22.7.10

VECINDAD Y CO-PERTENENCIA EN EL "DECIR" POÉTICO DE NERUDA [*]

Como es sabido, el pensador alemán Martin Heidegger ha sostenido que "el Lenguaje es la casa del Ser" [1] y que en el pensar adviene éste al lenguaje. De esta manera, lo que hace el pensar es establecer una relación de la esencia del hombre con el propio Ser. Pues bien, en tal sentido, para Heidegger, tanto el filósofo como el poeta corresponden a las figuras vigilantes de esta "morada" que es el lenguaje. Y la "custodia" que llevan a cabo consiste, precisamente, en el acto de "pro-ducir" (producere) la patencia del Ser, que ellos se encargan de llevar al lenguaje en que la guardan. Este producir, ahora, no es sino un "desplegar" (Wesen) en plenitud al Ser mismo; que es lo desplegable en toda propiedad.

De acuerdo con lo anterior, se puede señalar que el lenguaje viene a constituirse en lo apropiado y acontecido por el Ser mismo, en lo dispuesto desde sí y en lo acotado por él. En virtud de ello, la esencia del lenguaje y del habla debe ser pensada a partir de una "correspondencia" (Entspruch) con el Ser y por esto, como morada del hombre, como habitación en la que este "ec-siste" y en la que pertenece a la verdad del Ser, en cuanto, habitando, la guarda.

Sin embargo, hasta nuestros días, ha prevalecido una concepción tradicional del habla, que la ha caracterizado siempre conforme a una modalidad de tipo representacional o, si se quiere, instrumental; tanto en términos lógico-gramaticales como filosófico-lingüísticos; la que, si bien es cierto, resulta útil y correcta (en cuanto implica su definición científica), no parece conducir a la verdadera esencia del habla que —al menos a juicio de Heidegger— no se queda estancada en una mera caracterización como expresión de estados internos y subjetivos, es decir, como algo propiamente humano, y como representación conceptual de la realidad o la irrealidad. Ciertamente, hay múltiples razones que llevan a afirmar que una concepción de este tipo resulta insuficiente como para poder dar cuenta de la vastedad del sentido del habla. Ya sea por el planteamiento de un eventual carácter divino del origen de la palabra ("En un principio fue el Verbo, y el Verbo era de Dios"), o por la consideración de un carácter simbólico más que lógico-racional que puede ser atribuible al habla, en lo referente a su capacidad de significación, a su significatividad característica.

"El habla habla"[2] nos dice el pensador de Friburgo; y su hablar, que es su esencia, reposa en lo hablado, donde permanece resguardado este hablar. Entonces, en lo hablado está su perduración, y aquello que desde el hablar puede también perdurar. Por lo tanto, el habla no es meramente expresión del interior del hombre, ni menos su actividad propia —aunque le sea natural y próxima—, porque eso dice relación con otro asunto; y en verdad nuestra relación con el habla es principalmente indefinida, oscura, casi muda. Un esclarecimiento del habla debiera conducirnos, más bien, al "lugar" (Ort) de su esencia, el que en la meditación heideggeriana se revela como el "acontecimiento-apropiador" (Das Ereignis). Esto puede ser entendido como que el habla únicamente puede ser fundamentada a partir de él mismo y no de otra entidad como podría ser en este caso el hombre o lo humano. Heidegger sostiene: "Reflexionar sobre el habla significa: llegar al hablar del habla de un modo tal que el habla advenga como aquello que otorga morada a la esencia de los mortales"[3].

En tal sentido, la Poesía (Dichten) se presenta como la perfección del hablar, como lo hablado puro; donde el hablar del habla viene a residir en lo poético de lo hablado. Por este camino, se puede comprender que en la poesía habla verdaderamente el habla desde su propio decir, que es esencialmente multívoco, polisémico. "La poesía habla desde una ambigüedad ambigua" [4] sostiene Heidegger, porque intentar comprender el decir poético desde la significación técnico-conceptual-representacional de las palabras, desde un mentar lógico-gramatical pretendidamente unívoco y despejado de ambigüedad, es alejarse del "lugar" (Ort) mismo de la Poesía, de lo reunidor que ella es en cuanto recoge mundo hacia sí, liberando o restituyendo lo reunido a su ser propio.

