10.2.09

Eugenio Montejo


EL DUENDE


Esta misma calle, pero antes,
a bordo de mis veinte,
de noche en noche, con tabaco y lámpara,
escribía poemas.
Alrededor la multitud dormida
soñaba con dinero
y alguna que otra estatua recosía
el azul de su sombra.
Nunca supe qué duende a mis espaldas
–volátil e insistente–
fijos los ojos me seguía
frase por frase y letra a letra.

No, no era aquel azul casi corpóreo
arrancado del mármol,
ni mi ángel de la guarda anochecido
y en ardua vela,
ni tampoco un espectro hamletiano,
veraz hasta el misterio,
ni ninguna presencia subitánea
de aquella época.
Nada de nada ni de nadie,
sino yo mismo, yo mismísimo.
Pero no aquél de entonces: –éste
que cifra ya sesenta,
–éste era el duende…
El que aquí vuelve buscándome de joven,
en esta misma calle, a medianoche,
y me llama
y no es sueño.

*

EL SOL EN TODO

El trópico y sus horas de calor,
el sol sobre las cosas día tras día,
y el rencor de los malos matrimonios...
Se oye un sapo a la sombra en todo esto
que no se ve porque no hay sombra,
sino luz recta y piedras refractarias.
El calor de las horas emerge con su lava
de pantanos volcánicos.
Hay silbatos de barcos en el polvo sin puerto,
un salobre espejismo sin espumas,
el acre aroma de frutas descompuestas
y el color sin color de la miseria.
–¿Qué más, qué menos, cuál sopor no dicho,
cuál nieve inalcanzable en densos copos
cayendo siempre como blancos sapos,
en las noches más tórridas y amargas?
...Y cuanto no se tuvo ni ha de tenerse nunca,

lo que perdimos antes de este mundo,
el calor con su tedio y su postedio
y la tierra que gira para otros
y tanto sol en todo, hasta de noche,
y el rencor de los malos matrimonios.