7.2.10

ÚRSULA STARKE

San Bernardo, 1983. A los diecisiete años publica su primer libro, Obertura (Maipo Ediciones, 2000). Durante el año 2001 es publicada en la antología Poesía del Siglo XXI, 23 nuevos Poetas de la Región Metropolitana (Ed. Preuniversitario Nacional). El año 2002 obtiene la beca de la Fundación Pablo Neruda y gana el primer lugar en el Concurso de Literatura de la Municipalidad de San Bernardo. El 2003 ingresa a la carrera de Licenciatura en Artes mención Teoría e Historia del Arte, en la Universidad de Chile. Participa en el proyecto Oscilación, Poesía + Electrónica (Al Margen Editores, 2004), disco que reúne a jóvenes poetas con músicos electrónicos. Fue co-fundadora y profesora de la Academia de Letras de San Bernardo. En el año 2007 publica su libro Ático (Editorial Cuarto Propio). Sus trabajos han sido incluidos en antologías y sitios Web de Chile y el extranjero. Ha participado en lecturas, actividades culturales y Ferias de Libro en varias ciudades del país. Actualmente termina sus estudios universitarios y trabaja en la Biblioteca Viva Sur de San Bernardo.

Esta es una muestra de poemas de los libros Obertura y Ático. Selección de Alejandro Lavquén.

De Obertura

PECADO COMUNAL

Del trazo ajeno de mi mano

te escribo, San Bernardo.

Jamás probé las amargas calles

De tu pasado fértil

(Eras ciudad apartada,

Gritabas el silencio urbano)

Ni he contado las hojas

De los árboles agonizantes

En la ventana torcida.

No bailé los días

De Maestranza

Al ritmo metalizado de sus máquinas.

Hubiera querido dormir en tus llanos

Apartados del Paraíso Terrenal,

Pero las golondrinas y las moscas

Una y otra vez

Desviaban mi sueño.

San Bernardo, nada hice

Digno de agradecer

Pero lloró contigo

Todas las horas de tu eterna noche.

FLACA

Ahí viene la flaca

Con su espina dorsal erguida

La cara morena, su pelo anochecido.

Camina arrasante la flaca

Como avalancha de risa y piel.

Hace años que conozco sus dedos

largos,

La vida entera

Y nunca he sentido

El vacío de su ausencia.

Si no es el cuerpo es la sombra

Si no es el grito es el soplido

Pero siempre soporta

Mis delirios crónicos

Con paciencia de monja

No me alcanza el lápiz

Para escribirle un poema.

PÁJAROS Y LA NOCHE

Me mataré, inútilmente,

antes de que me asesines

cualquier noche en tu cama.

Soy el hombre más tocado

por tus manos sudorosas,

el más prostituido en los labios azules

que decoran tu rostro infernal.

Me incendié

entre tus piernas

-las mejores piernas del podrido universo-.

Si hubieses intentado amarme

con el fervor morboso que yo te amé

no estarías tratando de olvidar

al único hombre

que te vio como mujer.

VEINTICUATRO

Nací una madrugada de otoño

con las rosas póstumas

del jardín;

fría oscuridad de tumba.

Los muertos

del cementerio cercano agradecen

estar bajo tierra.

De Ático

DISCURSO I

Eres la niña de los nichos, cambias sangre de tu sangre, ensucias el lugar que tienes en la mesa, arrastras tu orina de la pieza al pasillo y lloriqueas bajito en la esquina grasienta de la cocina. Eres la vieja del cigarro chupado, la gallina hueca, la ruina familiar, la maldición del tatarabuelo, que obligó al cura santiguar el féretro materno con ortigas, porque los brujos habían corrompido su descendencia femenina de vírgenes locas, viudas secas, hijas enfermas. Escuchas el griterío de las arañas, no tocas la fragancia de los claveles, no caminas como cisne afeminado. Eres hielo dentro y dentro, feosa para los padres, que no alcanzan a olfatear la magulladura todavía húmeda que te hicieron sobre la razón y no cumplen su deber genético para merodear tu cabeza como tiuques tardecinos. Avanza la noche con su coreografía patética y tu ahondas en el excremento de la conciencia en desesperada búsqueda de la lucidez que extraviaste, ese bello equilibrio que te conducía al castillo de la vergüenza. Pero ya sabes que tu organismo esta deteriorado, que un gusano de seda se te metió por la oreja y elabora sus tristezas sobre la neurología retrasada de tu nacimiento. Yo sé que me equivoco, pero estás tan sola, tan sola, tan sola.