De este modo, Poesía viene a ser "fundación", fundación por la palabra y sobre la palabra. La Poesía funda lo permanente, lo que sostiene y rige al ente en su totalidad, lo que pone al descubierto al Ser. Por esto la Poesía es lo que permite al lenguaje hacer mundo, en cuanto originalmente torna público aquello que después será lenguaje cotidiano y vulgar, lo que luego "hablaremos nosotros con redichas y manoseadas palabras"[5].

El poeta hace experiencia con la palabra al instituir la relación con las cosas; esto es, la palabra deja aparecer las cosas en cuanto cosas que son y así advienen a la presencia, puesto que la palabra se declara al poeta como aquello que puede sostener y mantener las cosas en su ser. Por esto, la palabra le está confiada al poeta de una manera eminente, en tanto ella es fuente del Ser, que se devela desde el ocultamiento en términos de "destino" (Geschick). En consecuencia, Poesía es lenguaje primogénito en tanto Poesía es fundación del Ser.

Heidegger, en su dilucidación de la poesía de Trakl [6] ha señalado que los grandes poetas hacen poesía solamente desde un "único Poema", refiriéndose con ello a una totalidad presente y reconocible en la multiplicidad de poemas individuales, ante la cual se despliega la grandeza poética en tanto ella se refleja ampliamente en un afianzamiento y en la pureza del Decir poético en aquel Poema único; dado que ningún poema individual puede llegar a decirlo todo; no obstante, cada uno de ellos habla desde una totalidad y la dice cada vez. El decir de un poeta, luego, permanece en aquello no-dicho. Su esencia encubierta se alberga en el lugar de ese Poema único a partir del cual los poemas particulares resuenan y repercuten; y a su vez, el esclarecimiento del Poema único requiere de un itinerario clarificador que necesariamente pasa por los mismos poemas particulares. Indicar, entonces, el lugar del Poema único es algo que tiene que comenzar por los poemas dichos.

Ahora, la dilucidación del Poema único de un poeta representa un diálogo del pensamiento con la Poesía, porque así se puede llegar a evocar la esencia del habla que permite a los mortales habitar propiamente en el hablar. Poesía y pensamiento —digamos, filosofía—, llegan así a necesitarse recíprocamente; pueden dialogar desde su proximidad, desde la "vecindad" (Nachbarschaft) en que ambos determinan, aunque de modo distinto, su común ámbito; aunque tal proximidad no se manifieste visiblemente como consecuencia de la determinación secular del pensamiento en indicadores lógico-racionales, ligados al cálculo científico, que impulsa desde antaño a la desconfianza con respecto a dicha vecindad; escindiendo a Poesía y pensamiento en repúblicas independientes, siendo que toda vez que hacemos reflexión acerca de la poesía, nos hallamos dentro del elemento mismo donde el pensamiento se mueve.

Sin embargo, no por ello se puede afirmar categóricamente que la poesía sea, en propiedad, una modalidad del pensamiento; o bien, que por el contrario, éste lo sea de aquella. La relación entre pensamiento y Poesía, más bien, tiende a mantenerse velada en cuanto a la determinación esencial de tal vínculo y en cuanto a la procedencia de aquello que llamamos 'lo propio' de ambos. No obstante, sí se puede señalar que la vecindad de pensamiento y Poesía implica el hecho de que ambos habitan frente a frente, que uno se establece enfrente de otro, que cada uno concurre a la proximidad del otro; Heidegger denomina a esto como el "en-frente-mutuo" (Gegen-einander-über).

Ahora, no debemos pensar que la vecindad de pensamiento y Poesía sea la consecuencia de un proceso por el que ambos llegan a juntarse arbitrariamente desde procedencias ajenas y disímiles, originándose de este modo una proximidad que les resulta exógena o inesencial. Dicho ciertamente, la proximidad que aproxima a pensamiento y Poesía es aquella que los remite a lo propio de su esencia, al Ser mismo. La proximidad que aproxima es —de acuerdo con Heidegger— el acontecimiento-apropiador, lo Ereignis como tal. De esta forma, se visualiza el encuentro entre Poesía y pensamiento desde su lejana procedencia, y la vuelta pensativa sobre la Poesía conduce a lo que es digno de pensar del estado poético. "Al escuchar el poema, pensamos tras de la poesía. De este modo es: la Poesía y el pensamiento" [7].

