12.7.11

T.S.Eliot

Retrato de una dama

Has cometido —
fornicación: pero fue en otro país
y, además, la muchacha ha muerto.
— Marlowe, El judío de Malta [IV, 1]


I

Entre el humo y la niebla de una tarde de diciembre
dejas que la escena se arme sola —como ha de parecer—
con un “He reservado esta tarde para usted”;
y cuatro velas tenues en la sala oscurecida,
cuatro círculos de luz dibujándose en el techo,
un atmósfera de tumba de Julieta
preparada para todas las cosas a decir, o no decir.
Fuimos, digamos, a escuchar al polaco de moda
transmitir los Preludios, por el cabello y los dedos.
“Tan íntimo, este Chopin, que creo que su alma
debería resucitar sólo entre amigos,
dos o tres, que no tocaran la frescura
manoseada y cuestionada en las salas de concierto.”
— Y la charla así va derivando
entre deseos vacíos y lamentos elegidos con cuidado
sobre un fondo de atenuados tonos de violines
mezclados con débiles cornetas,
y comienza.

“No sabé cuánto significan mis amigos para mí,
y qué raro, qué raro y extraño es encontrar,
en una vida hecha de tantos, tantos fragmentos
(y eso por supuesto no me gusta... ¿lo sabía? ¡Usted no es ciego!
¡Es tan perceptivo!),
encontrar un amigo que tenga esas cualidades,
que tenga y ofrezca
esas cualidades de las que vive la amistad.
Cuánto significa para mí decirle esto...
sin esas amistades... la vida, ¡qué cauchemar!”

Entre el devaneo de los violines
y los solos fugaces
de cornetas entrecortadas,
un sordo tambor en mi cerebro
empieza a martillear absurdamente
su propio preludio,
caprichoso y monocorde,
que es al menos una clara, definida “nota falsa”.
— Tomemos aire, en un trance de tabaco,
admiremos los monumentos,
discutamos los últimos sucesos,
pongamos en hora nuestro reloj con un reloj de la calle
y sentémonos un rato a tomar nuestra cerveza.

II

Ahora que las lilas están en flor
tiene un jarrón de lilas en la sala
y gira con los dedos una lila mientras habla.
“Ah, amigo mío, usted no sabe, usted no sabe
lo que es la vida, debería retenerla entre sus manos”;
(girando lentamente cada tallo)
“La deja fluir de usted, la deja fluir,
y la juventud es cruel, y no tiene remordimientos
y se ríe de las cosas que no puede ver.”
Yo sonrío, por supuesto,
y sigo tomando el té.
“Pero con estos atardeceres de abril, que por alguna razón
me traen a la memoria mi vida enterrada, y París en primavera,
me siento inmensamente en paz, y encuentro que el mundo
es espléndido y joven, después de todo.”

La voz prosigue como el terco disonar
de un violín roto, en una tarde de agosto:
“Siempre estoy segura de que usted
entiende mis sentimientos, segura de que siente,
de que tiende su mano, al otro lado del abismo.

Usted es invulnerable, no tiene talón de Aquiles.
Seguirá avanzando, y cuando haya triunfado
podrá decir: en este punto muchos fracasaron.

¿Pero qué tengo yo, qué tengo yo que ofrecerle,
amigo mío, qué puede usted recibir de mí?
Sólo la amistad y la comprensión
de alguien que se acerca al final del camino.

Yo estaré sentada aquí, sirviendo el té a los amigos...”

Tomo el sombrero: ¿cómo compensar cobardemente
lo que ella me dijo?
Me verán en el parque, de mañana,
leyendo los chistes y la página deportiva.
Observo en particular:
una condesa inglesa sube al escenario,
matan a un griego en un baile de polacos,
otro estafador de bancos que confiesa.
Mantengo la compostura, el dominio de mí mismo,
excepto cuando un organillo, mecánico y cansado,
reitera una gastada tonada popular
con aroma a jacintos del jardín,
evocando cosas que otros han deseado.
¿Están bien o están mal estas ideas?

III

Cae la noche de octubre; regreso igual que antes
excepto por una leve sensación de incomodidad,
subo la escalera y giro el picaporte
y siento como si hubiera subido a gatas.
“Así que se está yendo al extranjero... ¿Y cuándo vuelve?
Pero esa pregunta no tiene sentido.
Difícilmente sepa cuándo volverá,
hallará tanto que ver...”
Mi sonrisa cae de golpe entre los adornos.

“Quizás me pueda escribir.”
Mi aplomo se reaviva por un instante;
esto es lo que esperaba.

“Me estuve preguntando con frecuencia últimamente
(¡pero el principio jamás sabe el final!)
por qué no hemos llegado a ser amigos.”
Yo me siento como alguien que sonríe, y al volverse
observa de repente su expresión en un espejo.
Mi aplomo se desvanece; estamos verdaderamente a oscuras.

“Porque todos lo decían, todos nuestros amigos,
¡todos estaban seguros de que nuestros sentimientos
nos unirían tanto! Yo misma apenas si lo entiendo.
Ahora debemos dejárselo al destino.
Me escribirá, al menos.
Quizás no sea demasiado tarde.
Yo estaré sentada aquí, sirviendo el té a los amigos.”
Y yo debo adoptar una forma diferente cada vez
para hallar expresión... bailar, bailar
como un oso bailarín,
chillar como un loro, parlotear como un mono.
Tomemos aire, en un trance de tabaco —

¡Bien! ¿Y si ella muriera una tarde,
una tarde gris y neblinosa, un anochecer amarillento y rosa;
si muriese dejándome sentado pluma en mano
con la niebla que baja a los tejados;
dudando, por un buen rato,
sin saber qué sentir o si comprendo
o si soy sagaz o necio, tarde o muy temprano...
no llevaría ella la ventaja, al fin y al cabo?
La música concluye con una “cadencia moribunda”,
ya que hablamos de morir —
¿Y tendría yo derecho a sonreír?

Thomas Stearn Eliot, St. Louis, Missouri, 1888-Londres, 1965