
sola con diamantes extremos?...¿Mas quién llora
tan cerca de mí con mis propias lágrimas?
Esta mano, que sueña acariciar mi rostro,
abandonada dócil a un designio profundo,
de mi flaqueza espera la lágrima que vierta,
y que mis destinos, lentamente apartado,
el más puro en silencio alumbre un pecho herido.
La ola me murmura la sombra de un reproche,
o remueve del fondo de gargantas de roca
como una vana cosa que bebe amargamente,
con cerrazón de pecho un rumor de quejumbre...
¿Qué haces tú, erizada, y qué tú, mano gélida,
y qué estremecimiento de hoja huída persiste
entre vosotras, islas de mi desnudo seno?
Yo cintilo, ligada a los cielos ignotos...
Brilla racimo inmenso a mi sed de desastres.
Potentes forasteros, inevitables astros,
que hacéis lucir, sobre lo temporal lejano
yo no sé qué de puro y sobrenatural
vosotros que fundís en lágrimas de hombre
esos brillos soberbios, las invencibles armas,
los lancetazos signos de vuestra eternidad;
ante vosotros, trémula, sola, del lecho huída,
sobre el escollo que muerde la maravilla,
a mi pecho interrogo, ¿qué dolor lo desvela?
¿qué crimen por mí misma sobre mí consumado?
...¿O si me sigue el mal de algún sueño recluso,
cuando --en el soplo vuela el oro de la lámpara--
con mis espesos brazos en torno de mis sienes,
esperé largamente del alma los destellos?
¡Toda!...Mas toda mía, de esta mi carne, dueña,
pasmado a un calosfrío su lasitud extraña,
desde mis blancos lazos, suspendida a mi sangre,
mirábame mirábame, sinuosa y doraba
de mirada en mirada, mis bosques más profundos.
Seguí tras la serpiente después de ser mordida.
Paul Valèry
(Traducción de Mariano Brull, editado por Cuadernos marginales, Barcelona 1973)