31.7.10

Estanislao Zeballos, apologista de la inmigración

Si se recuerda a Estanislao Zeballos, es por su literatura de frontera. Callvucurà y la dinastía de los piedra (1884), Painé y la dinastía de los zorros (1886) y Relmu, Reina de los pinares (1887) son –a criterio de Adolfo Prieto- “las más valiosas de toda su producción” (1). Sin embargo, no se agotó allí el talento de este estadista, legislador, periodista y escritor que siendo muy joven nos legó obras que sorprenden por la documentación consultada y por la fuerza con que expone su tesis.

Teniendo menos de treinta años –había nacido en 1854, en Rosario-, concibió el proyecto de un tratado en varios volúmenes en el que presentaría diversos aspectos geográficos y que llevaría por título general Descripción amena de la República Argentina. De esta ingente obra aparecieron sólo tres tomos: Viaje al país de los araucanos (1881), La rejión del trigo (1883) y A través de las cabañas (1888).

Es en el segundo de ellos en que Zeballos realiza una interesante apología de la inmigración, llamativa sobre todo por provenir del hombre que fundara la Sociedad Rural Argentina.

El colono

En La rejión del trigo(2) sostiene que “Es peculiar de los hombres primitivos y de las sociedades embrionarias huir de la luz que redime como de la llama que quema”. Por el contrario -afirma-, “si el viajero es como yo, argentino de buena ley, se encanta en el sentimiento patriótico, en el noble y justo amor a nuestra tierra de que hacen orgullosa ostentación los colonos”, por ejemplo, “cuando acostumbran hacer un intermedio a media fiesta para tributar homenage á la República Argentina bailando un aire nacional: el gato”. Tanto los nativos como los extranjeros se benefician con la apertura de la inmigración, ya que –señala- “Un colono colocado es una fuente de riqueza privada y de renta pública”.

Se refiere a las corrientes de la inmigración: “Dos corrientes notables caracterizan el movimiento emigratorio de Europa. Los hijos del Norte, principalmente los Anglosajones, los alemanes y escandinavos, se dirijen hacia los Estados Unidos y la Australia, atraídos por afinidades de raza, de religión, de hábitos y de clima. La raza latina, dueña de la Europa meridional, se encamina casi exclusivamente à la República Argentina, cuyas instituciones hospitalarias, un clima templado y saludable, el origen y la lengua brindan el teatro soñado para las espansiones del hombre que aspira á la riqueza y á la libertad”.

“No existe país sobre la tierra donde los estrangeros gocen de mayor amparo, de estímulos más positivos y de privilejios más atrayentes y completos que en la República Argentina –asevera-. Conservan desde luego su nacionalidad y su relijion, al amparo de una constitución adelantadísima, que ofrece sus derechos y garantías à todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino. Gozan de libertad de trabajo y de industria, de navegación y de comercio, de petición á las autoridades, de tránsito en el territorio nacional, de publicar sus ideas por la prensa sin censura prévia, de enseñar y aprender y de asociarse con propósitos útiles, coronando el cuadro de estos derechos el de propiedad, sin trabas ni condiciones (Artículo 4 de la Constitución)”.

Como prueba de ello, nos habla de la transformación que se opera en el extranjero que se establece aquí. Cuando arriba a nuestra tierra, su situación es lamentable: “Mirad al colono en el muelle, pobre, desvalido, conducido hasta allí después de haber sido desembarcado á espensas del gobierno, sin relaciones, sin capital, sin rumbos ciertos, ignorante de la geografía argentina y de la lengua castellana, lleno de las zozobras y de las palpitaciones que agitan al corazón en el momento supremo en que el hombre se para frente a frente de su destino para abordar las soluciones del porvenir, con una energía amortiguada por la perplejidad que produce la falta de conocimiento del teatro que se pisa, y las rancias preocupaciones sobre nuestro carácter, el más hospitalario del mundo por redondo y el más vejado en Europa por nécias o pérfidas publicaciones. Solamente lo alientan en tan extraña situación de espíritu las aptitudes que lo adornan y la voluntad de hacerlas valer”.

Tiempo después, hallamos al colono ya establecido: “Venid ahora conmigo á ver á este mismo inmigrante en el primer grado de su transformación social. Hélo aquí! Sale à recibirme en su hogar, porque ya tiene un hogar. Su espontaneidad y la espresión de alegría sincera en su semblante tostado y percudido, dicen con toda verdad el bienestar de su alma. ¡Cuán hermoso es el contraste!”.

Propuestas

Acerca del número de inmigrantes que llegan a nuestro país, señala: “A pesar de estas maravillosas seducciones la inmigración nos llega en una corriente apenas perceptible, comparada con la cifra de seiscientas mil almas que ingresan anualmente à los Estados Unidos; y el cultivo de los campos solitarios se retarda por falta de brazos, devorada su savia por selvas inexploradas o por infecundos pajonales".

Sostiene que “La causa de la lenta fecundación de tan soberbios elementos de Civilización, ni es por consiguiente asunto esencial, sino de procedimientos: y hasta ahora hemos procedido erróneamente”.

Distingue entre inmigración espontánea y artificial. Cree que lo que debe hacerse es “limitarse a estimular la inmigración espontánea”, la que “se mueve por sí misma y paga su viaje, atraída por noticias adquiridas de las ventajas que le proporcionará nuestro teatro de trabajo, ó decidida por consejos ó proposiciones y aun contratos que le brindan sus parientes y amigos establecidos felizmente en la República”.