En consideración a lo expuesto, se puede proponer ahora que en la obra poética de Pablo Neruda se realizaría de manera radical la esencia de la poesía, conforme a como lo hemos venido entendiendo hasta acá. Ello, en cuanto su "Decir poético" se da a partir de la pureza de la Poesía y en tanto su propio Poema único devela esta esencia que atraviesa todas las determinaciones externas por las que se conduce cada uno de sus poemas particulares. Por ello, parece posible también considerar la eventualidad de establecer, a partir de un diálogo entre su poesía y el pensamiento, el desentrañamiento meditativo de sus claves de significación, donde se puede mostrar el lugar poético desde el que nos habla; digamos, lo reunidor de su Decir, el hablar del habla en su poesía.

El Decir poético de Neruda, de manera especial en su obra «Memorial de Isla Negra» [8], por su carácter autobiográfico y por la connotación de madurez que como trabajo poético ostenta, se articula visiblemente en torno a un sentido que es capaz de constatar la "Co-pertenencia" (Zusammengehören), la mutua pertenencia de hombre y Ser, como fundamento y destino del conjunto de metáforas que dan existencia a los poemas particulares. El Decir poético de Neruda está muy lejos de ser mera expresión de estados de ánimo o de visiones subjetivas y temporalizadas. El nombrar de la poesía nerudiana —hasta donde ello sea posible decirlo— no distribuye títulos, no "emplea" palabras; es in-vocación, nombra como invocación, es llamado a venir de las cosas, de los elementos de su mundo poético; es invocación que llama a lo ausente y a lo presente; es invitación para que las cosas: la tierra, la selva, el bosque, el mar, conciernan, por su intermediación de poeta, al hombre, a todos los hombres. Como entiende Heidegger, las cosas al "cosear" gestan mundo, visitan con mundo a los hombres.

En la poesía de Neruda, particularmente en su «Memorial de Isla Negra», la búsqueda de sí mismo, en sus orígenes esenciales —que el poeta emprende como una suerte de "vuelta"—, es una metáfora elocuente de su percepción (declarada explícitamente o no) de la co-pertenencia a que hemos venido haciendo referencia con anterioridad. El carácter autorreferente de dicha obra poética, más allá de toda remisión a sus propias experiencias —como podría interpretarse de acuerdo con la tradicional modalidad representacional o instrumental de comprensión del habla— se vierte como la exégesis de la inexorabilidad de las determinaciones que impone la entrada en la mutua pertenencia de hombre y Ser.

En efecto, las recurrencias poéticas de Neruda; especialmente aquellas metáforas referidas al nacimiento, o a la tierra y la historia, o al primer viaje o el primer mar, y otras similares, muestran ese carácter destinal de la experiencia humana. En la multivocidad de estas metáforas, en lo no-dicho de su decir se trasunta el Ser, el unísono indecible de la vertebración poética, el "son del silencio" por el que habla verdaderamente la Poesía, y que permite entrever su vecindad con el pensamiento en cuanto ello alude a lo digno de ser pensado y a lo que hasta ahora no ha sido lo suficientemente pensado. En este sentido, la obra de Neruda no es concebible en términos simplemente antropocéntricos, o geocéntricos si se prefiere, porque en ella sólo es posible reconocer la pertenencia de lo humano a lo no-humano, a "lo otro" que lo humano, a lo esencial de la tierra, de la selva, de la madera o del mar; a la esencia de una realidad de orden diverso, aquella del poder terrenal, telúrico, inefable; que no cede su esencia velada, encubierta, al hombre y su dispositivo lógico de comprensión, para el que resulta inabordable o imposible de dominar.

Esta naturaleza del estado poético, en su inefabilidad, se opone a la naturaleza dicha técnicamente, entendida como "única y gigantesca estación de servicios, ...(como) fuente de energía para la técnica y la industria modernas" [9], como "Bestand". En ella surge el reconocimiento de la "otredad" (si se permite el término), de la ausencia que se muestra en la presencia, de la realidad insondable que cubre la experiencia humana y escapa al mero arbitrio del hombre, en cuanto produce la patencia del Ser, la síntesis de la conciencia con su mundo; al margen del yo, de la subjetividad, de la determinación conceptual y unívoca de la experiencia.

