" Después de afeitarse al tacto —pues carecía de
espejo desde hacía mucho tiempo— el coronel se vistió en silencio. Los
pantalones, casi tan ajustados a las piernas como los calzoncillos
largos, cerrados en los tobillos con lazos corredizos, se sostenían en
la cintura con dos lengüetas del mismo paño que pasaban a través de dos
hebillas doradas cosidas a la altura de los riñones. No usaba correa. La
camisa color de cartón antiguo, dura como un cartón, se cerraba con un
botón de cobre que servía al mismo tiempo para sostener el cuello
postizo. Pero el cuello postizo estaba roto, de manera que el coronel
renunció a la corbata.
Hacía cada cosa como si fuera un acto trascendental. Los huesos
de sus manos estaban forrados por un pellejo lúcido y tenso, manchado
de carate como la piel del cuello. Antes de ponerse los botines de
charol raspó el barro incrustado en la costura. Su esposa lo vio en ese
instante, vestido como el día de su matrimonio. Sólo entonces advirtió
cuánto había envejecido su esposo. La mujer lo examinó. Pensó que no. El
coronel no parecía un papagayo. Era un hombre árido, de huesos sólidos
articulados a tuerca y tornillo. Por la vitalidad de sus ojos no parecía
conservado en formol. "
El coronel no tiene quién le escriba (fragmento)