13.6.10

Jorge Teillier

La poesía de Teillier descansa en principio en la tradición de la representación lárica (poesía del lar, del origen, de la frontera), aunque su obra trasciende el rótulo del arraigo lárico cuyos antecedentes se encuentran en Chile en Efraín Barquero (V.) y Rolando Cárdenas. Sus poemas arrancan del recuerdo ingenuo y la nostalgia con una cierta esperanza de asir el paraíso perdido, el cual paulatinamente se desintegra y se convierte en pura imagen soñada. Jorge Teillier nació en Lautaro, Chile, en 1935 y murió en 1996.

El poeta se inició a los 12 años en la escritura, bebiendo las aguas de los libros de aventuras, Panait Istrati, Knut Hamsun, Julio Veme y los cuentos de hadas. Posteriormente se alimenta de los poetas del modernismo hispanoamericano (V.), de Vicente Huidobro y de la tradición universal de Jorge Manrique, Rainer María Rilke y Francois Villon. Se le vincula también con Höderlin y Trakl. Para él, lo importante en la poesía no es lo estético, sino la creación del mito y de un espacio o tiempo que trasciendan lo cotidiano, utilizando lo cotidiano. El poeta no debe significar sino ser. Postula un tiempo de arraigo frente a la generación de los años 50, que postulaba el éxodo hacia las ciudades.

En su poesía existe el Sur mítico y lluvioso de Pablo Neruda , pero desrealizado por una creación verbal en donde los lugares de provincia se tiñen de referencias melancólicas y simbólicas que se hacen universales. El poeta aparece como el sobreviviente de un paraíso perdido, como testigo visionario de una época dorada de la humanidad que conserva a través de los tiempos el mito y la imagen esencial de las cosas: casa, tierra, árbol. Pero el recuerdo ingenuo e incorruptible que se recupera por medio de la memoria, se trasciende sólo momentáneamente y culmina con su paulatina desintegración. Como en Enrique Lihn (V.) y en Barquero, hay en su obra una voluntad rendida, en que el presente carece de toda intensidad y la visión de lo cotidiano es desoladora: persiste sólo lo estéril y lo deshabitado. Frente a ello se buscan las huellas perdidas, para acceder al lugar maravilloso de donde venimos. A través del recuerdo, la realidad cotidiana se hace visible y se recupera. Pero ella solamente sobrevive en los lugares del hallazgo, constituido por los residuos del pasado y los espacios secretos y ocultos: el espacio encubre al tiempo.

De este modo, en Teillier hay dos momentos estéticos recurrentes que el poema recupera: el momento ingenuo de la infancia y el del recuerdo. La poesía de Teillier se encarna en la polaridad entre la felicidad del tiempo del origen recordado y el dolor de su desintegración. El sujeto de la poesía de Teillier es un desterrado que vive en la ciudad moderna y que fantasmalmente vuelve una y otra vez al espacio de la infancia, de la frontera, del límite, para reencontrarse con algo que ya no existe.

Frente a la tradición totalizadora de las vanguardias y los planteamientos rupturistas de la antipoesía (V. Poemas y antipoemas), Jorge Teillier convirtió de nuevo la poesía en experiencia vital ligada a una memoria poética que busca sus símbolos ancestrales y puros. Esa búsqueda primordial lo convirtió en uno de los poetas chilenos más originales de la actualidad.

En Diccionario Enciclopédico de las Letras de América Latina.Caracas, Bibliteca Ayacucho, 1995
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POR UN TIEMPO DE ARRAIGO

