reside
en dos almas afines que vayan hacia ti.