DISCURSO II

Una en mí maté

Yo no la amaba

Gabriela Mistral

Tengo el sexo abrumado, me falta un brazo en la conciencia, la danza lúgubre de la demencia esconde su pelusa dentro de mi ojo, enfría la saliva hasta el témpano. No soy la fémina de meneo azucarado, tengo el llanto de hombre bajo los pelos, ando tenébrica y fea entre el gentío de bocas secas, me sobran metáforas cadavéricas cuando lavo mis dientes. No soy la hembra fecunda, mi útero quebradizo alberga el tejido mohoso de las arañas, me sale en medio de las piernas un tulipán de estiércol. Se me resbala el perfume de la oreja, los cabellos fermentan caramelo en mi cráneo, las uñas me germinan como alquitrán y no puedo hacer espejos. Y, cuando nací, todos coronaron mi nombre de rocío, me vistieron de princesita sempiterna, labraron en mi pecho las velas católicas de Jesucristo. Era una muñeca de porcelana rellena de rosas secas. Ellos, todos, todos ellos, pensaron que cruzaría el océano en su barquito de papel lustre para ser la dama de sus cuentos de hadas, pero yo nunca creí en sus cuentos de hadas, sabía desde el vientre que traía un pedazo podrido de alma en las venas, sabía que andaría mortecina por las acequias del barrio, que comería hongos azules en invierno y escribiría poemas turbios cuando nadie me viera. No fui la niña de seda, no soy la niña de seda y me duelen estos versos de tanto no ser mujer.

DISCURSO V

Hay un sol inconsciente y frágil que crece como hongo en mi pie las aves no soportan el olor de mis ojos ellas vuelan sin pudor y son maravillosas son serpentinas entre el invierno y el invierno se va agrietando en la estructura del tiempo la vejez es un estado constante de tristeza es el presente que llevo inconcluso en las rodillas soy una vieja esperanza de cristal roto una vieja sola y hedionda odio los temblores matutinos y tanta droga me bombea vida y no hay otra solución que morirme hasta morir con ellas en mi velador.

DISCURSO X

El terremoto de lejanas metrallas interrumpe la clemencia nocturna, obliga a la vigilia y otra vez recuerdo que no tengo recuerdo de la muerte en fusil que arrastró por los barrancos hipócritas de injusticia las voces utópicas de los asesinados. Pero este terremoto de metrallas que interrumpe la clemencia nocturna, traspasa mi idónea percepción del sueño y estoy nuevamente encerrada en el ático de la demencia, erosionada a destajo por los motivos de esta enfermedad de atardeceres. Entonces pienso, que las perlas químicas que trago para no morir no sirven para salvarme de este socavón dentado que absorbe mi aborto tardío, cuando debería estar saludando los manoseos de la juventud que no tengo. El terremoto de metrallas interrumpe la clemencia nocturna y no determino un nexo entre morir matado y morir ya muerto.

LAMENTO VIII

Desarmo esta prosa de andamiaje precario y encuentro la falta absoluta del picoteo sustentable. He escrito unos cánticos de feria libre, templados en el emprendimiento, pero sórdidos e inconsecuentes en su tuétano, un esqueleto poroso de otros libros, plagio tremendista de quienes supieron estructurar la desgracia.

Pero no tengo miedo de la factible caducidad de estas hojas. Ya se dispersaron en la abulia sangrona de mi cortejo verborreico, ya se multiplicaron sus palabrones en la escasa liturgia de mi discreta posición artesanal, ya no importa el enigma artificial del sustantivo penoso, del adjetivo pustuliento, de anáforas y sincretismos fuleros, porque me vengo hasta aquí, hasta esta lumbre de trucos gramaticales para relacionar la poesía tangible con estos infames coloquios de indigente subterránea, repleta de modismos ampulosos y adverbios de peste corriente. Es lo único que aprendí de esta patria. Mi escritura es el poder genotípico con el cual me iré a la tumba, gruesa y sonrojada, pues mi vida momentánea circula en la tristeza de nacer bajo la lluvia poética, principio y fin de mi amargo pulso vital.

Confesar a esta hora los pecados íntimos de mi tragedia, sería cortar las raíces de esta penumbra lírica, sería encarar a las momias familiares de punta en negro, vistiendo la sotana de chica obsesa y clínica que oculta el verdadero croar de ranita imbécil que tanto he querido plastificar para embellecerme en suicidios y ansiedades. Es por esta vergüenza de lazarilla ciega que no deseo confesar a esta hora mi ciclo menstrual de engaños.

Porque hubo una vez una mantenida, una achocolatada virgencita de voz quejumbrosa, una infeliz fumadora de robos paternos -aunque fue su sangre rucia la que me contagió el vicio- que no sabía escribir cartas navideñas, que no soportaba horas laborales, que no terminaba sus combates básicos, porque había sido parida en un hospital oscuro, con la cobardía de los zorzales cuando ejecutan sus asesinatos primaverales. Esa mantenida, esa inútil de puño y letra, soy yo con insignia y código, pues nadie puede confundir mi sopor artístico con el tedio de las doncellas sistemáticas, porque ya he pactado las reglas subestimadas del oficio nulo y melodramático de la poesía, aunque todavía no logre darle metáfora a la metáfora. Desarmo esta prosa de andamiaje precario, guardo mi identidad de polilla en el cofre que me regaló mi hermano, para que el resto siga creyendo que camino sobre el agua, que represento en cuerpo vivo la encarnación de la diva dantesca, para que vean en esta cortísima estatura, los deseos húmedos de su inspiración gótica y siga yo espolvoreando purpurina sobre el vidrio sucio de la leva literaria.