11.12.10

Carlos Gardel y la lírica

Se ha escrito mucho sobre Carlos Gardel. Su obra artística y su vida han dado elementos para la reflexión a lo largo del tiempo de todo tipo de especialistas. Sin embargo, el presente trabajo pretende desarrollar una faceta poco conocida del artista: la de su afición por la lírica.

Los comienzos: desde utilero hasta comparsa

El siglo XX despuntaba. Por entonces, Luis Ghiglione —viejo hombre de teatro que tenía en sus espaldas la administración del Buckingham Palace y el San Martín— había comenzado a constituir una “trouppe de alentadores de artistas”: la famosa “claque”.

Carlos, como tantos muchachos, soñaba con triunfar en escena. De este modo conoció a Gighlione “Patasanta” (apodo que se había ganado literalmente a las patadas, pues tal era el método que empleaba para imponerse entre sus dirigidos).

Gighlione también era el encargado de seleccionar a los “comparsas” (aquellos que no tenían parlamento en las obras, y cumplían una función de multitud). El pago consistía en dinero para sus tres o cuatro hombres de confianza, y entradas para el resto. De este modo y merced a la gestión de “Patasanta”, Carlos debutó en la zarzuela “Gigantes y Cabezudos” (Fernández Caballero y de Echegaray), título que hacía referencia a una antigua tradición española, en la que parroquianos se disfrazaban con enormes cabezas y perseguían a los niños por las calles, siendo a su vez burlados por aquellos.

Tiempo después el muchacho ingresó al teatro Victoria para trabajar como utilero. Uno de los artistas que escucharía en dicho escenario fue el barítono Emilio Sagi Barba, quien había llegado a la Argentina en 1895 con la intención de triunfar en la ópera, y que por contingencias de la vida se abocaría a la zarzuela.

Carlos aprendería mucho de Sagi, tanto de espectador, como luego en forma más directa cuando el español, enterado de su afición por el canto, le explicó algunos recursos técnicos con respecto a la respiración e impostación.

En los grandes escenarios

La ópera cuenta en la Argentina con larga tradición, inaugurada en 1824 con El barbero de Sevilla, de Gioacchino Rossini. Hacia mediados del siglo XIX comenzaría el auge del género, impulsado por la visita de rutilantes artistas europeos y la apertura de varios teatros (el Nacional, el Politeama y el Coliseo Argentino, entre otros). La programación estaba constituida básicamente por repertorio italiano, con algunas inclusiones de ópera francesa y germana.

Gardel lograría ingresar en el Teatro de la Ópera el cual, junto al Teatro Colón, disputaría durante todo ese período el privilegio de ser considerado el ámbito lírico más importante de Buenos Aires.

En el Ópera tendría una nueva oportunidad de estar en un escenario, todavía como comparsa. Su capacidad vocal comenzó, en cambio, a destacarse en bastidores. “Para los muchachos del teatro imitaba a todos, desde el tenor al bajo, desde la soprano a la contralto”, recordó en alguna entrevista. Entre sus imitaciones se destacaban las de Titta Ruffo y Enrico Caruso, dos de los máximos exponentes del arte lírico por entonces.

Varias leyendas se han construido a partir de estas declaraciones, que incluyen desde lecciones de canto hasta dúos improvisados. Lo que sí resulta innegable es que Carlos departió con los dos. A Caruso le conoció en 1915, en un viaje en barco; y Ruffo concurrió en los ´20 a varias presentaciones del dúo Gardel-Razzano.

En los años venideros, las amistades líricas de Gardel serán numerosas: el italiano Tito Schipa sería uno de ellos, así como el tenor uruguayo Di Giuli, el catalán Miguel Fleta* y tantos otros.

Asimismo, su concurrencia a los teatros líricos sería asidua, como recordaba Antonio Sumaje, quien fuera chofer del cantor: «Cuando estaba en Buenos Aires yo solía acompañarlo, y ocupaba siempre un asiento en la tertulia. ¿Que a sus admiradores les extrañará saber que el autor de “El día que me quieras” era devoto de las óperas o los ballets? Posiblemente. Pero no por eso deja de ser cierto. Pero hubiera sido el primer disgustado si eso hubiese sido conocido y comentado, porque podría haberse supuesto que era una pose».

Como conclusión final podemos decir que, si bien Gardel nunca incursionó profesionalmente en la lírica, el amor que profesó por el género le dejó una importante huella. Lejos de quedarse con el artificio lírico que provoca asombro y aplauso, lo que el cantor tomó del “bel canto” fueron los elementos para construir un bagaje interpretativo rico en matices. Sentando, de paso, las bases de la que sería la forma moderna de cantar el tango.

* Nota de la dirección: El tenor Miguel Burro Fleta no era catalán, sino aragonés. Nació en Albalate de Cinca, provincia de Huesca (España), el día 1 de diciembre de 1897. Agradecemos la corrección a nuestro lector Gregorio López.

Bibliografía
Barsky, J. y O.: Gardel la biografía, Editorial Taurus, Buenos Aires: 2004.
Del Greco, O.: Gardel y los autores de sus canciones, Akian Ediciones, Buenos Aires: 1990
Tucci, T.: Gardel en Nueva York, Webb Press, Nueva York: 1969
Varela, A.: “La vida de Carlos Gardel contada por su chofer”, en revista Aquí Está, marzo, Buenos Aires: 1944


Gardel y la lírica - Julián Barsky