Ahora bien, esa otredad, el reconocimiento de la ausencia que se muestra a través de la presencia; o dicho de otra manera, de la "con-temporaneidad" del tiempo; es decir, de la triple simultaneidad de lo sido, de la presencia y de lo que alberga encuentro (el futuro), como unidad primordial, como ofrecimiento de mundo en claror —que a la vez es ocultación—, puede ser indagada en el poema «El sexo» (incluido en la obra señalada anteriormente) que se transcribe a continuación y que, como poema particular, contribuye a la perspectiva de esclarecimiento del Poema único nerudiano, en esta vecindad de pensamiento y Poesía que se ha venido intentando explicitar hasta ahora, a la luz de la co-pertenencia de hombre y Ser enunciada por Heidegger.

EL SEXO

LA PUERTA en el crepúsculo,
en verano,
las últimas carretas de los indios,
una luz indecisa
y el humo
de la selva quemada
que llega hasta las calles
con los aromos rojos,
la ceniza
del incendio distante.

La primera imagen del poema nos sitúa de lleno en una posición de umbral, en LA PUERTA —con mayúsculas—, en la frontera en que lo interior deja de serlo para convertirse en lo exterior. Al mismo tiempo, la quietud del atardecer estival, del momento del reposo, del término de la jornada, nos conduce al tránsito de la luz a la oscuridad, nos hace ingresar en el crepúsculo que conduce a la noche en la que desciende lo extraño, en la región de la noche que desde su ausencia se va tornando paulatinamente presencia. Al mismo tiempo, las últimas carretas de los indios que se retiran, o huyen, de la selva incendiada, acusan la natural expansión del fuego que amenaza y amedrenta lo humano y no se deja amedrentar, para imponer lo rojo incandescente y dominar la luz que al extinguirse se vuelve aún más roja que lo que la propia tarde ya lo hace. El humo enrarece el aire y trae consigo la distancia, borrando todo límite artificial entre lo humano y lo natural, imponiendo la ausencia en la presencia.

Hasta acá, podemos decir que el poema está enunciando el paso, el pasaje de un estado a otro, en el marco de una totalidad que se sabe e intuye a sí misma; que, en su circularidad, se aparece modalmente diferente, pero que tiende a volver sobre sí, sobre lo único de sí misma, su esencia reclamante. Veamos, en seguida, hacia donde continúa llevándonos el poeta en su decir.

Yo, enlutado
severo,
ausente,
con pantalones cortos,
piernas flacas,
rodillas
y ojos que buscan tesoros,
Rosita y Josefina
al otro lado de la calle,
llenas de dientes y ojos,
llenas de luz y con voz como pequeñas
guitarras escondidas
que me llaman.

Como contrapartida, ahora, el poeta, enlutado, ennegrecido, lejano, en actitud como de severa condena para con el mundo, en ausencia y distancia, desde una mismidad cerrada e inexpugnable que muestra una paradojal relación inconexa con el mundo, en algo que no es presencia sino más bien lo que ha sido. Solo en la multitud en busca de lo repentino, la diferencia, que nadie más puede encontrar, salvo el niño que está al otro lado del umbral, al otro lado de la vida de todos, en la ausencia del ensimismamiento más aterrador, embozado, velado. De este lado de la puerta, al otro lado de la calle, irrumpe lo femenino como presencia exuberante, como lo otro que interpela, que invoca a la reunión, la fascinación irresistible de las miradas que llaman a fundir lo sido con la presencia, a trasponer el umbral para entrar en el mundo. El poema, mientras tanto, continúa así:

Y yo crucé
la calle, el desvarío,
temeroso,
y apenas llegué
me susurraron,
me tomaron las manos,
me taparon los ojos,
y corrieron conmigo,
con mi inocencia
a la Panadería.

El cruce de la calle se aparece ahora ante nuestro entendimiento como un origen, como una situación inicial, como el descubrimiento o la presencia de un clarear que despunta porque había permanecido atado hasta entonces. El cruce de la calle hace el ingreso en la circularidad del tiempo y de la historia, en la experiencia de totalidad y conformidad con una naturaleza inefable que no puede ser resistida ni detenida. El susurro y los temores entremezclados, la complicidad y el límite desbordado de lo puro y lo impuro, de lo natural y lo artificial, son metáfora de una naturaleza enfrentada a su propio movimiento, a la generación y la corrupción, sin que ninguno de ellos pueda advertir el encuentro que alberga la casa de la transformación, ahí donde la harina deviene pan, en el horno vital donde la inocencia atraviesa la puerta del sexo en perfecta expresión de contemporaneidad entre lo sido, lo presente y lo que adviene.

