Muchas
veces escribir es acordarse de lo que nunca ha existido ¿Cómo lo
conseguiré, saber lo que ni siquiera sé? Así: como si me acordase. Con
un esfuerzo de "memoria", como si yo nunca hubiese nacido. Nunca he
nacido, nunca he vivido: pero yo me acuerdo, y ese recuerdo está en
carne viva.
Tengo miedo de escribir. Es tan
peligroso. Quien lo ha intentado lo sabe. Peligro de hurgar en lo que
está oculto, pues el mundo no está en la superficie, está oculto en sus
raíces sumergidas en las profundidades del mar. Para escribir tengo que
instalarme en el vacío. Es en este vacío donde existo intuitivamente.
Pero es un vacío terriblemente peligroso, de él extraigo sangre. Soy un
escritor que tiene miedo de la celada de las palabras: Las palabras que
digo esconden otras ¿Cuáles? Tal vez las diga. Escribir es una piedra
lanzada a lo hondo del pozo.
Meditación
leve y suave sobre la nada. Escribo casi totalmente liberado de mi
cuerpo. Como si éste levitase. Mi espíritu está vacío por tanta
felicidad. Tengo ahora una libertad íntima sólo comparable a un cabalgar
sin destino a campo traviesa. Estoy libre de destino. ¿Será mi destino
alcanzar la libertad? No hay una arruga en mí espíritu, que se explaya
en espuma fugaz. Ya no me siento acosada. Estado de gracia.
Estoy
oyendo música. Debussy usa la espuma del mar que muere en la arena,
refluyendo y fluyendo. Bach es matemático. Mozart es lo divino
impersonal. Chopin cuenta su vida más íntima. Schubert, a través de su
yo, llega al clásico yo de todo el mundo. Beethoven es la emulsión
humana en tempestad que busca lo divino y sólo lo alcanza en la muerte.
Yo, que no pido música, sólo llego al umbral de la palabra nueva. Sin
valor para exponerla. Mi vocabulario es triste y a veces Wagneriano.-
polifónico-paranoico. Escribo de manen muy sencilla y desnuda. Por eso
hiere. Soy un paisaje agrisado y azul. Me elevo en la fuente seca y en
la luz fría.
Quiero
un escribir desaliñado y estructural como el resultado de escuadras, de
compases, de agudos ángulos de un estrecho triángulo enigmático.
¿«Escribir»
existe por sí mismo? No. Es sólo el reflejo de una cosa que pregunta.
Yo trabajo con lo inesperado. Escribo como escribo, sin saber cómo ni
por qué: escribo por fatalidad de voz. Mi timbre soy yo. Escribir es un
interrogante. Es así: ?
¿Me
estaré traicionando? ¿Estaré desviando el curso de un río? Tengo que
confiar en ese río abundante. ¿O habré puesto un azud en el curso de un
río? Intento abrir las compuertas, quiero ver brotar el agua con ímpetu.
Quiero que haya un clímax en cada frase de este libro.
Paciencia, que los frutos serán sorprendentes.
Este es un libro silencioso. Y habla, habla en voz baja.
Este
es un libro flamante: recién salido de la nada. Se toca al piano,
delicada y firmemente al piano, y todas las notas son límpidas y
perfectas, unas separadas de las otras. Este libro es una paloma
mensajera. Escribo para nada y para nadie. Si alguien me lee será por su
propia cuenta y riesgo. No hago literatura: sólo vivo al paso del
tiempo. El resultado fatal de que yo viva es el acto de escribir. Hace
tantos años que me perdí de vista que vacilo en intentar encontrarme. Me
da miedo comenzar. Existir me da a veces taquicardia. Me da tanto miedo
ser yo. Soy tan peligrosa. Me pusieron un nombre y me apartaron de mí.
Siento
que no estoy escribiendo todavía. Presiento y quiero un hablar más
fantasioso, más exacto, con mayor arrobamiento, que haga volutas en el
aire.
Cada nuevo
libro es un viaje. Pero un viaje con los ojos vendados por mares jamás
vistos: con la venda en los ojos, el terror de la oscuridad es total.
Cuando siento una inspiración, muero de miedo porque sé que de nuevo
viajaré sola por un mundo que me rechaza. Pero mis personajes no tienen
la culpa de que así sea y entonces los trato lo mejor posible. Ellos
vienen de ningún lugar. Son la inspiración. Inspiración no es locura. Es
Dios. Mi problema es el miedo a volverme loca. Tengo que controlar
Existen leyes que rigen la comunicación. Una condición es la
impersonalidad. Separarse e ignorar son el pecado en un sentido general.
Y la locura es la tentación de poderlo todo. Mis limitaciones son la
materia prima que ha de trabajarse mientras no se alcance el objetivo.
Yo
vivo en carne viva, por eso me interesa tanto darle cuerpo a mis
personajes. Pero no aguanto y los hago llorar sin venir a qué.
¿Raíces
que no están plantadas y se mueven por sí solas o la raíz de un diente?
Pues también yo suelto mis amarras: mato lo que me molesta y, como lo
bueno y lo malo me molesta voy definitivamente al encuentro de un mundo
que está dentro de mí, yo que escribo para librarme de la difícil carga
de ser una persona.
En
cada palabra late un corazón. Escribir es esa búsqueda de la veracidad
íntima de la vida. Vida que me molesta y deja a mi propio corazón
trémulo el dolor incalculable que parece necesario para mi maduración:
¿maduración? ¡Hasta ahora he vivido sin madurar!
Sí.
Pero parece que ha llegado el momento de aceptar de lleno la vida
misteriosa de los que un día morirán. Tengo que comenzar por aceptarme y
no sentir el horror punitivo del cada vez que caigo, pues cuando caigo
la raza humana cae también conmigo. ¿Aceptarme plenamente? Es una
violencia contra mi vida. Cada cambio, cada proyecto nuevo causa
asombro: mi corazón está asombrado. Por eso toda palabra mía tiene un
corazón donde circula sangre.
Todo
lo que aquí escribo está forjado en mi silencio y en la penumbra. Veo
poco, casi nada oigo. Me sumerjo por fin en mi hasta la matriz del
espíritu que me habita. Mi fuente es oscura. Estoy escribiendo porque no
sé qué hacer de mí. Es decir: no sé qué hacer con mi espíritu. El
cuerpo informa mucho. Pero yo desconozco las leyes del espíritu. El
divaga.”