“La inmigración artificial nos ha llegado por obra y efecto de la acción de agentes gubernativos enviados á Europa à reclutarla. Los medios empleados han sido muchos y malos. El enganche se hizo durante la guerra del Paraguay para remontar los cuerpos de ejército de línea, y se practica actualmente para engrosar los ejércitos que empleamos en construir ferro-carriles”

“La propaganda ha sido empleada con elementos ineficaces, apenas perceptible y solamente en las grandes capitales, de donde nos enviaba brazos útiles en proporción inferior à la de los ancianos, inválidos, viciosos, incorregibles y holgazanes, que se acumulaban en Buenos Aires, principalmente, sirviendo en los pequeños oficios, en las obras y en los talleres. En esta inmigración oficial no escaseaban criminales”.

“Estos reclutamientos, como los hechos por cuenta de los gobiernos para formar colonias, han sido generalmente deplorables, con numerosas excepciones por la mala calidad de la inmigración del punto de vista de nuestros propósitos y necesidades y por las explotaciones pecuniarias de que el Gobierno como los mismos inmigrantes han sido víctimas a veces”.

A su criterio, muy distintos son el inmigrante espontáneo y el oficial: “Aquel es confiado, resignado, enérgico, perseverante y lleno de fe y de iniciativa. Este viene, como el niño mal criado, soberbio, exigente, sin iniciativa, poco dispuesto al rudo trabajo y esperándolo todo del Gobierno: comida, ropa y riqueza. El espíritu de protesta y de rebelión palpitan en su manera de proceder; y el trabajo y la fatiga son para él una injuria, un tormento, un martirio, contra el cual grita y se alza diciéndose engañado”.

Condena “el sistema de promover y reclutar oficialmente la inmigración. La palabra de los agentes y de los contratistas está desacreditada en Europa desde el siglo pasado. No solamente es ineficaz: no es siquiera oída”.

Otro de los problemas que advierte es la ausencia de datos acerca de los inmigrantes que arriban a nuestro país: "El estado de abandono de estos asuntos raya en lo asombroso, en cuanto el Departamento mismo de Inmigración ignora las cifras, que debieran serle familiares y su colección prolija uno de sus primordiales deberes”. Señala “la urgencia de implantar un procedimiento regular que ofrezca los guarismos exactos del vaivén de nuestra población sobre la inmensa vía del Atlántico”.

Su aporte va más allá del planteo de la situación que se vive a fines del siglo XIX. Intenta producir un cambio, y lo hará desde su banca: “Este libro quedaría trunco –expresa- si no condensara sus hechos y conclusiones en la forma positiva de un proyecto, que mi posición de diputado nacional me permite introducir al seno mismo de los poderes públicos”.

En su “Ley de Estrangeros” se ocupa de la organización del Departamento Nacional de Inmigración, Colonización y Agricultura, la administración de las Tierras Públicas, la naturalización, la contabilidad, la estadística y publicidad, entre otros asuntos, que permitirán –desde su punto de vista- incrementar el número de inmigrantes y lograrán, al mismo tiempo, que lleguen a nuestra tierra los más motivados, quienes encontrarán, sobre todo en las colonias del interior, una vida apacible y próspera, a pesar del enorme esfuerzo que deban realizar.

Notas

1. Prieto, Adolfo: en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.

2. Zeballos, Estanislao S: La región del trigo. Madrid, Hyspamérica, 1984.

María González Rouco


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(Rosario de Santa Fe, 1854 - Liverpool, 1923) Político y jurisconsulto argentino. Fue un eminente promotor de la cultura argentina de finales del siglo XIX y principios del XX, pero su obra es muy polémica a causa de su relación con los aspectos más siniestros de la política de su país.

Tras estudiar en el Colegio Nacional de Buenos Aires, ingresó en la Facultad de Ingeniería y Derecho. Simultaneó entonces su carrera con el puesto de secretario de la Comisión popular de salud. Más tarde colaboró con algunos periódicos en la redacción de diversos artículos. Inició su labor docente en algunos institutos de Educación Secundaria y posteriormente fue profesor universitario. Ocupó varios cargos públicos: fue diputado nacional, diplomático y ministro de Relaciones Exteriores.

De esta etapa de su vida lo más destacado fue que, en 1872, bajo la protección del departamento de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires, fundó la Sociedad Científica Argentina, sociedad para la que redactó los estatutos y fue uno de los creadores de su boletín: Los Anales, que con el tiempo se convirtió en la publicación más importante del sector y fue promotora del avance científico del país. También fue el creador de la Sociedad Rural, el Club Progreso y el Círculo de Periodistas.

En 1878, el presidente Julio Roca le pidió que escribiera una obra destinada a convencer a los miembros de la Cámara de la necesidad de solucionar económicamente la Campaña al Desierto, cuyo resultado fue el exterminio de las poblaciones indígenas. Al año siguiente y fruto de los numerosos estudios geográficos que se estaban llevando a cabo desde la fundación de la Sociedad Científica, creó el Instituto Geográfico Argentino.

Durante la década de los ochenta Zeballos fue titular de numerosos cargos públicos. Formó parte de la Cámara de Diputados y desde allí realizó numerosas reformas, como las llevadas a cabo en el Código de Procedimiento, el del Comercio, la Ley de Creación de Colonias Agrícolas, la de Vinos, la de Ferrocarriles y la de creación de la Universidad Federal de Rosario. Estuvo al frente del ministerio de Asuntos Exteriores y su actuación como jurista internacional elevó la imagen de su país en el extranjero. Sin embargo, durante la legislatura del presidente Figueroa Alcorta, Zeballos intuyó un posible conflicto armado con Brasil y aconsejó el armamento del país. Por este error tuvo que dimitir de su cargo. Pero su actividad política no se cortó de raíz, ya que desde 1912 ocupó el cargo de diputado nacional.