28.9.15

Sentimientos


Cuando el médico residente auscultó el corazón detenido

yo lo miré, como si él o yo 

fuéramos salvajes, fuéramos de otro mundo:

yo había perdido el lenguaje de los gestos,

no sabía qué significaba para un extraño

levantar la bata y ver el cuerpo desnudo de mi padre.

Mi rostro estaba mojado, el de mi padre

apenas húmedo con el sudor de su vida,

esos últimos minutos de trabajo duro.

Yo estaba recostada en la pared, en un rincón, 

y él estaba echado en la cama, los dos hacíamos algo, 

y todos los demás creían en el Dios Cristiano,

llamaban a mi padre la cáscara sobre la cama, 

sólo yo sabía que se había ido del todo, 

sólo yo le dije adiós a su cuerpo

que era todo cuanto él era. Sujeté con fuerza 

su pie, pensé en ese anciano esquimal

que sostiene la popa de la canoa mortuoria, 

y lo abandoné suavemente al mundo de las cosas.

Sentí la sequedad de sus labios 

en los míos, sentí la levedad de mi beso

mover su cabeza sobre la almohada

así como se mueven las cosas 

como por su propia cuenta en el agua mansa,

sentí sus cabellos de lobo en mis dedos,

se tambalearon las paredes, el piso, 

el techo giraba como si no estuviera yo 

saliendo del cuarto sino el cuarto

alejándose de mí. Me hubiera gustado

quedarme a su lado, cabalgar junto a él 

mientras lo llevaban al lugar donde lo cremarían,

verlo entrar a salvo al fuego,

tocar sus cenizas tibias, y después llevarme

el dedo hasta la lengua. A la mañana siguiente,

sentí el cuerpo de mi esposo

aplastándome dulcemente como una pesa 

sobre algo blando, una fruta, su cuerpo asiéndome 

a este mundo con firmeza. Sí, las lágrimas brotaron,

como el zumo o el azúcar de la fruta.

Se adelgaza la piel, se rompe, se rasga: hay

leyes en este mundo y según ellas vivimos.


Sharon Olds