17.3.10

OLGA OROZCO



ÉSA ES TU PENA

Ésa es tu pena.

Tiene la forma de un cristal de nieve que no podría existir si

no existieras

y el perfume del viento que acarició el plumaje de los

amaneceres que no vuelven.

Colócala a la altura de tus ojos

y mira cómo irradia con un fulgor azul de fondo de leyenda,

o rojizo, como vitral de insomnio ensangrentado por el adiós

de los amantes,

o dorado, semejante a un letárgico brebaje que sorbieron los ángeles.

Si observas al trasluz verás pasar el mundo rodando en una lágrima.

Al respirar exhala la preciosa nostalgia que te envuelve,

un vaho entretejido de perdón y lamentos que te convierte en reina del reverso del cielo.

Cuando la soplas crece como si devorara la íntima sustancia de una llama

y se retrae como ciertas flores si la roza cualquier sombra extranjera.

No la dejes caer ni la sometas al hambre y al veneno;

sólo conseguirías la multiplicación, un erial, la bastarda maleza en vez de olvido.

Porque tu pena es única, indeleble y tiñe de imposible cuanto miras.

No hallarás otra igual, aunque te internes bajo un sol cruel entre columnas rotas,

aunque te asuma el mármol a las puertas de un nuevo paraíso prometido.

No permitas entonces que a solas la disuelva la costumbre, no la gastes con nadie.

Apriétala contra tu corazón igual que a una reliquia salvada del naufragio:

sepúltala en tu pecho hasta el final, hasta la empuñadura.

*

LAS MUERTES

He aquí unos muertos cuyos huesos no blanqueará la lluvia,

lápidas donde nunca ha resonado el golpe tormentoso

de la piel del lagarto,

inscripciones que nadie recorrerá encendiendo la luz

de alguna lágrima;

arena sin pisadas en todas las memorias.

Son los muertos sin flores.

No nos legaron cartas, ni alianzas, ni retratos.

Ningún trofeo heroico atestigua la gloria o el oprobio.

Sus vidas se cumplieron sin honor en la tierra,

mas su destino fue fulmíneo como un tajo;

porque no conocieron ni el sueño ni la paz en los

infames lechos vendidos por la dicha,

porque sólo acataron una ley más ardiente que la ávida

gota de salmuera.

Esa y no cualquier otra.

Esa y ninguna otra.

Por eso es que sus muertes son los exasperados rostros

de nuestra vida.

*

JUGABAS A ESCONDERTE...

XIV

Jugabas a esconderte entre los utensilios de cocina

como un extraño objeto tormentoso entre indecibles faunas,

o a desaparecer en las complicidades del follaje

con un manto de dríada dormida bajo los velos de la tarde,

o eras sustancia yerta debajo de un papel que se levanta y anda.

Henchías los armarios con organismos palpitantes

o poblabas los vestidos vacíos con criaturas decapitadas y fantasmas.

Fuiste pájaro y grillo, musgo ciego y topacios errantes.

Ahora sé que tratabas de despistar a tu perseguidora con efímeras máscaras.

No era mentira el túnel con orejas de liebre

ni aquella cacería de invisibles mariposas nocturnas.

Te alcanzó tu enemiga poco a poco

y te envolvió en sus telas como con un disfraz de lluviosos andrajos.

Saliste victoriosa en el irreversible juego de no estar.

Sin embargo, aún ahora, cierta respiración desliza un vidrio frío por mi espalda.

Y entonces ese insecto radiante que tiembla entre las flores,

la fuga inexplicable de las pequeñas cosas,

un hocico de sombra pegado noche a noche a la ventana, no sé, podría ser,

¿quién me asegura acaso que no juegas a estar, a que te atrapen?

De "Cantos a Berenice" 1920