Hemos venido siguiendo con interés una reciente polémica planteada en ésta y otras publicaciones por los escritores Luis Enrique Délano y Jaime Valdivieso, en torno al problema de la frustración de los escritores debido a la presión de un ambiente desfavorable y la necesidad del exilio, en otros términos, sobre el arraigo o desarraigo. En el número 3 de la Revista Portal, Enrique Lafourcade insiste en el tema en un artículo suyo sobre La Generación del 50, escrito poco antes de despedirse del país para ir a residir a los Estados Unidos. Curiosamente, en el fondo su planteamiento coincide con el de Valdivieso, pese a las conocidas divergencias ideológicas de ambos. "Quebramos todos los vidrios, dice Lafourcade. Luego, el éxodo". Según él, este éxodo se debe a que aquí un intelectual no goza de ningún rango especial, no se puede ganar la vida, no puede desarrollar su talento. Como ilustración entrega una larga lista de "desterrados" que en el extranjero se dedican a ocupaciones tan espirituales y edificantes como la publicidad, la diplomacia, el buscar casamiento con damas francesas dueñas de castillo, o inaugurar piscinas de viudas de generales mexicanos. Naturalmente, en nuestro país estas actividades no cuenta con demasiado campo. Y a escritores como Carlos Sepúlveda Leyton, Baldomero Lillo, Nicomedes Guzmán, que nunca se expatriaron y lucharon bravamente contra toda clase de postergaciones, no hay para qué tomarlos en cuenta. Tal estado le espíritu es previsible y justificable en Lafourcade, talentoso escritor, por cierto, y buen representante del pequeño burgués ubicuo y cosmopolita, pero resulta alarmante cuando se extiende a un no reducido número de escritores de izquierda. Hemos visto como algunos declaran que este país es una selva, un desierto, que no hay tradición cultural, que vivimos en el paraíso de la frustración. Se desdeña nuestra historia (casi siempre ignorándola totalmente) y nuestra literatura.

La actitud de niños mimados, es bien propia de muchos intelectuales. Piensan que por el hecho de serlo, son seres superiores, y casi en forma inconsciente desean todas las oportunidades y pleitesías posibles. Lo curioso es que las esperan del régimen dominante, sin mostrar la menor confianza por las clases trabajadoras, pese a ingresar muchas veces en sus organizaciones. Frente a ellos, recuerdo a tantos poetas amigos como aquellos que son maestros primarios rurales, que afrontan heroicamente, sin queja alguna, toda suerte de persecuciones y postergaciones, prosiguiendo siempre sus tareas de hombres y de escritores. O en los muchachos como los del Grupo Arúspice y Vanguardia de Concepción; o Trilce, de Valdivia, que en ciudades más bien inhóspitas para los creadores luchan contra el medio transformándolo paulatinamente con sus esforzadas actividades.

Sí, la actitud cínica o desesperanzada no es total. Caracteriza sólo a la mayor parte de los escritores de la generación del 50, representantes de una pequeña burguesía citadina, o de una burguesía venida a menos. Contra ellos, si no teóricamente, en forma vital, se levantan escritores como Edesio Alvarado, que ha confirmado tan abrumadoramente su talento con su obra enraizada en el profundo sur. Y luego, Marta Jara, Nicolás Ferraro, Luis Vulliamy, José Miguel Varas, entre otros. Ellos y poetas como Efraín Barquero, Pablo Guíñez, Rolando Cárdenas, Sergio Hernández, Floridor Pérez, son todos indagadores del espíritu del hombre y del paisaje nuestro, como lo fueron los hombres –de todas las banderas– de la generación del 38.

No tratamos de postular principios de nacionalismos estériles. Menos aún de pedir el encierro. Es necesario viajar, escuchar otras voces, recorrer otros ámbitos, así como superar la nefasta incomunicación cultural que nos impide el acceso a tantos libros, films u obras teatrales.

Un creador debe estar siempre alerta frente al diálogo con los creadores de otras latitudes. Pero los que eligen el éxodo no serán sino zombies, no estarán ni aquí ni en ninguna parte, serán los hombres desarraigados. El autodestierro indica falta de confianza en sí mismo, y es a la vez un peligroso estado de yaconismo intelectual. Si un escritor se considera revolucionario (y siempre todo verdadero escritor ha estado en pugna contra los órdenes sociales injustos), elegirá la lucha contra su medio ambiente, tratará de superarse y superarlo por todos los medios. El lujo de desarraigo se lo pueden dar sólo los pueblos antiguos, ya seguros de sí mismos. El cosmopolitismo es un lujo que puede darse sólo cuando se ha logrado, como ha señalado Juan Rivano, llegar al tiempo del arraigo verdadero: "los tiempos en que haya suelo firme bajo nuestros pies y podamos hablar de una cultura y de un espíritu nuestro, sin que importen sus dimensiones".

En El Siglo, Santiago (13.11.1966), p. 15.