Más adelante el poema nos señala:

Pasos pesados, toses,
mi padre que llegaba
con extraños,
y corrimos
al fondo y a la sombra
las dos piratas
y yo su prisionero

Y posteriormente, ya alcanzando la conclusión:

Pero, con las dos niñas
en la sombra
y el miedo,
entre el olor de la harina
los pasos espectrales,
la tarde que se convertía en sombra,
yo sentí que cambiaba
algo
en mi sangre
y que subía a mi boca,
a mis manos,

una eléctrica
flor,
la flor
hambrienta
y pura
del deseo.

Ahora la casa del pan, que se ha hecho templo y albergue fortuito de la vida, acoge también en su seno al sepulcro silente de la candidez, se hace comienzo y final al mismo tiempo; es una puerta que deja entrar o salir, que abre o que cierra, es presencia y ausencia, es reunión que vivifica y mortifica; en cuanto todo esto, es síntesis y es con-temporaneidad.

La súbita irrupción, el sobresalto, emergen como el peligro de ser descubierto cuando aún no se está preparado para ser, cuando la vida ha querido anticiparse a la misma vida y ha reclamado para sí la brusca atención de los niños, cuando lo ausente ha querido subrepticiamente adelantarse en lo presente y se ha tornado veloz carrera al fondo oscuro, al refugio donde no se es, donde no se es advertido, donde se puede ser en la indiferenciación, donde se puede todavía advertir el transcurrir del mundo a hurtadillas, sin llegar a traspasar aún el umbral desde donde se mide la indiferencia de los que ya son, de lo ajeno que amenaza y usurpa lo propio disolviendo fragancias pueriles y estructuras ya en derrumbe.

Todo ello en la Casa del pan, en el refugio reunidor, con-temporáneo, que succiona la claridad de la infancia para fundirla con la oscuridad del deseo, en un incendio que se transforma, inconsciente de sí, en pura energía que se abre como una flor eléctrica al "lugar" permanente de la vida y del sexo, que se anuncia como un despertar venidero de la estirpe humana.

Así es como la Poesía de Neruda habla, a su modo, desde una polifonía, desde una ambigüedad ambigua; aunque, con todo, esta pluralidad de sentido de su Decir poético no se esparce en vagas y difusas significaciones, sino que, por el contrario siempre resuena desde un particular recogimiento; es decir, desde el riguroso unísono de una voz múltiple que, tomado en sí mismo, permanece por su esencia siempre indecible, "que ve y contempla —como dice Heidegger— otra cosa que los reporteros de la actualidad que se agotan en la crónica de lo cotidiano, cuyo pre-calculado futuro no es más que la prolongación de la actualidad: un futuro carente de todo advenimiento de un destino capaz, una vez, de concernir al hombre en la fuente de su ser" [10].

Raúl Villarroel-Departamento de Filosofía

NOTAS

*.- Este ensayo corresponde a la presentación final de un Seminario de Postgrado realizado en el año 1993 en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la U. de Chile por el profesor E. Carrasco.

1.- Heidegger, Martin. Carta sobre el humanismo. Taurus. Madrid. 1960. p. 40
2.- Heidegger, Martin. «El Habla» en de camino al habla. Del Serbal. Barcelona. 1987. p. 18. Versión castellana de Yves Zimmermann
3.- Op. cit. p. 13.
4.- «El habla en el poema». Op. cit. p. 69.
5.- Heidegger, Martin. Hölderlin y la esencia de la poesía. Anthropos. Barcelona. 1989. p. 32.
6.- «El habla en el poema» en De camino al habla. Op. cit. p. 32.
7.- «La palabra». Op. cit. p. 213.
8.- Neruda, Pablo. Memorial de isla negra. Losada. Buenos Aires. 1983.
9.- Heidegger, Martin. Serenidad. Del Serbal. Barcelona. 1989. p. 23.
10.- «El habla en el poema» en De camino al habla. Op. cit. p. 74.