“Extraordinario
decorado el de este bosquejo de ciudad abandonada en los confines de un
pueblo y al margen de los siglos. Bordeé la mitad del hemiciclo, subí
por las escalinatas del pabellón central: contemplé largo rato la sobria
majestad de estas construcciones edificadas con fines utilitarios y que
nunca sirvieron para nada. Son sólidas, son reales: sin embargo, su
abandono las transforma en un simulacro fantástico: uno se pregunta de
qué. La hierba tibia, bajo el cielo de otoño, y el olor de las hojas
muertas me aseguraban que no había abandonado este mundo, pero había
retrocedido doscientos años atrás. Fui a buscar unas cosas en el
auto; extendí una manta, almohadones, puse la radio a transistores, y
fumé mientras escuchaba Mozart. Detrás de dos o tres ventanas
polvorientas adivino presencias: sin duda son oficinas. Un camión se
detuvo ante uno de los portones, unos hombres abrieron, cargaron bolsas
en la parte trasera del vehículo. Ninguna otra cosa ha alterado el
silencio de esta siesta: ni un visitante. El concierto terminado, me
puse a leer. Doble sensación de extrañamiento: me iba muy lejos, a
orillas de un río desconocido; alzaba la vista y volvía a encontrarme en
medio de estas piedras, lejos de mi vida”.
La mujer rota (1968; Edhasa, 2007)
La mujer rota (1968; Edhasa, 2007)